En nuestros tiempos parece increíble, pero no hace mucho los experimentos sobre personas deshabilitadas y prisioneros fue una cosa normal para los médicos estadounidenses. La agencia AP realizó una investigación en donde encontró múltiples ejemplos de tales actos que incluyeron la infección intencional de pacientes mentales en Connecticut o la inyección de células de cáncer a enfermos crónicos en un hospital de Nueva York.
La mayoría de tales episodios sucedieron entre 1930 y 1970, y la revelación de ellos ahora es el fondo para el encuentro de la comisión bioética presidencial de EE. UU. El país llamó a esta comisión tras la información sobre los acontecimientos en Guatemala que tuvieron lugar hace unos 65 años.
Los oficiales norteamericanos admitieron que ocurrieron decenas de experimentos parecidos en EE. UU., pruebas en las que convirtieron a gente sana en personas infectadas por distintas enfermedades. A veces, como resultado de los experimentos fueron elaborados medicamentos que salvarían vidas; en otras ocasiones no tuvieron ningún resultado útil.
El enfoque hacia la investigación médica en aquellos tiempos se diferenciaba mucho a como es ahora.
Muchos médicos consideraban normal experimentar sobre personas que no tenía plenos derechos en la sociedad tales como prisioneros, enfermos mentales o negros.
En la mayoría de los casos los participantes fueron descritos como voluntarios, pero ahora los historiadores cuestionan en qué grado aquellas personas entendían qué debían sufrir y si de verdad se trataba de un consentimiento libre.
En 1947 los procesos sobre los médicos nazis llevaron a la creación del “Código de Nuremberg”, documento que fundó las reglas internacionales de protección del hombre frente a los experimentos médicos.
Sin embargo, muchos investigadores estadounidenses de hecho lo ignoraban, señalando que el documento se refería a la violencia ejercida por la Alemania fascista y no que no tenía ninguna relación con su actividad.
A finales de los años 40 y luego, en los 50, el desarrollo rápido de la industria médica en EE. UU. llevó a un aumento significante de la cantidad de experimentos sobre personas.
Hasta a principios de los 60, en mitad de los estados del país las investigaciones sobre prisioneros fueron legales.
Ya en esta época dos experimentos cambiaron la actitud de la sociedad hacia este problema.
En 1963, investigadores inyectaron células de cáncer a 19 pacientes debilitados y viejos en un hospital de enfermedades crónicas.
El experimento tuvo como fin comprobar si los cuerpos de los pacientes rechazarían las células.
A los sujetos no les informaron de que fueron objeto de una investigación. El director del hospital argumentó que las células se consideraban inofensivas.
Sin embargo el abogado William Hyman, quien formaba parte de la administración del hospital, no estuvo de acuerdo con la legitimidad de las pruebas, se dirigió a las autoridades del estado, y el hospital tuvo que declarar que cualquier nuevo experimento requeriría el consentimiento escrito de los pacientes.
Otra prueba ocurrió en la Escuela de Willowbrook, donde a menores con retraso mental los infectaron con hepatitis para comprobar si era posible curarlos con gamma globulina.
Muchos de esos ensayos produjeron indignación pública en los 70.
En 1973, los representantes de la industria farmacéutica admitieron que usaron prisioneros para las pruebas porque eran más económicos que los chimpancés.
Cuando ya no fue posible experimentar en EE. UU., con estos fines los investigadores transfirieron más y más de su actividad a otros países extranjeros.
Así, en los 40 se produjeron casos como el de Guatemala, cuando norteamericanos infectaron a centenares de residentes del país con sífilis y gonorrea.
El Gobierno de EE. UU. ya pidió perdón por este caso, pero hay que notar que en 2008, entre 40 y 65% de los estudios clínicos fueron ejercidos fuera del país. Las comisiones que probaron las condiciones bajo los cuales fueron realizados visitaron aproximadamente 1% de estos estudios.
Viejo Condor
RT.net (SIC)