martes, 28 de febrero de 2012

Una lucha de fantasmas


El primer ministro y candidato a la presidencia rusa Vladímir Putin

Comenzaré por lo evidente. Putin consiguió ganar la campaña electoral. No las elecciones, sino la campaña: aumentó su ventaja y tomó control sobre la situación.
Un factor importante que contribuyó a ello fue la ráfaga de publicaciones en la prensa que de repente hizo llover el político. A pesar de que a los lectores exigentes sus artículos podrían parecerles demasiado abstractos o, al revés, demasiado concretos, cargados de populismo o faltos de promesas, demasiado complicados o primitivos y, por supuesto, siempre con retraso, lo importante es que durante últimas semanas todos los medios han discutido qué había dicho Putin y cómo lo había dicho.
Este hecho diferencia notablemente la campaña presidencial de la parlamentaria, que sí protagonizada por la oposición y los movimientos callejeros.
Hoy, estos movimientos son al menos dos: el de protesta y el de apoyo al gobierno. Y aunque uno de ellos, en opinión de muchos, no es “auténtico”, los partidarios (o mejor dicho “admiradores”) de Putin consiguieron cierto efecto movilizándose y saliendo a la calle junto con sus adversarios: la confrontación pasó de la fase aguda a la estable, lo cual ya supone una posibilidad de compromiso.
De alguna manera ya es un logro el hecho de que ninguna de las partes se disponga a monopolizar el concepto de 'pueblo'. Nadie intenta poner en escena el espectáculo “el pueblo contra el tirano” o al revés, “el líder nacional contra los traidores”, con un espectáculo que termine con la ejecución, real o simbólica, de la parte perdedora.
En vez de esto, las partes dividieron al “pueblo” representado por los manifestantes. Según se dice, unos se quedaron con su “mayor” parte, otros con la “mejor”.
Esta división por el momento satisface a ambas partes. La oposición callejera reconoce tácitamente el derecho de las estructuras del poder a representar a la dependiente y paternalista mayoría, la mayoría que está 'offline'. Pero esta mayoría, sea como fuera, asegura la legitimidad electoral. Mientras, las autoridades de mala gana aceptan que los manifestantes del otro bando representan a las “capas progresistas de la sociedad”, lo cual les garantiza una posición privilegiada en el sistema político.
Esto es prácticamente un final feliz. Se podría poner punto final si no fuera por un detalle. La confrontación de los dos movimientos, que consiguieron un equilibrio tan oportuno, en realidad, es falsa.
La “mayoría” de los rusos, desde luego, no es lo mismo que las “capas progresistas” pero tampoco es un territorio de lealtad ciega, sorda y muda. Hay más indignación que la de estos 100.000 habitantes capitalinos. Y tienen bastante más motivos para estarlo.
Aunque Putin consiguiera en las presidenciales de 2012 una victoria convincente y honesta, el factor de la “mayoría de Putin” de sus mandatos anteriores es irrepetible. Se basaba en la posibilidad del líder popular de distanciarse del sistema de poder impopular aprovechando las expectativas ciudadanas de tomar la revancha contra las élites rapaces. Pero con el paso de tiempo este juego se hace cada vez más complicado. Debido a sus propios avances en el camino de la consolidación del poder, el líder popular prácticamente se fundió con el sistema impopular. Esto hizo que su popularidad disminuyera y cambiara de rasgos (lealtad activa antes y pasiva o indiferente ahora).
Hoy se hace evidente la tentativa de Putin de volver a la línea de salida, volver a distanciarse de las estructuras de poder impopulares. Su campaña electoral está impregnada de alusiones al Putin de antes. Pero el tiempo es irreversible. Difícilmente se volverá a producir el efecto paradójico de la confianza en el líder compaginada con la plena desconfianza en el Estado.
Desde el punto de vista histórico es para mejor. Si el líder ya no es capaz de inspirar confianza cuando se desconfía del Estado, quizás se vea obligado a intentar que el propio estado merezca la confianza.
En cuanto a la otra cara del asunto, las protestas en Moscú, es igual de descabellado identificarlas con la modernización, como el iPad utilizado por el jefe de Estado. Después de todo, estas protestas fueron protagonizadas más bien por jóvenes bohemios de clase media que por una vanguardia de la economía del conocimiento.
En este aspecto el concepto de la “clase creativa” juega un papel ambiguo ya que conduce a una confusión con respecto a los sujetos sociales que impulsan la modernización. El centro de atención resulta desviado hacia los que manejan la información, las opiniones, la moda, en vez de hacia los que crean y transmiten los conocimientos o aseguran el funcionamiento de los complicados sistemas sociales o tecnológicos. Detrás de una abigarrada y ruidosa avanzadilla compuesta por los periodistas, analistas del mercado y hoy también líderes profesionales de opinión (los blogueros), dejamos de ver los grupos que realmente impulsan el desarrollo: científicos, ingenieros, expertos en tecnología... No hay motivos, sin embargo, para contraponer ambos colectivos entre sí, pero sus demandas se diferencian tanto por el contenido como por el estilo.
Se puede hablar de dos polos convencionales de la clase culta: los “bohemios” y,  aplicando el término de John Kenneth Galbraith, la 'tecnoestructura' conformada por el conjunto de técnicos o profesionales que manejan los sistemas complicados tanto materiales como sociales.
Si el primer polo tiene cierta representación en la vida social y política de Rusia, el segundo, por desgracia, sigue guardando silencio como la tan mentada mayoría silenciosa.
Pero en la política, si tú guardas silencio, otro habla por ti. Resulta que en la 'pseudoconfrontación' entre las autoridades y el movimiento de protesta ambas partes falsifican su base social. Unos fingen que son los promotores de la modernización, los otros que representan a la mayoría social. Es un desfile de fantasmas, de entes ficticios.
Esto tiene sus ventajas. El daño que es capaz de originar la lucha entre los seres ficticios no es tan grande como en el caso de los auténticos. Pero tampoco servirán de punto de apoyo en una lucha real. Cualquier estructura política basada en esta simetría de los fantasmas será efímera y en el mejor de los casos durará hasta que se indigne la mayoría real y se necesite una clase que impulse la modernización.
* Mijaíl Rémizov es Presidente del Instituto de Estrategia Nacional.

Viejo Condor
RIA Novosti (SIC)
Mijaíl Rémizov

LA OPINIÓN DEL AUTOR NO COINCIDE NECESARIAMENTE CON LA DE RIA NOVOSTI

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