La disputa en torno a las islas Kuriles se remontan a la mitad del siglo XX y de su fase aguda el conflicto pasó a la fase crónica hace tiempo. Por eso sorprende el estallido de emociones observado en los últimos meses. ¿A qué se debe el despertado interés por un tema tan viejo?
La desintegración de la URSS hace 20 años dio lugar a la esperanza de que se pudiera mover del punto muerto en el que quedaron las disputas territoriales entre Moscú y Tokio.
A pesar de que las relaciones entre los líderes de las dos naciones pasaron por diferentes fases, incluido el periodo de gran simpatía entre el presidente ruso Boris Yeltsin y el primer ministro japonés Ryutaro Hashimoto, no hubo ningún progreso. En el curso de estos años las dos partes más de una vez intercambiaron promesas de encontrar acercamiento nuevo al problema, así como de frases ambiguas, e incluso fijaron plazos para la regulación final. Pero no hubo discusión esencial y concreta, aunque Moscú, con la llegada de Putin al poder, dio a entender que, de expresar su buena voluntad Tokio, se podría encontrar variantes para reanudar las negociaciones.
En 2004 el ministro de asuntos exteriores ruso, Serguei Lavrov, recordó que Rusia “siendo heredero de la URSS, reconoce la Declaración del 1956 como vigente y está dispuesta a celebrar negociaciones sobre disputas territoriales con Japón, basándose en esta declaración”. Dicho documento fue firmado por el gobierno soviético, pero no fue realizado posteriormente debido a la negativa de Japón.
La declaración suponía la cesión de dos de cuatro islas a Tokio a cambio de la conclusión de un acuerdo de paz. El entonces presidente Vladímir Putin agradeció en público aquella frase al ministro y confirmó que Rusia está dispuesta a cumplir los compromisos asumidos hasta el punto que cumpla Japón, pero todavía las negociaciones no alcanzaron el nivel del año 1956.
Pero estas sugerencias no llevaron a nada: Japón no tomó las insinuaciones de Putin en serio, o decidió esperar propuestas más generosas. Moscú no las hizo, lo único que ofreció luego fue el aprovechamiento conjunto de las islas con la perspectiva de discusión más amplia del problema en un futuro indeterminado.
Mientras que los historiadores siguen esgrimiendo diferentes argumentos para mostrar que las islas pertenecen a una u otra parte, queda claro que el conflicto es de carácter meramente político y puede ser resuelto, si puede, solamente por métodos políticos, independientemente de la verdad histórica. Tanto para Moscú, como para Tokio este tema es la cuestión de prestigio nacional, y es una premisa desfavorable para cualquier progreso.
El actual gabinete de ministros japonés encabezado por el primer ministro Naoto Kan, trajo la polémica al nivel de los peores tiempos de la Guerra Fría. Será por la debilidad e inseguridad de Tokio a la luz del crecimiento de influencia y seguridad de China, situación impredecible con Corea del Norte, y activación de Rusia. Y para colmo, el Partido Democrático que llegó al poder por primera vez en la historia del país asiático, logró socavar las relaciones con EEUU que parecían inmutables.
Cuantos más errores cometen los demócratas en la política exterior, tanto mayor es el deseo de compensar la autoridad perdida haciendo gestos llamativos sin compromisos. Sin embargo, es poco probable que Kan logre el efecto deseado: incluso los partidarios del carácter intransigente de relaciones con Moscú no aplauden los mal pensados tejemanejes del gabinete.
Por otro lado, Rusia también ha cambiado de estrategia. Está claro que esta manera ostentativa de los jefes federales que uno tras otro siguieron al presidente visitando las Kuriles aunque nunca lo han hecho antes está provocada por el comportamiento de los japoneses. Prohibiendo a Rusia visitar las islas, Japón provoca el efecto contrario. Pero si dejamos aparte el factor psicológico, el crecimiento de actividad de Rusia está relacionado con las intenciones de elaborar un nuevo curso en Asia, léase en la región que, por lo visto, se convertirá en el principal campo estratégico del siglo XXI.
Al visitar Kunashir, Dmitri Medvédev se dio cuenta del deplorable estado social y económico del territorio. Es una evidencia de la incapacidad de Rusia de administrar su patrimonio, y no se puede disfrazarlo reiterando las palabras de la inviolabilidad de soberanía. Recordemos que es la región cuyas tasas de crecimiento y de su calidad superan las del resto del mundo, y que incluye China, el país que está realizando una expansión económica global. Lo peor es que las visitas de los altos funcionarios de Rusia puedan ser dictadas por el deseo de poner Japón a su sitio y no por la aspiración de contribuir al desarrollo y calidad de vida de las Kuriles del sur.
Las relaciones entre Rusia y Japón nunca han sido peores desde la desintegración de la URSS, pero, por muy extraño que parezca, se puede esperar que mejoren considerablemente a medio plazo. La táctica de Tokio de hoy es inviable, esto es evidente para todos. Así que el nuevo gobierno, sea un nuevo cuerpo del Partido Democrático o del Partido Liberal Democrática que se mantuvo en poder hasta las elecciones del 2009, tendrá que diseñar una táctica nueva. El ambiente en Asia está cambiando rápidamente, y ya pronto se verá la nueva distribución de las fuerzas. El mayor afianzamiento de China hará tanto a Japón como a Rusia buscar nuevos métodos para fortalecer sus propias posiciones. Entonces las disputas sobre las Kuriles dejarán de ser unidimensionales, es decir las partes empezarán a tomar en cuenta el abanico más amplio de las circunstancias estratégicas. Entonces habrá más variantes de maniobras.
Viejo Condor
RIA Novosti (SIC)
Fiodor Lukiánov