El papel estratégico del petróleo en la crisis global del sistema capitalista
El petróleo es, por el momento, el motor del desarrollo de la economía mundial. No sólo es uno de los principales elementos de referencia para planificar la política económica de un país, sino el elemento principal para diagnosticar la salud del sistema económico capitalista tal y como hoy lo conocemos.
Desde que en 1908 se descubriese el primer yacimiento importante de petróleo en Irán, los países desarrollados, especialmente los EEUU, consideraron estratégicamente importante la creación de estados que fuesen leales y, al mismo tiempo, deudores en esa zona del mundo. Así, en 1922 se apoya la creación de Arabia Saudí y en 1961 se reconoce a Kuwait (que hasta ese momento había sido una provincia iraquí). Pero lo más importante viene después. La radicalización del Baas iraquí –que había derrocado a la monarquía con un golpe militar en 1963- tras la llegada de Sadam Husein al poder y su alianza con la Unión Soviética sembró la alarma de las potencias occidentales y en menos de cuatro meses (desde el 15 de agosto al 2 de diciembre de 1971) se reconoció a otros tres nuevos estados en la zona: Bahrein, Qatar y los Emiratos Árabes Unidos. En otras palabras: donde había petróleo se puso un emir o un rey y se reconoció a un país.
Pero los nuevos estados, conscientes de su poder, desatan la primera crisis del petróleo en 1973 y es en ese momento cuando se inician una serie de estudios sobre las reservas conocidas, dónde podría haber nuevos yacimientos y cuánto tiempo puede durar este combustible fósil que, como tal, es perecedero. Como consecuencia de estos estudios se considera hoy que hay reservas suficientes para garantizar la producción al mismo nivel que ahora, o incluso algo superior, durante 50 años aproximadamente. Por lo tanto, se puede decir que el petróleo es un recurso estratégico a medio y largo plazo.
Se da la circunstancia que las reservas que se conocen están, en sus dos terceras partes, en Oriente Medio. Según los datos del Stadistical Review of World Energy del año 2006, el último publicado por ahora, de unas reservas totales de 1’2 billones de barriles de petróleo Oriente Medio cuenta con el 61’9% y son dos países, Arabia Saudí e Irán, los que encabezan en ranking con el 22% y 11’5% de esas reservas, respectivamente. Es decir, que son dos países quienes poseen un tercio de las reservas mundiales de petróleo. Un dato que nos puede ayudar a comprender no sólo la importancia de conflictos como el de Iraq, sino las amenazas que se vienen vertiendo contra Irán.
Por el contrario, en todo el continente americano (norte y sur) las reservas probadas suponen sólo el 13’6% del total del planeta y de esa cantidad las tres cuartas partes se encuentran en Venezuela. Y por lo que respecta a Europa (especialmente Rusia y su zona asiática) el porcentaje se sitúa en el 11’7%.
Con estas cifras a nadie puede extrañar que Oriente Medio sea, desde la década de 1980, una zona de intervención imperialista. Quien diseñó esta estrategia es el hombre que hoy aparece como adalid de la paz en el mundo, el ex presidente estadounidense James Carter, curiosamente, Premio Nobel de la Paz. La excusa fue el triunfo de la revolución islámica en Irán, en 1979, que derrocó al régimen corrupto y brutal del Sha, un hombre que había sido calificado como “un pequeño imperialista local” y que contaba con el aval de occidente. Es algo que dice Cyrus Vance, quien fuese Secretario de Estado de EEUU (Ministro de Asuntos Exteriores) con Carter, en sus memorias: “Dentro de la nueva estrategia militar de los Estados Unidos, que se basaba en la experiencia de la derrota en Vietnam, los gobiernos de Nixon y Ford y con el apoyo de Kissinger insistieron en que el Sha de Irán garantizara la estabilidad y gobernabilidad en la región” (1).
La “Doctrina Carter” y la invasión de Irak
La “Doctrina Carter”, como se la conoce en el ámbito de las relaciones internacionales, establece, en síntesis, que las reservas de petróleo del Golfo Pérsico son de vital interés para los EEUU y, a partir del momento en que se puso en práctica esta doctrina, 1981, se justifica la intervención militar. Las palabras textuales de esta doctrina son las siguientes: “Cualquier intento de parte de otra fuerza [ajena a los EEUU] de obtener el control del Golfo Pérsico, será considerado como ataque a los intereses vitales de los Estados Unidos y será rechazado por todos los medios necesarios, incluyendo los militares” (2).
Una decisión de política exterior de este calibre tenía que verse respaldada por un despliegue militar, y es así que se constituye la Fuerza de Despliegue Rápido, que actualmente se denomina Comando Central de los Estados Unidos, y que sirve al Ministerio de Defensa y el Pentágono para conducir todas las operaciones militares en Oriente Medio contando con bases aéreas en Bahrein, archipiélago Diego García (que arrienda a Gran Bretaña en el Océano Indico), Omán y Arabia Saudí.
Por lo tanto, no resulta novedoso el que las diferentes administraciones estadounidenses desde entonces (Reagan, Bush padre, Clinton y Bush hijo) hayan convertido Oriente Medio en la prioridad de su política exterior y, en concreto, la región del Golfo Pérsico, de importancia estratégica para la principal potencia del capital mundial.
Es sabido que EEUU produce sólo el 40% del petróleo que consume y que el resto tiene que importarlo. Al mismo tiempo, sus existencias de gas están reduciéndose progresivamente y apenas tiene ya capacidad para generar nuevas reservas. Estas -junto al diseño neocolonial de Oriente Medio para convertir a Israel en la potencia central de la zona y lograr su reconocimiento definitivo por los estados árabes considerados moderados, es decir, aliados de los EEUU- fueron las razones por las que invadió Iraq en el año 2003.
Como consecuencia del embargo que sufría Iraq, impuesto por la ONU tras la invasión de Kuwait en 1990, el país árabe tenía su industria petrolera prácticamente en mínimos. Sin embargo, había logrado burlar algunas de esas sanciones y había establecido acuerdos y firmado contratos de extracción y futura explotación del petróleo con compañías rivales de las estadounidenses como la Total Fina Elf de Francia, la Lukoil de Rusia y la Corporación Nacional de Petróleo de China. Es decir, había “otras fuerzas” intentando obtener el control de uno de los países más ricos en reservas petrolíferas del Golfo Pérsico –“Doctrina Carter”- y eso fue considerado un ataque a los intereses vitales de los Estados Unidos, por lo que se decidió invadir Iraq.
A través de esta acción, al margen de toda legalidad internacional, los EEUU se aseguraban el control del petróleo iraquí. Uno de los datos poco conocidos es que durante los bombardeos que iniciaron la invasión el único ministerio que no fue afectado por las bombas fue, precisamente, el de Petróleo. El otro, ya más conocido, fue que una de las primeras medidas del procónsul Paul Bremer fue desconocer los contratos firmados por el gobierno de Sadam Husein con las compañías antes mencionadas.
La estrategia estadounidense era doble. Por una parte, normalizar la producción petrolífera y facilitar la salida de Iraq de la OPEP lo que llevaría, a medio plazo, a un flujo de petróleo más barato y seguro al mercado al rebajar considerablemente el precio del barril hasta los 20 dólares. Por otra, en el caso de no lograr normalizar la producción a corto plazo, como así ha ocurrido, se mantendría a Iraq dentro de la OPEP pero reforzando siempre las posturas “moderadas” de Arabia Saudí y, al mismo tiempo, amenazando con incrementar la producción cuando fuese posible (el actual ministro del Petróleo de Iraq, el colaboracionista Hussein al-Sharistani, ha dicho que el objetivo a medio plazo es poner en el mercado más de 4 millones de barriles diarios, para llegar en el 2012 a los 6 millones) para lograr que el precio del barril no superase los 30 dólares y otorgando el control de los principales campos petrolíferos de Iraq a las multinacionales estadounidenses y británicas, principalmente (3). En ambos casos, los EEUU serían vistos no ya como una potencia imperial violatoria del derecho internacional sino una potencia hegemónica, sí, pero “benigna” al lograr moderar los precios del barril de petróleo e impedir una recesión económica a nivel mundial.
Reforzar a Arabia Saudí…
A cinco años de la invasión de Iraq, se puede decir que los planes de EEUU han fracasado. El precio del barril de petróleo supera los 140 dólares y en la OPEP hay marejada de fondo sobre la necesidad o no de introducir otras monedas, como el euro, en las transacciones financieras petrolíferas. Mientras países amigos de los EEUU como Qatar, los Emiratos Árabes Unidos o el mismo Kuwait están reduciendo el nivel de sus reservas monetarias en dólares e incrementando el porcentaje de sus reservas en euros (4), sólo los saudíes e iraquíes se mantienen fieles a la moneda estadounidense.
En Oriente Medio hay una situación de fragilidad que preocupa a los principales ideólogos estadounidenses, fragilidad acentuada desde que en el verano de 2006 el movimiento político-militar libanés Hizbulá derrotase a la hasta entonces todopoderosa máquina de guerra israelí. Pensadores como Patrick Clauwson o Michael Klave sostienen que EEUU, si quiere mantener su dominio en Oriente Medio debe preservar a Arabia Saudí de la inestabilidad puesto que este país posee el 22% de las reservas mundiales de petróleo. Hay otros más radicales, como Zbigniew Brezinski, ex Consejero de Seguridad Nacional, y Richard Haas, asesor de George Bush, que consideran que ha terminado el dominio estadounidense en Oriente Medio y que ha empezado una nueva era. Estos dos últimos personajes, por diferentes caminos, coinciden en señalar que “una nueva era ha comenzado en la historia moderna de la región (…) en la que la hay que tener en cuenta la preponderancia de las fuerzas locales [léase países] frente a los actores externos [las potencias tradicionalmente influyentes, como los EEUU]” (5).
Ni Brezinski ni Hass lo dicen con claridad, pero se puede afirmar que se está formando una nueva estructura regional de seguridad que incluye a varios países: Arabia Saudí, Turquía, Siria e Irán. Y de ellos, el primero y el último –los dos países con mayores reservas petrolíferas de la zona- son los más activos moviendo sus piezas en el tablero regional. Saudíes e iraníes se han enzarzado en una lucha sorda por el control no ya de Oriente Medio, sino del Magreb y el Lejano Oriente. Pero mientras que en el caso iraní no hay padrino y actúa así como consecuencia del fracaso de la estrategia estadounidense en Iraq, en el caso saudí es evidente que no se hubiese atrevido a dar ese paso de ejercer como potencia regional sin el apoyo, y beneplácito, de los EEUU al estar Israel sumido en una profunda crisis como consecuencia de sus fracasos en Líbano en 2006 y en Gaza en 2008. Es sintomático el papel que ha jugado, y sigue jugando, Arabia Saudí en Líbano: ha sido el país que más ha dificultado el acuerdo político, mantiene una dura crítica a Hizbulá y se ha mantenido al margen del acuerdo que las fuerzas prooccidentales y las nacionalistas negociaron, y alcanzaron, en Qatar el pasado mes de mayo, en virtud del cual los prooccidentales y pro saudíes pierden poder.
… y asegurar el agua
Sin embargo, con ser el petróleo el eje actual del conflicto en Oriente Medio y su repercusión en la economía mundial, no hay que perder de vista que la próxima crisis que se vislumbre en esta zona sea por el agua. Mientras que las reservas petrolíferas se mantienen, o incluso aumentan con el descubrimiento de nuevos yacimientos (de hecho la producción se mantiene hoy al mismo nivel que hace dos años, en los 85 millones de barriles diarios) no ocurre lo mismo con los recursos acuíferos, situados en estos momentos en el 1% del total mundial. Países como Bahrein, Jordania, Kuwait, Qatar, Arabia Saudí, Yemen, los Emiratos Árabes Unidos, Israel y los Territorios Ocupados de Palestina (en este caso por el robo de los acuíferos por parte israelí) tienen problemas evidentes de abastecimiento de su población. La ocupación de los Altos del Golán, pertenecientes a Siria, por Israel durante la llamada “Guerra de los Seis Días” se debió a las necesidades de agua de Israel y este es el hecho por el que todavía hoy el estado hebreo se niega siquiera a dialogar con Siria sobre la devolución de este territorio. Y la explotación de las aguas de los ríos libaneses Wazzani y Hasbani por los israelíes fue una de las razones de prolongar la ocupación del sur de Líbano durante 20 años, hasta que fueron obligados a abandonar el país tras una larga y heroica resistencia de Hizbulá. Sin embargo, los israelíes aún hoy impiden el pleno disfrute por los libaneses de las aguas de estos ríos (afluentes del río Jordán que fluye hacia el lago Tiberíades) pese a las carencias acuíferas del sur de Líbano bajo la amenaza israelí de ataque militar. Lo mismo sirve para mantener la ocupación de las granjas de la Shebaa, un territorio del sur de Líbano que Israel mantiene ocupado desde 1967. Se da la circunstancia de que las granjas de la Shebaa se ubican en la zona del monte Hermon, una importante reserva de agua subterránea, y están situadas muy cerca de los ríos Hasbani y Wazzani.
Precisamente este es uno de los motivos principales del conflicto en Líbano y del interés de EEUU en este pequeño país. En geopolítica no hay casualidades y, aunque no haya más espacio, merece la pena mencionar que casi coincidiendo con el bombardeo israelí de Líbano, en julio de 2006, se inauguró el oleoducto Bakú-Tiflis-Ceyhan que une el Mar Caspio con el Mediterráneo oriental (6). Un proyecto que servirá, entre otras cosas, para surtir de petróleo a Israel y que ha sido diseñado por EEUU. Lo mismo que el proyecto de oleoducto para traer agua a Israel, bombeándola desde las fuentes superiores del sistema de los ríos Tigris y Eúfrates (que nacen en Turquía pero la mayor parte de su recorrido se realiza por Irak).
(1)Cyrus Vance, “Hard Choices: Critical Years in America’s Foreign Policy”, Simon & Schuster Books 1983.
(2)Alberto Cruz., “Breve manual de la política exterior de los EEUU” http://www.avizora.com/publicaciones/politica_y_economia_americanas/politica_y_economia%20americanas_18.htm
(3)Alberto Cruz, “Irak, la baza de EEUU para evitar el derrumbe del dólar” http://www.nodo50.org/ceprid/spip.php?article73
(4)Ibid.
(5)Foreing Affairs, noviembre-diciembre 2006.
(6)Michel Chossudovsky, “La guerra del Líbano y la batalla por el petróleo” http://www.globalresearch.ca/index.php?context=va&aid=5841
Este artículo se publicó en el número 32 de la revista Pueblos del mes de junio de 2008, coincidiendo con la celebración de la cumbre alternativa a la oficial sobre el petróleo que tuvo lugar en Madrid. Se han actualizado los datos relativos al precio del petróleo y añadido una mención al acuerdo de Doha sobre Líbano
Alberto Cruz es periodista, politólogo y escritor. Especializado en Relaciones Internacionales. albercruz@eresmas.com
Viejo Condor
WebIslam (SIC)
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