El primer ministro japonés, Naoto Kan
El recién conflicto entre Japón y China parece que concluyó con un final feliz.
Después de algunos escarceos, los líderes de los dos países llegaron a compromiso, entre otras cosas porque no les quedaba otra opción.
Sin embargo, tras este enfrentamiento quedan ciertos interrogantes, y el más se refiere a la forma en que ese conflicto pueda afectar a Rusia.
¿Estará comenzando cerca de la frontera con Rusia una “segunda edición de la Guerra Fría”, esta vez entre China y Estados Unidos?”
¿En este caso, cuál sería la postura más correcta que debe adoptar Rusia?
La “rencilla” chino-japonesa acabó el lunes pasado a última hora en un lugar inesperado: en Bruselas, en uno de los pasillos del Foro ASEM, es decir, en la “Cumbre de Asia y Europa”. Y al respecto, merece la pena señalar que los objetivos de dicho foro no incluye la solución de los conflictos internos que aparezcan en la región asiática.
Hace dos semanas, el conflicto estaba en ascuas, tanto China como Japón se negaron de forma ceremoniosa a reunirse en la sede de la ONU en Nueva York. En vísperas de la cumbre de Bruselas, en una declaración oficial, Tokio anunció que no estaba prevista ninguna reunión formal con el Primer Ministro chino, Wen Jiabao.
Y en realidad no la hubo ninguna reunión formal: simplemente los organizadores del foro hicieron coincidir a los líderes de China y Japón que relajados y contentos, salían de una cena organizada para todos los participantes de la cumbre.
Wen Jiabao y el Primer Ministro japonés, Naoto Kan, coincidieron en un pasillo vacío y de repente, acordaron dejar atrás el conflicto territorial por las Islas Senkaku - Diaoyu.
El cuerdo fue posible gracias a la liberación de cuatro japoneses detenidos por China y a la promesa de China de no bloquear el comercio bilateral. Por lo visto, en Tokioy Pekín nadie ha dedicado demasiado tiempo a la solución de ese conflicto territorial; y todo parece apuntar a que no hay ninguna intención de hacerlo en el futuro.
Las disputas territoriales son un fenómeno bastante curioso. No suelen causar problemas sobre todo cuando las partes mantienen buenas relaciones; pero cobran una relevancia extraordinaria si algo comienza a salir mal.
En este último caso, todo comenzó porque el capitán de un barco de pesca chino estaba convencido de que se encontraba en aguas territoriales de su país, cuando colisionó con uno de los barcos de la Guardia Costera de Japón.
Habría sido difícil planear algo parecido de antemano. Pero el desenlace fue una inequívoca señal de que en el Asia Oriental puede surgir otro foco de problemas, aparte de la historia de Corea del Norte con su programa nuclear, que en estos momentos, es el asunto más candente.
Y, seguramente, está no es la única señal. Todo empezó a finales de julio en una región completamente diferente: en el Asia Sudoriental. La aparentemente inaudita intervención del Ministro de Asuntos Exteriores de China, Yang Jiechi, en el Foro de la ASEAN para la Seguridad en Hanói, parece que cada día tiene mayor repercusión.
Porque las disputas territoriales en el Mar de la China son mucho más complicadas de solucionar que el recién caso entre China y Japón por una isla.
Varios países a la vez, incluso China, reclaman sus derechos sobre ciertas islas del archipiélago Spratly. Y como suele ocurrir, cada uno de los pretendientes parece que tiene la razón. No obstante, en todas las cumbres regionales se llegaba a una fórmula de compromiso: se discutía sobre el papel pero se cooperaba en la mar.
Supuestamente, el Ministro Yang Jiechi, pronunció ciertas palabras poco acertadas: algo así como que China tiene un territorio grande y sus vecinos no tanto. Lo que, por otra parte, no deja de ser un hecho real.
Pero obtuvo una inesperada respuesta por parte de la Secretaria de Estado de EE.UU., Hilary Clinton, que apoyó las pretensiones territoriales de los países más pequeños de la región y el jefe de la diplomacia china, furioso, supuestamente, abandonó la sala de reuniones.
Si uno se pone a pensar en esta situación, inevitablemente llegará a la conclusión de que los diplomáticos chinos no son tan insensatos como para obrar de semejante manera. Esta historia sobre la “típica agresividad china” demostrada por el Ministro Yang Jiechi, fue inventada después del Foro y, por lo tanto, los participantes en el evento no son capaces de acordarse de algo así.
Hablando claro, la diplomacia estadounidense parece haber empezado a formar una imagen de China como una potencia “demasiado insistente” en sus pretensiones territoriales.
Tras anunciar su “regreso a Asia”, Estados Unidos empezó a agrupar a quienes tuvieran cualquier cuenta pendiente con China. Y la discordia entre China y Japón en este contexto parece haber servido como un excelente ejemplo para insistir en la “agresividad territorial de China”.
Vale la pena recordar que la Administración republicana de George Bush no hizo nada parecido. Al contrario, pudo avanzar bastante en la cooperación entre las dos potencias más grandes del mundo, aunque de forma algo extraña y torpe.
“La contención de China” era el inconfundible estilo de los demócratas en el Gobierno de Bill Clinton. Y todo parece indicar que el antiguo equipo de Clinton, tras una serie experimentos en las relaciones con China, está regresando a su política de los 90.
En general, si la estrategia estadounidense consistió principalmente en limitar de alguna manera el creciente poderío chino, las dos líneas políticas, la de la Administración de Bush y la de Clinton, fueron un fracaso.
En un principio daba la sensación de que el equipo de Obama había inventado una tercera vía, inteligente e innovadora: pero está resultando que no. Si su “nuevo rumbo” consiste tan sólo en intentar conseguir los objetivos de antes con métodos más suaves, no es un rumbo correcto.
Lo que hay que hacer, es cambiar los objetivos. No obstante, los electores estadounidenses no están muy preparados para ello y, además, después de las próximas elecciones parlamentarias se espera “una revancha contundente” y el estancamiento de cualquier línea política del Presidente Obama, incluida la de la política exterior.
El Presidente de Rusia, Dmitri Medvédev, acaba de realizar una visita oficial a China y en lo que queda del año están previstos varios acontecimientos de la política asiática: la cumbre y otros eventos del Foro de la cooperación económica Asia Pacífico que se celebrarán en Japón; la cumbre Rusia-ASEAN, que se celebrará en Hanói; la visita de Dmitri Medvédev a la India y la reunión del G-20 en Seúl. En todas partes habrá que reaccionar ante la eventualidad de una nueva confrontación.
Por supuesto, aquellos que quieran asegurarse contra la creciente influencia de China o Estados Unidos, precisarán en la región de la ayuda de Rusia. Ello debería permitir a Moscú firmar nuevos acuerdos y obtener buenos contratos.
Sin embargo, si Estados Unidos va demasiado lejos en sus intentos de minar el poderío y los intereses chinos, no tardarán en crearse una serie de enemigos, incluido Japón. Por algo Tokio con tanto gusto ha hecho las paces con Pekín: sin la economía china en la actualidad no sobreviviría ni el Asia Oriental, ni el Asia Sudoriental ni Rusia.
Como consecuencia, la elección del bando, China o Estados Unidos, costará también caro a quien incite semejantes divisiones, porque en el mundo actual es necesario cooperar con los dos países.
Viejo Condor
RIA Novosti (SIC)
Dmitri Kosirev
LA OPINIÓN DEL AUTOR NO COINCIDE NECESARIAMENTE CON LA DE RIA NOVOSTI