miércoles, 23 de febrero de 2011

Las revoluciones pueden ocurrir también en países del espacio postsoviético

Cairo
Tras la noticia sobre la dimisión del presidente de Egipto Hosni Mubarak la revista estadounidense “Time” se precipitó a publicar la lista con nombres de otros diez “dictadores” que deberían seguir el ejemplo del máximo mandatario egipcio.

En esa lista fueron incluidos dos líderes de las antiguas repúblicas soviéticas, el presidente de Bielorrusia, Alexander Lukashenko, y su homólogo de Tayikistán, Emomali Rajmonov.

¿Por qué fueron elegidos precisamente estos países y no Georgia, Azerbaiyán o Turkmenistán que tampoco son precisamente ejemplos de democracia y libertad? Posiblemente, porque algunos círculos políticos de EEUU quieren sustituir lo real por lo conveniente: Georgia es un fiel aliado de Estados Unidos en el proceso para “contener” de Rusia y Turkmenistán y Azerbaiyán son suministradores de gas natural que es muy necesario.
Este enfoque, sin embargo, entraña mucho peligro, igual que la costumbre de ver lo que uno desea allí donde no lo hay. En realidad, el desarrollo de los acontecimientos en Egipto y Túnez distan de estar claros y recuerdan la famosa fábula sobre los tres sabios, cada uno de los cuales tocó en la oscuridad una pierna, la trompa y la oreja de un elefante, respectivamente, y ninguno de los tres, por supuesto, llegó a descubrir que se trataba de un elefante.

En Estados Unidos y Europa Occidental la mayor parte de los medios de información influyentes en un arranque de idealismo ve lo sucedido en El Cairo y Túnez como un “avance” y una “lección para todos los dictadores del planeta”.
La minoría tiene una visión más realista y no descarta que los acontecimientos se desarrollen de acuerdo con un guión mucho más funesto. Y, finalmente, la prensa iraní vislumbra con esperanza en los acontecimientos en Egipto la tan largamente esperada “Revolución islámica”, seguidora de la tradición de la revolución anti-monárquica en Irán de los años 1978-1979. En aquella ocasión en el país llegó al poder el Ayatollah Jomeini y ocurrió lo que ocurrió.

De las revoluciones se habla bien o no se dice nada
La verdad sea dicha, los tres puntos de vista son correctos, pero no son suficientes. La postura de los medios de información occidentales es la más vulnerable, aunque los manifestantes de Egipto y Túnez utilizaron tecnologías modernas, es decir, Google y Twitter, tan apreciados por los expertos estadounidenses.

“Es absolutamente evidente que tanto los egipcios como los tunecinos lograron una espectacular victoria sobre el despotismo y la corrupción en nombre de la libertad, el autogobierno y la dignidad humana”, manifestó en las páginas del diario “The New York Times” el publicista Roger Cowen.
Palabras muy bonitas, pero de momento los intentos de recuperar la dignidad humana se reducen en ambos países a las demandas colectivas de subir los sueldos. Y el liberal “New York Times” lleva años advirtiendo sobre los daños que causan a la economía un rápido aumento de sueldos y los gastos sociales.

Los partidarios de la “visión optimista de las revoluciones islámicas” de Cowen, sin embargo, reconocen de mala gana que las revoluciones también tienen sus desventajas. Y enseguida se recuerda a los “Hermanos musulmanes”, organización egipcia, incluida por Rusia a principios de los 2000 en la lista de grupos terroristas. No obstante, en la análoga lista estadounidense dicha organización, a diferencia del HAMAS, no aparece. ¿Por qué será?
Todo parece indicar que la razón radica en la diferente “especialización” de estos grupos: Hamas se dedicaba a luchar principalmente contra Estados Unidos e Israel, mientras que los “Hermanos musulmanes” todavía durante la URSS solían llevar a las regiones musulmanas del país literatura ilegal. Así que la Unión Soviética luchaba contra las organizaciones islamistas antisoviéticas y Estados Unidos contra aquellas anti-estadounidenses. Por otra parte, para los terroristas Rusia no es sino parte del mundo occidental, la periferia del gran mal.

Dicho sea de paso, tanto durante el conflicto entre Armenia y Azerbaiyán por la región de Alto Karabaj como durante las dos guerras ruso-chechenas, en el territorio de la antigua URSS operaron “voluntarios” de los países islámicos, procedentes de Egipto, Yemen, Arabia Saudí y otros. Es decir, eran súbditos de aquellos “regímenes” que corren el peligro de desaparecer en caso de llegar hasta allí los ánimos revolucionarios que se produjeron en Egipto, un país clave en el mundo árabe.

En su momento se logró frenar las actividades de los terroristas árabes en Chechenia gracias a que Moscú llegó a un entendimiento con el régimen de Hosni Mubarak y de otros países árabes. El argumento de Moscú fue convincente: tras utilizar el Cáucaso Norte como polígono para entrenar métodos de lucha violenta, los fundamentalistas pasarán a crear más problemas en los países árabes.
De todos los Estados del Oriente Medio, fueron precisamente las antiguas autoridades egipcias las que colaboraron con Rusia de manera más activa y, en concreto, el director de los servicios secretos egipcios, el actualmente desaparecido de la escena Omar Suleiman.
A pesar de las declaraciones de los “Hermanos musulmanes” de que a los rebeldes en el Cáucaso ruso se brindaba exclusivamente ayuda ideológica, las autoridades egipcias consiguieron controlar con mano férrea no sólo a los miembros de la organización clandestina, sino a los estudiantes rusos de las universidades egipcias que sucumbieron a las persuasiones de éstos. ¿Se logrará llegar a cooperar de una manera semejante con las nuevas autoridades del país?

¿Puede pasar esto aquí?
No puede sorprender, sin embargo, que sea en los países de la Comunidad de Estados Independientes (CEI) (y no en Rusia) donde se lea con más atención la lista elaborada por Time sobre los dictadores que han de caer muy pronto.

En relación a los acontecimientos ocurridos en Egipto y Túnez, la postura oficial de algunos gobiernos en el oriente postsoviético se puede resumir con el título de la famosa novela de Sinclair Lewis: “Eso no puede pasar aquí”.
Los expertos en esos países señalan lo poco consistentes que son las especulaciones sobre las supuestas tradiciones propias que hacen imposible la caída de los regímenes existentes desde Brest hasta Vladivostok.

A esto hay que añadir que cualquier grupo político con fuerzas suficientes para alcanzar el poder mediante una revuelta o golpe de Estado sería peor para esos países que el Gobierno actualmente en el poder. Es una realidad del mapa político de la CEI.
Es evidente que son necesarios cambios, pero estos no deben llegar como resultado de las acciones de un “usurpador colectivo”, las masas revolucionarias. Es preciso llenar urgentemente de contenido institutos –mortecinos en los últimos años- como las elecciones, la sociedad civil, la oposición y los medios de comunicación independientes.

Y aquí, mucho depende de la voluntad de los líderes de esos países: de su capacidad para distinguir la retórica y las medidas artificiales de la preocupación real por las necesidades del pueblo.

En primer lugar, este contraste entre los éxitos proclamados y la realidad salta a la vista en las cuestiones económicas. El derrocado presidente de Túnez, Zine El Abidine Ben Ali, gustaba de proclamar que, durante los 23 años de su gobierno, la renta per cápita en Túnez se había triplicado, pasando de 1.201 dólares a 3.786.

De acuerdo con los datos oficiales del consejero del presidente de Kazajstán, Ermujamet Ertysbaev, en los últimos 16 años de gobierno del presidente Nazarbaev, la renta per cápita se ha elevado de 700 a 9.000 dólares. En el papel, el salto es todavía más impresionante que en el caso de Túnez… y, sin embargo, no estaría de más recordar cómo han crecido los precios de los alimentos, la gasolina y la vivienda durante ese período.

No es hambre lo que provoca las revoluciones
Como muestra la experiencia histórica, las revoluciones no ocurren cuando la gente se muere de hambre, sino cuando desde una situación de estabilidad y moderado crecimiento económico se producen caídas pronunciadas en un período breve de tiempo.

Son muy pocos los líderes autoritarios que han podido dejar el poder con dignidad, evitando este tipo de revueltas. Además del líder de Singapur, Lee Kuan Yew, citado por Ertysbaev, sólo es posible citar aquí a dos mandatarios europeos: el francés Charles de Gaulle y el finlandés Urho Kekkonen (que gobernó en Finlandia con intervalos entre 1956 y 1982). Pero no hay que olvidar que estos últimos gobernaron en una época en la que todavía no existía Internet y durante un período de fortísimo crecimiento económico en Occidente. Nada parecido se vislumbra ahora en el horizonte económico.
Y esta distancia entre los éxitos proclamados y la realidad del país no se da sólo en la economía. El Gobierno egipcio estaba muy orgulloso de los logros alcanzados en el desarrollo cultural del país, como por ejemplo la reconstrucción de la Biblioteca de Alejandría; todos los años se ampliaban las filas de la unión egipcia de escritores. Pero casi nadie se preocupaba del efecto real de las inversiones realizadas en tales proyectos. De hecho, con unas elevadas tasas de analfabetismo, serían pocos los egipcios capaces de valorar proyectos como los de la biblioteca.

Estas cuestiones, sin embargo, preocupaban poco a Mubarak, satisfecho con el sistema de poder que se había construido. En una entrevista concedida en 2007 a la arabista Elena Supónina, comentarista del periódico Vremia Novostei, Mubarak se permitió el lujo de aconsejar a Putin que se presentara a la reelección por tercera vez, haciendo caso omiso de las protestas de la oposición.

No parece hacerse tampoco demasiadas preguntas el presidente de Kazajstán, Nursultán Nazarbaev, que acaba de convocar unas elecciones presidenciales extraordinarias para el tres de abril. Pero las preguntas que se ignoran durante demasiado tiempo, tienen la mala costumbre de reaparecer después, sólo que en un tono mucho más alto…


Viejo Condor

RIA Novosti (SIC)

Dmitri Babich

LA OPINIÓN DEL AUTOR NO COINCIDE NECESARIAMENTE CON LA DE RIA NOVOSTI

No hay comentarios: