lunes, 8 de junio de 2009

El avión que se perdió en el 'caldero negro'

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Se pegó a la costa brasileña hasta que, a la altura de Arrecife, se internó en el Atlántico. Más al norte se formaba una de esas tormentas típicas de esa franja intertropical, con vientos fuertes, lluvia, granizo y nubes altas de 15.000 metros imposibles de sobrevolar para ningún avión de línea. Esta zona es conocida por marinos y por comandantes de vuelo debido, precisamente, a esas colosales tempestades instantáneas que pueden llegar a extenderse a lo largo de 100 kilómetros. Un piloto veterano explicó hace unos días que lo más parecido a atravesar esa zona movidos por vientos de esa potencia es manejar un avión dentro de un tambor de una lavadora en marcha. Por lo general, los pilotos tratan de evitar las tormentas dando rodeos. Aunque están acostumbrados a perforarlas. No se trata de nada excepcional. En Francia, esta área particular tiene un nombre expresivo: el caldero negro.

A las tres y media de la madrugada, en medio de la noche, poco antes de que el avión se metiera de cabeza en este caldero negro, fuera ya de la cobertura de los radares de la costa americana y lejos de la de los radares africanos, en esa zona ciega, el comandante habla por radio con Brasil. Informa de la altitud: 11.000 metros, de la velocidad, 840 kilómetros por hora y de que empiezan a sufrir grandes turbulencias.

A partir de la conversación del piloto con Brasil, nada o casi nada es seguro. Hay quien afirma que un rayo pudo arañar el fuselaje, dañando el sistema de radar, dejando al Airbus inerme ante la localización de la tormenta, lanzándole a ciegas a lo más profundo del caldero negro. Hay quien piensa en una bomba, teoría que no está excluida al 100% pero que, para la Oficina de Investigaciones y Análisis, organismo encargado de la investigación oficial, "no es muy coherente". Estos investigadores consideran que las condiciones atmosféricas tampoco escondían "nada de excepcional".

A las cuatro y diez de la mañana del lunes pasado la central de Air France en el aeropuerto de Charles de Gaulle recibe el primero de una serie de 24 mensajes codificados enviados por el avión de forma automática, según informaron ayer los responsables de la investigación. Indica que el piloto automático ha sido desconectado y que el control es manual. El avión ya vuela por entonces a una velocidad inapropiada. Mientras, los medidores de velocidad dan datos contradictorios, lo que llevó ayer a la investigación francesa a aconsejar la sustitución del sistema en los Airbus 330.

Dos minutos después se reciben dos señales más: reflejan una caída en bloque del sistema informático vitales para dar datos del vuelo además de la velocidad, la altitud o la dirección, entre otros. Un minuto después otro mensaje informa de un fallo general y en cadena del sistema eléctrico. El último mensaje que llegó al ordenador central de Air France en París, a las 4. 14 de la madrugada, el número 24, es terminante, agónico y brutal. Se ha traducido por "Cabina en velocidad vertical" y anticipa, según ciertos expertos, una despresurización, una caída en picado y una desintegración del avión en pleno vuelo, en un punto indeterminado del Atlántico, situado a 650 kilómetros al noreste del minúsculo y turístico archipiélago de Fernando de Noronha. En medio del caldero negro. En medio de la tormenta.


Viejo Condor

El Pais Internacional

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