jueves, 1 de septiembre de 2011

El silencio de China

Fiodor LukiánovÚltimamente, China opta por un papel poco activo en el proceso internacional.

Y eso pese a que todos los acontecimientos del verano pasado, como la guerra y los desórdenes en África del Norte y en Oriente Próximo, las colisiones político-económicas en EEUU, la fiebre financiera en Europa y las crisis de Japón, tienen mucho que ver con los intereses de Pekín.

Parece que este intento de no atraer la atención se debe a una seria preocupación de las autoridades chinas por dichos eventos y su deseo de ganar tiempo para analizar los cambios tranquilamente.

La política exterior de China obedece al principio de no arriesgar sin que haga falta, que remonta a los postulados de Deng Xiaoping, desde hace unos decenios. Pekín solía creer, y no sin tener razón, que manifestando sus ambiciones y posibilidades crecientes sólo habría impedido su propio desarrollo, ya que los éxitos de China ya no dejaban dormir tranquilamente a todo el mundo, aun cuando se abstenía de la intervención alguna.

En los años 2008 y 2009, sin embargo, China cambió de imagen. Los Juegos Olímpicos de Pekín mostraron que el papel de China era mucho más considerable de lo que se solía pensar. Otro factor que hizo al país asiático sentirse más seguro fue la crisis económica mundial.

Se considera que precisamente China sufrió pérdidas menores y fue la primera en superarla. En el año 2010, la voz de Pekín sonó más alto y de manera más determinada, tanto en lo que se refería a los problemas regionales (como en el caso de la escandalosa declaración de que el mar de la China Meridional era la zona de intereses nacionales), como en las cuestiones de carácter global. Y aunque dentro del país hubo quien no estaba de acuerdo con que China hubiera abandonado su política de línea modesta, los cambios ya eran inevitables.

El año 2011 cambió el mapamundi. Está claro que las expectativas del Occidente democrático de que la primavera árabe alcanzara China también, carecían de fundamento, ya que la situación en China es totalmente diferente.

Sin embargo, en la propia China existe la convicción de que cualquier revisión del estatus quo en las regiones importantes del planeta afecta el balance existente, lo que puede acarrear cambios impredecibles. Y de que, de ocurrir así, es mejor distanciarse del epicentro de la calamidad esperando cómo concluirá.

Esta idea explica la postura pasiva de China hacia los cataclismos árabes. Los medios chinos ofrecen una cobertura de acontecimientos muy limitada, con tal de evitar que la población pueda encontrar algo en común con la situación dentro del país.

Aunque China está categóricamente en contra de la intervención en asuntos internos de cualquier país, se abstuvo de vetar la resolución del Consejo de Seguridad de la ONU sobre Libia, quedando intencionadamente a la sombra de Rusia cuya postura fue discutida por todo el mundo.

Pekín apenas comentaba las acciones militares, sobre todo en su etapa final, que en cierto momento se convirtieron en una evidente operación extranjera para el cambio del régimen libio. No hizo ninguna protesta aunque hubo contra que protestar. Tampoco apenas reaccionó cuando los líderes de los rebeldes declararon que las empresas chinas (así como las rusas y brasileñas) pueden olvidarse de la nueva Libia.

Pekín optó por analizar las perspectivas del reconocimiento de las futuras autoridades y de la interacción alguna con éstas. En fin, acerca del siguiente foco de tensión, Siria, Pekín tampoco emprende algún paso decisivo, escondiéndose por detrás de Moscú sin iniciativa alguna.

Otro ejemplo, aún más ilustrativo, de cómo China va guardando silencio aunque le cuesta mucho, es el de la deuda estadounidense que amenazó en agosto con la quiebra de EEUU. Pekín está verdaderamente enojado con el comportamiento de Washington. Mientras que China está por hacer todo lo posible por la estabilidad de la economía estadounidense (por estar muy vinculado a ésta), Washington no repara en arriesgar su estabilidad económica debido a sus conflictos políticos internos.

Sin embargo, China se limitó con un par de comentarios críticos muy bien pensados.

Una de las razones es que las autoridades chinas no quieren que su propia población se dé cuenta de lo mucho que depende la economía china de la estadounidense, para que no se le ocurra dudar la sabiduría de la política del Partido.

Además, Pekín cree que no le conviene calentar las pasiones: en todo caso, no puede influir en la política de EEUU, mientras que se verá afectado al dar triunfos a los conservadores estadounidenses con sus ideas anti chinas.

Por eso cuando en agosto pasado el vice presidente de EEUU, Joe Biden, visitó China para asegurar al prestamista de la fiabilidad del deudor, le acogieron de manera muy respetuosa sin omitir las habituales palabras sobre la confianza y la cooperación.

(Mientras tanto, Pekín se pronuncia de manera mucho menos reservada acerca de las deudas de Europa: primero es que depende de ella mucho menos, y segundo es que no le tiene miedo ninguno, al revés, sus líderes son acogidos en las capitales europeas con pompa demasiada.)

China está viviendo un momento crucial: para el Congreso del Partido Comunista del año 2012 está previsto el cambio de la cúpula dirigente. Aunque ya se saben todos los nombres y las sorpresas son imposibles, los líderes toman este proceso con la máxima seriedad.
Debe ser excluida cualquier posibilidad de la desviación del curso preparado. En Pekín se dan cuenta de la particularidad del ambiente internacional actual que consiste en que es imposible protegerse del factor externo por completo.

Cualquier fallo, aunque sea mínimo, por dentro puede tener una repercusión peligrosa fuera. Y los acontecimientos del año 2011 ya han mostrado que una chispa pequeña puede llevar a las destrucciones mayores.

Antes de que el poder en Pekín quede en las manos de la nueva generación, China mantendrá su postura reservada y silenciada, por minimizar los riesgos. Pero los dirigentes del futuro tendrán que tomar decisiones fundamentales. Se considera que el futuro líder, Xi Jinping, es más conservativo. Pero ya veremos si será así también su política en general.

EEUU, como un socio económico, se hace cada vez menos fiable. El actual modelo de desarrollo de China consiste en aprovechar las ventajas de la interdependencia global. ¿Intentará China abandonar este modelo? De mantenerlo, se expondrá a demasiados riesgos: una presión consciente desde el exterior, como la introducción de medidas proteccionistas contra las mercancías chinas, o el colapso de toda la construcción debido a algunos pasos mal pensados de las autoridades.

Si Pekín opta por distanciarse y apartarse de todo el mundo de verdad y no sólo en palabras, como después de la crisis del 2008, todo el sistema mundial se verá transformado. Se tratará de una nueva desglobalización, con el cambio de los parámetros del desarrollo internacional no sólo económicos sino políticos también.


Viejo Condor

RIA Novosti (SIC)

Fiodor Lukiánov



LA OPINIÓN DEL AUTOR NO COINCIDE OBLIGATORIAMENTE CON LA DE RIA NOVOSTI

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