Fiodor Lukiánov
El mundo ya se hace la idea de que hoy en día EEUU es un país que puede dar una sorpresa en cualquier momento. La máquina política estadounidense siempre ha ostentado la capacidad de encontrar la 'proporción áurea', evitando los extremos.
Ahora es diferente.
Basta cualquier pretexto para que estalle un conflicto entre partidos, y las posiciones que predominan, sobre todo entre los republicanos, son las radicales. El reciente cierre de la Administración no durará mucho, pues la negligencia de los políticos, que sumergidos en ajustes de cuentas olvidan su obligación de encontrar consensos, irrita a los electores y daña la reputación de ambos partidos.
Por eso, deberá haber un compromiso para mediados de octubre, a más tardar. Hará falta volver a levantar el tope de la deuda estatal, pues de lo contrario EEUU no podrá cumplir sus obligaciones ante los acreedores, lo cual supondrá un duro golpe para la economía y una conmoción de escala mundial. Luego, sí que encontrarán solución, pero será, como de costumbre, a corto plazo y hasta la crisis siguiente.
EEUU está atormentado por sus propias pasiones.
La superpotencia se replantea valores y posiciones. La época que comenzó tras la Guerra Fría, cuando Washington parecía todopoderoso, ha terminado. Hace diez años el mundo empezó a dudar de que EEUU pueda con la carga global asumida. Hoy las dudas parecen aún más fundamentadas. Siria representa el primer caso desde hace mucho en el que la opinión pública se manifiesta unánime contra la intervención. Es lógico que casi tres cuartos de los estadounidenses no quieran otra guerra más. Lo que asombra es que las mismas tres cuartas partes de los norteamericanos no duden que Bashar Asad haya empleado armas químicas contra la población civil. Hace cinco o siete años, los estadounidenses no habrían reparado en exigir que “el mal” fuera castigado. Pero ahora, aunque crean que la tragedia siria es horrible, insisten en que esto no es asunto de EEUU y ya basta con los problemas internos. Y los políticos, electores para no perder la confianza en cuestiones internas de mayor importancia, no tienen más remedio que ada
ptarse.
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La agenda de política interior condiciona la política exterior.
Las maniobras de Barack Obama en el ámbito internacional se deben ante todo a su deseo de mantener las buenas valoraciones en su país. Por lo tanto, para los oponentes republicanos enterrar la reforma sanitaria de Obama, que dio lugar a la presente crisis política, es mucho más importante que mantener la reputación de EEUU fuera de sus fronteras. Hace dos años el mundo ya vivió una situación semejante a la espera de la crisis, hasta que en el último momento el Congreso y la Administración acordaron las medidas para evitarla. Es probable que esta vez veamos el mismo desenlace.
Como dijo Vladímir Putin en el artículo que publicó The New York Times, la idea de los estadounidenses de que su país ha de ocupar un lugar exclusivo es cuestionable. Ahora muchos países manifiestan el deseo de vivir en un mundo multipolar, y no se trata de una muestra de antinorteamericanismo.
Lo que sí quieren es no depender más de un solo centro.
Pero la política estadounidense se desarrolla de modo cíclico. El país empezó a ascender hace un siglo, convirtiéndose primero en líder del hemisferio; luego, en líder de Occidente; y luego, en líder global. Antes de este proceso, en la política nacional predominaba la tendencia de no intervenir en los asuntos que no afectasen directamente los intereses de EEUU.
Es posible que hoy seamos testigos del inicio de un nuevo ciclo.
Aunque sea imposible aislarse por completo en una economía global, es muy probable que EEUU opte por renunciar a gastos y esfuerzos de los cuales pueda prescindir, renegando así de su posición de única superpotencia a la hora de entrometerse en los asuntos de cualquier otro país. Dentro de tres años en EEUU se celebrarán elecciones presidenciales; quizás serán las más interesantes e importantes en muchos años.
Partiendo de la situación actual, es de suponer que los candidatos van a representar dos ideas de futuro radicalmente diferentes.
Una llamará a volver a las tradiciones de Reagan y Clinton, la otra a abstraerse de todo y centrarse en los problemas internos. Aunque ahora la segunda opción parece poco probable, cierto es también que toda esta historia demuestra que, tarde o temprano, lo imposible llega a ser una realidad.
En este contexto, las relaciones ruso-estadounidenses parecen bastante extrañas.
Por un lado, saltan a la vista las evidentes discrepancias respecto a los conceptos básicos de la política interior y el orden mundial. Falta una agenda de cara al futuro: los viejo temas están ya casi agotados y los nuevos no aparecen. Por otro lado, ambos estados han entrado en una fase de reflexión sobre el futuro y sobre su papel en el mundo.
Pese a obvias diferencias, la situación de Rusia tiene mucho en común con la de EEUU. Las prioridades de los veinte años transcurridos tras la caída de la URSS ya se han cumplido, al menos en la medida de lo posible. Moscú ha recuperado el papel de centro de influencia que el mundo ha de tomar en consideración.
¿Y ahora, qué?
No basta con ofrecer una dura oposición a EEUU y sus aliados. El mundo no necesita lucha, la situación ya es demasiado grave. El mundo necesita soluciones. Además, a medida que se reduce la influencia de EEUU, en el escenario mundial será más relevante que la oposición a Washington la posibilidad de rellenar esa falta de alguien capaz de asumir las funciones reguladoras en las relaciones internacionales. Es evidente que China no se propone asumir estas funciones. Rusia también optaría por evitarlo, pero debido a las peculiaridades de su economía y posición geopolítica, será la primera en percibir las consecuencias del caos mundial.
Por eso Moscú necesita, como nadie, un papel pacificador y no provocador.
Siria es el primer serio intento de actuar en esta calidad y Moscú asume los riesgos. Vetar cualquier propuesta en el Consejo de Seguridad es menos arriesgado que volcarse a un gran juego diplomático.
Sin embargo, evitarlo totalmente no daría resultado alguno, ya que la propuesta que hace unas semanas pareció una utopía ahora supera los escollos políticos y confirma la demanda de una diplomacia de verdad.
Es imprescindible para EEUU, que -a la luz de las causas descritas- también estima en demasía sus fuerzas y necesidades reales.
En tiempos de la guerra fría todo se decidía entre Moscú y Washington. Hoy la situación es diferente. Sin embargo, muchas cosas vuelven a decidirse en las capitales de estas dos potencias, pues resulta que nadie más está dispuesto a asumir la iniciativa.
*Fiodor Lukiánov es presidente del Consejo de Política Exterior y Defensa. Director de la revista Rusia en la política global, una prestigiosa publicación rusa que difunde opiniones de expertos sobre la política exterior de Rusia y el desarrollo global. Es autor de comentarios sobre temas internacionales de actualidad y colabora con varios medios noticiosos de Estados Unidos, Europa y China. Lukiánov se graduó en la Universidad Estatal de Moscú.
Viejo Condor
RIA Novosti (SIC)
Fiodor Lukiánov
LA OPINIÓN DEL AUTOR NO COINCIDE NECESARIAMENTE CON LA DE RIA NOVOSTI