jueves, 25 de abril de 2013

Las amenazas internas importan más que las externas



Fiodor Lukiánov

La historia de dos emigrantes de la antigua URSS que resultan ser los presuntos autores del atentado de Boston dejó pasmados a muchos comentaristas.
El terrorismo es un fenómeno a escala global, al menos así lo acostumbraron a calificar en el período transcurrido desde el 11 de septiembre de 2001. Si los terroristas de Boston fueran partidarios del Islam radical, que de esta manera intentan hacer sacar a EEUU de los “lugares santos” o se vengan de la política estadounidense, todo parecería más lógico. Otro motivo entendible y evidente para semejante acto brutal es el odio de los ultraderechistas contra el Gobierno estadounidense, sobre todo con el presidente actual. Sin embargo, en este caso sucede algo totalmente diferente. Los hermanos Tsarnaev no tenían razones reales para abominar de EEUU, que les dio refugio y educación. Tampoco tenían por qué vengarse por Oriente Próximo, ya que no tienen vínculos allí. Y la declaración de Dzhokhar Tsarnaev de que actuó en respuesta a las guerras de EEUU en Irak y Afganistán parece más un intento de inventar una justificación que un motivo real.
Lo ocurrido da muestras de que en el mundo contemporáneo se borraron los límites entre lo externo y lo interno, lo social y lo individual. Tampoco vale la vieja teoría de cómo luchar contra el extremismo, qué hay que hacer y dónde hay que hacerlo para evitar la violencia.
Aunque muchos comparan este acto con la tragedia de hace 12 años, en realidad esta comparación es una muestra más de cómo ha cambiado todo. Los atentados contra Nueva York y Washington en 2001 estimularon cambios en la política mundial que en aquel momento eran imprescindibles ya. Finalizada la Guerra Fría, EEUU, de facto, quedó como la única superpotencia existente. Los ataques suicidas mostraron que la amenaza a la seguridad de esta superpotencia proviene de cualquier parte del mundo, por lo cual las medidas para evitarla deben abarcar todo el mundo. Los años posteriores fueron un período en el que EEUU intentó formalizar su estatus de líder mundial.
El “terrorismo internacional” llenó, por un cierto tiempo, el nicho que quedó vacío después de la desintegración de la URSS, convirtiéndose en un nuevo punto de referencia para la oposición universal. Como base ideológica EEUU escogió la promoción de democracia, pues, de acuerdo con un postulado liberal, unas democracias no entrañan peligros para otras democracias. Sin embargo, la democratización por la fuerza, que fue inculcada donde no había condiciones para una democratización natural, generó una oposición y una hostilidad crecientes. Además, resultó que el concepto “terrorismo internacional” suma fenómenos de diferente procedencia, que requieren enfoques totalmente distintos.
El que EEUU reclamara el liderazgo mundial bajo el lema de la lucha contra el terrorismo, provocó una contracción, explícita o implícita, en casi todo el mundo; el sistema internacional se negaba a someterse a cualquier jefe unipersonal. Como consecuencia, el modelo de la política de la Administración de George W. Bush, que en esencia fue imperial, se agotó.
Con Obama las discusiones sobre la lucha contra el terrorismo se convirtieron más bien en un sonido de fondo obligatorio. La liquidación de Bin Laden le permite denegar los reproches de que se haya olvidado de las víctimas del 11-S. Pero en lo demás, Obama se alejó mucho de los postulados formulados tras los atentados de 2001. El fin de las guerras en Irak y Afganistán, el intento de minimizar la aportación militar a las crisis actuales (liderazgo disimulado en el caso de Libia, e indiferencia en el caso de Siria), la reducción de gastos militares y la actividad replegada donde parece de importancia vital y el débil apoyo a la democracia prestado, como regla, solo cuando los cambios ya son inminentes... es una línea que despierta críticas en EEUU, acostumbrado a estar mucho más destacado en todas las situaciones. Sin embargo, Obama está convencido de que hoy EEUU, así como otros países, ante todo debe ocuparse de sus problemas internos. Los problemas principales nacen dentro, aunque los catalicen algunos factores externos. Por eso es entendible el asombro de Obama: ¿Cómo es posible que jóvenes que vivieron entre nosotros y fueron formados y educados en nuestra sociedad, sean capaces de cometer un acto así?
A raíz del 11-S, EEUU, en esencia, declaró que estaba dispuesto a cambiar el mundo para que correspondiera a sus necesidades y asegurara su desarrollo. El enfoque de hoy es diferente: consiste en cambiar a sí mismo para corresponder con los retos del mundo actual. En los 12 años transcurridos tras el vuelo de los kamikazes, Washington se dio cuenta de que ni siquiera la superpotencia más poderosa en la historia de la humanidad es capaz de llevar por sí sola la carga de la hegemonía mundial. Pero, objetivamente, ahora no tiene con quién compartirla: los que podrían asumir una parte no lo quieren, y los que están dispuestos, no podrán. Esto quiere decir que ya es hora de retirarse observando cómo se resolverá la situación por sí misma.
El atentado en Boston mostró una vez más que la línea de tensión en el mundo de hoy no pasa entre civilizaciones o religiones, como se predijo tras la guerra fría, sino por dentro de las sociedades. Por eso a raíz del atentado de Boston se habla tanto de la política migratoria y social: los autores del atentado recibieron prestaciones públicas. En Europa desde hace tiempo se habla del problema de los inmigrantes de segunda generación, que al perder su identidad antigua no adquieren una nueva completa. Francia, Gran Bretaña, Países Bajos lo ven como problema desde hace años ya, mientras que en EEUU se consideraba que cualquiera saldría renovado de su caldera de fusión.
Los modelos de crecimiento económico y seguridad social agotados, la estratificación de la propiedad, el conflicto entre generaciones, los roces entre portadores de diferentes culturas que coexisten en un campo, la polarización política: todo ello, en medidas diferentes, es característico de países de cualquier régimen político-social y de cualquier orientación ideológica. De EEUU a España, de Yemen a China. Los brotes de terrorismo no son consecuencia principal de la situación, por lo cual no tiene sentido ponerlos en la mira, restando importancia a otras manifestaciones. La cuestión del terrorismo vuelve a ser la prioridad de servicios los especiales destinados a detectar y prevenir atentados. Ya es hora de que los políticos se ocupen de otras cuestiones. 
*Fiodor Lukiánov es presidente del Consejo de Política Exterior y Defensa. Director de la revista Rusia en la política global, una prestigiosa publicación rusa que difunde opiniones de expertos sobre la política exterior de Rusia y el desarrollo global. Es autor de comentarios sobre temas internacionales de actualidad y colabora con varios medios noticiosos de Estados Unidos, Europa y China. Lukiánov se graduó en la Universidad Estatal de Moscú.

Viejo Condor
RIA Novosti (SIC)
LA OPINIÓN DEL AUTOR NO COINCIDE NECESARIAMENTE CON LA DE RIA NOVOSTI

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