miércoles, 6 de abril de 2011

El decepcionante viaje de Obama a Latinoamérica

Marc Saint-Upéry

Pese a las palabras cálidas y las ofertas de cooperación equitativa, el breve viaje de Obama a tres naciones latinoamericanas a mitad de marzo fue una gran decepción. Sobre un tema como inmigración, el presidente de Estados Unidos no explicó cómo iba a hacer avanzar en las reformas paralizadas en el Congreso. Sobre comercio e inversiones, no hubo nada concreto más allá de tibias promesas.

Hace tiempo que Brasil pide que se levanten las barreras contra sus productos, como el etanol, la carne de res, el algodón, el jugo de naranja o el acero. Pero sus exigencias en materia de subsidios agrícolas, tarifas y derechos de propiedad intelectual no fueron escuchadas seriamente. Y frente a su reivindicación de una silla permanente en el Consejo de Seguridad de la ONU, Obama se hizo el desentendido.

Aun en Chile, firme aliado de Washington, la visita presidencial suscitó muy poco entusiasmo. “‘Veni, vidi, vici’ fue el tweet de César para Roma después de su victoria. Veni, vidi, niente, nothing, nada, será el de Obama después de Chile,” lamentó José Piñera, antiguo ministro de Trabajo y hermano del presidente Sebastián Piñera, en su cuenta de twitter.

Hay consenso entre gobiernos izquierdistas y conservadores de que nada sustancial se consiguió en el frente económico y político. Al menos se podía esperar algo en el nivel simbólico de parte de un líder conocido por su carisma cosmopolita.

De hecho, Obama es muy popular en la región y su elección mejoró sustancialmente el imagen de su país. Un encuesta publicada en 2010 por la empresa chilena Latinobarómetro muestra que un 74% de los Latinoamericanos tiene una buena opinión de Estados Unidos –el porcentaje más alto desde el primero de estos sondeos en 1997.

Se puede ver también esta popularidad en la debilidad de las movilizaciones contra su visita. Pese a una intervención controvertida en Libia, formalmente ordenada desde Brasilia –un desliz que ofendió profundamente a las autoridades brasileñas, pese a que mantuvieron su cortesía diplomática–, hubo sólo 500 manifestantes en Rio de Janeiro el 20 de marzo, y no mucho más en Santiago de Chile el día siguiente.

Obama hubiera podido aprovechar este capital político con unos gestos emblemáticos fuertes. En Brasil, el presidente estadounidense es aun más popular entre los negros que entre los blancos y su trayectoria ilusiona a millones de afrodescendientes. Sin embargo, fuera de tibias alusiones a Martin Luther King y al carácter inclusivo del “sueño americano”, no ofreció el discurso inspirador anticipado por un público multiracial que simpatiza con él.

La verdad es que ni siquiera dirigió la palabra al público brasileño. Era previsto que hable en Cinelândia, la plaza más grande del centro de Rio, en donde se esperaba más de 20.000 espectadores para su discurso. Los temores de su servicio de seguridad lo obligaron a replegarse el Teatro Municipal, atendido por una audiencia mucho más reducida –y más blanca– de miembros de la alta sociedad en traje formal.

En Chile, un periodista le preguntó si el gobierno estadounidense ayudaría a investigar la dictadura de Pinochet y “pediría perdón por lo que hizo en estos años dolorosos de los 1970’s.” La respuesta de Obama no podía ser más timorata. “Sin duda, cualquier pedido de Chile con miras a conseguir información sobre el pasado es algo que tomaremos en consideración,” dijo antes de añadir: “Sin embargo, creo que para nosotros es importante, si bien queremos entender y esclarecer nuestra historia, no quedarnos atrapados en ella.”

Al igual que los chilenos, los salvadoreños tampoco quieren ser “atrapados en su historia”. Lo que quisieran es un reconocimiento mínimo de la responsabilidad del gobierno de EEUU en la cruenta guerra civil que segó la vida a 75.000 de sus conciudadanos entre 1980 y 1992. Según el informe de la Comisión de la Verdad de Naciones Unidas, el régimen salvadoreño apoyado, armado y financiado por Washington es responsable de un 95% de estas muertes.

En San Salvador, Obama visitó la tumba del arzobispo Óscar Romero, adalid de los derechos humanos asesinado por un escuadrón de la muerte derechista en 1980. Si embargo, pese a su preocupación por la ola de criminalidad vinculada al narcotráfico que azota Centroamérica, el presidente y sus acompañantes descartaron formalmente cualquier encuentro con el ministro de Seguridad Pública de El Salvador, Manuel Melgar.

Melgar era uno de los líderes de las fuerzas insurgentes de izquierda que participan hoy en el gobierno. Washington sospecha de su complicidad en el asesinato de cuatros “marines” en un restaurante chic de San Salvador en 1985. Muchos salvadoreños resientan la obsesión estadounidense con Melgar y su sesgo ideológico, ya que la Embajada estadounidense sigue recibiendo como huéspedes de honor a personas implicadas en el financiamiento de escuadrones de la muerte y las masacres de miles de civiles.

¿Quién está atrapado en la historia, entonces? A lo largo de su viaje, es Obama que pareció atrapado, prisionero del lobby proteccionista de su país, rehén de una mayoría conservadora llena de odio en el Congreso, coartado por su servicio de seguridad y sobre todo, cautivo de su propia pusilanimidad. En otras palabras: nada de audacia y muy poca esperanza.


Viejo Condor

RIA Novosti (SIC)

Marc Saint-Upéry

No hay comentarios: