En el curso del último medio año el mundo observó varios acontecimientos que pueden explicarse con la teoría de la conspiración. Así, los tres escándalos principales, Wikileaks, “la primavera árabe” y el caso Strauss-Kahn podrían interpretarse resultado de complots. Primero, tuvo lugar la filtración de información confidencial del Departamento del Estado de EEUU que estropeó las relaciones entre muchos líderes, agravando la inestabilidad general.
Luego, los acontecimientos en África del Norte y en Oriente Próximo fueron el detonador, cuando en unas semanas las redes sociales (cuyos administradores son conocidos) provocaron disturbios en una docena de países, dos de los cuales tuvieron cambio de régimen, una sufre una intervención bélica y las demás están al borde del colapso.
En fin, se desarrolló la tragicomedia de Dominique Strausse-Kahn: primero, en un abrir y cerrar los ojos se vio avergonzado y humillado ante todo el mundo y, una vez expulsado de la política, es declarado inocente. Todo esto hace sospechar que alguien está gestionando los eventos.
Sin embargo, si dejamos aparte el último ejemplo (pues es verdad que está lleno de detalles sospechosos) y analizamos los primeros dos, veremos que no se trata de la voluntad de alguien sino de la falta absoluta de alguien quien se encargue y sea fuera capaz de gestionar y controlar aquellos acontecimientos.
La sociedad abierta, que llegó al máximo gracias a las comunicaciones modernas y omnipresentes, generó un fenómeno cuando no la política es la que controla la información sino al contrario, la información, que se brinda en volúmenes ilimitados y no siempre es veraz, controla la política.
Los líderes de muchos países se ven obligados a reaccionar rápidamente a la avalancha de la información en la que se ahogan sin poder verificarla por falta de tiempo y por miedo de verse derrocados por los eventos de los que se informan, si no responden en seguida.
A propósito, el caso de Wikileaks no hizo más que mostrar que las opiniones y los análisis transmitidos por los canales oficiales están también basados en especulaciones e juicios similares a los que vemos en la prensa a diario.
Así, la guerra en Libia fue provocada por la histeria mediática que ejerció una fuerte presión sobre los políticos, así como por falta de idea clara de todos los aspectos de las guerras internas de Libia, por el deseo de ciertos políticos de subir su prestigio de esta manera (lo que también se explica por la falta de conocimientos de la situación real).
Como resultado, las potencias mundiales más influyentes unidas en “la alianza político-militar más exitosa en la historia”, llevan cuatro meses luchando contra un déspota mal armado y periférico sin que se vislumbre el fin de este conflicto.
En una palabra, los ánimos que reinan estos días, cuando se concluye la temporada política 2010/2011, se puede caracterizarlos como “perplejidad”. Nadie esperaba aquel estallido en Oriente Próximo y nadie puede decir ahora a qué llevarán, al fin y al cabo, estos acontecimientos.
Al mismo tiempo, todo el mundo entiende que la crisis de la zona de euro se agravaría a raíz del salvamento de Grecia del año pasado, pero todos optaron por ocultar sus temores, porque de lo contrario había que tomar medidas radicales a las que no estaban preparados. Ahora también es evidente que Atenas no podrá evitar la quiebra, pero ya es difícil negarse a la trayectoria trazada.
EEUU está perplejo y desmoralizado a la espera del colapso: las posturas intransigentes entre los dos partidos hizo que una cuestión técnica como la aprobación del límite deficitario pueda acarrear una zozobra económica.
Incluso China, que parece últimamente un gigante inquebrantable en comparación con los demás participantes de relaciones internacionales, se muestra algo preocupada debido a la inestabilidad mundial en vísperas del cambio de poder en Pekín, aunque ese cambio está planificado y bien preparado.
Es evidente que la crisis de los institutos internacionales va de mal a peor: este proceso empezó hace tiempo pero la última temporada adquirió matices nuevos.
La doctrina estratégica de la OTAN adoptada a la luz del fracaso que sufre en Afganistán y en Libia parece impotente. La Organización del Tratado de la Seguridad Colectiva continúa estacada e inválida, lo que es fatal en el contexto de las impredecibles circunstancias en Afganistán.
Dentro de la Unión Europea (UE) se observa la fragmentación política agravada por problemas económicos y el crecimiento de los ánimos antieuropeos en países miembros.
El Fondo Monetario Internacional (FMI) experimenta problemas relacionados no tanto con el escándalo sexual sino con las dudas crecientes de la oportunidad de este órgano como de una herramienta para sacar a Europa de apuros económicos.
Al mismo tiempo, el grupo de los BRICS que hace poco afirmaba que podría servir de alternativa de modelos existentes, en seguida se llevó un chasco en relación a la votación sobre el nuevo director del FMI, cuando habría podido representar una fuerza unida.
Finalmente, el Consejo de Seguridad de la ONU que, al parecer, ha recuperado las funciones de plataforma principal para adoptar decisiones, no parece cumplir con sus objetivos si analizamos los resultados de estas decisiones, como las tomadas acerca de Libia y Costa de Marfil.
La teoría de conspiración crea un mundo comprensible para nosotros que es dirigido por alguien. Pero la realidad es mucho más macabra, porque nadie gestiona ni controla lo que va ocurriendo. Ni siquiera los que creen que así ocurre.
Viejo Condor
RIA Novosti (SIC)
Fiodor Lukiánov