En la época de Bonaparte fue imposible que ocurriera un escándalo semejante al que sacudió por estos días los cimientos del Departamento de Estado de EEUU a raíz de la divulgación de documentos secretos por el portal WikiLeaks.
Porque Talleyrand, ministro de Bonaparte conocido como uno de los políticos y diplomáticos más sabios y astutos, nunca confió sus asuntos a nadie, ni dejó sus pensamientos impresos en el papel.
Filtraciones a gran escala
La página web del australiano Julian Assange el pasado mes de julio y octubre ya había publicado en Internet unas decenas de miles de telegramas del Pentágono en cooperación con cinco periódicos occidentales de renombre.
Pero ahora sacó a la luz de todos, al menos 250 mil telegramas, más exactamente, 251. 278 cartas electrónicas enviadas a Washington por más de 250 embajadas y consulados de EEUU en todo el mundo.
El instrumento para realizar el robo de esta información fue una unidad flash (USB) de 1,6 Gb, otra evidencia de que los logros tecnológicos de la era del Internet empiezan a causar problemas que antes ni sospechábamos.
Como comentó el ex-embajador de Gran Bretaña en EEUU, Christopher Meyer: “Si hubieran estado en hojas, habría sido posible robar tantos documentos”.
Los archivos en mención no son para satisfacer la curiosidad de los amantes de complots, porque no desvelan conspiraciones de la CIA, ni la preparación de asesinatos, ni la captura de espías, venenos o accidentes.
Los documentos divulgados simplemente revelan qué piensa en realidad la diplomacia norteamericana, qué dice y cómo consigue sus objetivos. Esta información mostró la moral y ética del departamento de política exterior estadounidense.
El culpable es el Pentágono
La filtración de esa información fue producto de la negligencia en el sistema de seguridad estadounidense responsable de la correspondencia gubernamental. También fue es resultado de fallos en la interacción entre ministerios y departamentos después de los atentados del 11-S.
Entonces quedó claro que el gobierno de EEUU no tenía un sistema operativo para el intercambio de información y ese problema se decidió solucionar con ayuda del sistema electrónico interno del Pentágono SIPRNET.
Pero ¿acaso se puede hacer circular correspondencia secreta dentro de un sistema al que tienen acceso más de 3 millones de usuarios, desde el Secretario del Estado, hasta un simple funcionario?
Porque entre esos 3 millones puede aparecer un funcionario descontento, ofendido, o insano psíquicamente, que divulge la información confidencial en la red.
Y ese funcionario apareció y resultó ser el analista de inteligencia de 22 años, Brian Manning, que ahora tendrá que comparecer ante el tribunal castrense, lo que es absolutamente justo. Esta claro que un crimen a escala tan grande no puede quedar impune.
Lo que todavía no queda claro es la responsabilidad de los medios de información que publican sin pensar dos veces información confidencial (no importa si pertenece a diplomacia, a presidente, embajadas o parlamento).
¿Tienen derecho a ello? Y ¿acaso se puede ahora fiarse de la comunicación electrónica como de un medio seguro de comunicación confidencial a nivel gubernamental? ¿Qué es la Internet: un bien y derecho inherente de cada individuo o es un medio que puede utilizarse como un complot antiestatal?
En este caso, la verdad sea dicha, no se trata de unos materiales supersecretos de los cuales dependa la seguridad de diplomáticos, militares o agentes. Los documentos divulgados son notas analíticas, informes de diplomáticos, características de personajes políticos, descripciones sobre los ánimos en el país en general e incluso rumores.
En este caso el más perjudicado fue el prestigio de la diplomacia norteamericana, el de la Casa Blanca, y la confianza a Washington como a un socio serio y sincero en asuntos internacionales.
Donde aparece secreto, hay lugar al engaño
Resulta que el Departamento de Estado entiende la confidencialidad como un método de protección contra revelaciones desagradables y vergonzosas. Aunque la propia información que salió en la Internet no es nada del otro mundo.
A nadie le sorprende que los diplomáticos de EEUU creen que Pakistán tiene “ciertas relaciones con el movimiento talibán”, y que en su tiempo el presidente de Rusia (telegramas del 2006), Vladímir Putin, tuvo excelentes relaciones personales con el primer ministro de Italia, Silvio Berlusconi (circunstancia que ambos no lo ocultan e incluso lo subrayan).
O también que la cancillera de Alemania, Angela Merkel, “evita correr riesgos y raras veces manifiesta una aproximación creativa”, o que en la familia real de Gran Bretaña de nuevo “tuvo un comportamiento indigno”.
La sensación, repito, no es la propia información sino el abismo entre lo que dicen los diplomáticos norteamericanos a sus interlocutores y lo que luego escriben en sus telegramas.
Como comentó The Gardian londinense, uno de los cinco periódicos que obtuvieron acceso a los documentos, estos telegramas demuestran “lo corruptos y lo falsos que son los dirigentes del estado estadounidense”.
Es bien sabido que las relaciones entre la prensa y las autoridades jamás serán ideales. La democracia supone que la información, antes de ser publicada, no debe ser sometida a filtración con el fin de ocultar verdades a veces, vergonzosas para el gobierno del país.
Todo lo que se hace en nombre de la democracia debe ser transparente y de interés público. Pero esto significa que si la diplomacia de EEUU asume el papel del “policía mundial” (como se desprende de la correspondencia filtrada), obligatoriamente, todos sus actos deben convertirse en objeto de interés global.
Viejo Condor
RIA Novosti (SIC)
Andréi Fediashin
LA OPINIÓN DEL AUTOR NO COINCIDE OBLIGATORIAMENTE CON LA DE RIA NOVOSTI