domingo, 27 de septiembre de 2015

Rusia, aliado indispensable en Siria


Vladímir Putin, presidente de Rusia

A pesar del mantenimiento artificial de diferencias que solo ocultan intereses geopolíticos, Europa y EEUU empiezan a aceptar, y en muchos casos no sin alivio, que una solución del conflicto sirio es imposible sin la participación protagonista de Moscú.

Miles de muertos, comunidades religiosas perseguidas y diezmadas, mujeres convertidas en esclavas sexuales, gobiernos locales debilitados, países limítrofes desbordados por la llegada de refugiados, países europeos en crisis por la incapacidad a acoger a los que huyen de la guerra, reliquias culturales arrasadas… Es el somero balance del conflicto sirio y de las consecuencias del avance militar del autoproclamado Ejército Islámico (EI), o Daesh, en su acrónimo en árabe.
Para luchar contra el EI, una coalición de 60 países liderados por Estados Unidos y algunos de sus principales aliados árabes ha sido incapaz de frenar el avance de los yihadistas. Ha bastado que Rusia decida acelerar su implicación militar en Siria para que desde todas las capitales europeas, y por encima de las diferencias con Moscú, se empiece a vislumbrar una esperanza de acabar con la pesadilla islamista que asola Siria e Irak.
El retorno de Rusia
A pesar del mantenimiento artificial de diferencias que solo ocultan intereses geopolíticos, Europa y su aliado estadounidense empiezan a aceptar, y en muchos casos no sin alivio, que una solución del conflicto sirio es imposible sin la participación protagonista de Moscú.
En pocos días se ha pasado de denunciar en la prensa occidental los movimientos de material militar y humano ruso llegado a Siria, a acoger con esperanza que ese material y esas tropas sirvan para acabar con Daesh. Ciertos comentaristas no se privan de añadir que una eventual implicación militar rusa sería por fin decisiva, visto el fracaso de las acciones llevadas a cabo por la citada coalición liderada por Estados Unidos.
Putin, de demonio a aliado
En pocas horas, algunos medios de prensa y ciertos políticos europeos han pasado de intentar recrear la guerra fría antisoviética aprendida en noveluchas de espías, a aceptar como necesaria la «coordinación militar con Moscú». Vladímir Putin, demonizado por esa misma prensa, es visto ahora como un aliado indispensable para intentar acabar con la barbarie islamista de Daesh.
La irrupción de Rusia, ya sin ambages sobre el terreno, lleva implicada la participación del presidente sirio, Bashar Asad, en la solución de la crisis. La canciller alemana, Angela Merkel, ha sido la primera entre sus colegas comunitarios en insistir sobre la necesidad de contar con el presidente sirio. París y Londres, los más beligerantes con la idea, van haciéndose a ello, aunque primero deben preparar a unas opiniones públicas que ha sido bombardeadas con declaraciones sobre la imposibilidad de integrar a Bashar Asad como interlocutor válido. En Francia, cuyo presidente François Hollande pretendió acabar militarmente con el régimen de Asad, la postura de "ninguna colaboración con el presidente sirio" va perdiendo intensidad. En Estados Unidos la política hacia Siria del Departamento de Estado sigue con los vaivenes habituales, y lo que un día un portavoz asegura, al día siguiente es matizado por el responsable de Exteriores, John Kerry.
Algunos de los históricos aliados árabes de Washington, como Egipto y Jordania, a través de las voces del presidente Abdelfatah al Sisi y del rey Abdalá respectivamente, han acogido positivamente el papel de Rusia en un posible arreglo a la crisis siria. Desde el punto de vista militar, Washington, Londres, París y Tel Aviv ya coordinan a sus aviaciones para evitar «accidentes».
Los lazos que unen a Damasco y Moscú desde hace décadas no pueden eliminarse para provecho de terceros, que han visto en la guerra interna en Siria una oportunidad para cercenarlos. Rusia juega su baza en la zona protegiendo sus intereses estratégicos, independientemente de la persona que rija los destinos de Siria en el futuro. Como si de nuevo se viviera la Guerra Fría, algunos se sorprenden de que Moscú quiera mantener —entre otras cosas- su base naval de Tartus en territorio sirio, la única que le abre las puertas del Mediterráneo. Esas mismas voces aceptan como natural que Estados Unidos disfrute en la misma área de bases militares en Turquía, Egipto, Irak, Baréin, Emiratos Árabes Unidos, Omán, Catar y Arabia Saudí.
Rusia ha decidido potenciar su papel en la solución del conflicto en Siria y en la eliminación de la amenaza yihadista. Si el régimen sirio cae por el empuje del islamismo armado, el veneno de la intransigencia religiosa corre el riesgo de extenderse, desde ese mismo Mediterráneo que todos quieren controlar, hasta Asia Central, pasando por el Cáucaso. La ceguera de algunos gobiernos europeos lo permitiría; la indecisión de la acción exterior norteamericana, mezclada a sus intereses, no lo frenaría. Ahora se confía en la participación de Rusia, que lleva advirtiendo del peligro del contagio desde hace años. La crisis de los refugiados en la Unión Europea ya había actuado como evidencia de que era necesario actuar y dejarse de vetos diplomáticos. El desplazamiento de soldados y material militar ruso parece haber acelerado la aceptación de una realidad que solo intereses políticos miopes se negaban a ver.
 Viejo Condor

Sputnik Mundo (SIC)

LA OPINIÓN DEL AUTOR NO COINCIDE NECESARIAMENTE CON LA DE SPUTNIK


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