La atribución del premio Nóbel de la Paz ha dado lugar a un concierto de elogios entre los dirigentes de la alianza atlántica. Pero también suscita escepticismo a través del mundo. Más que sumarse al debate sobre las razones que pudieran justificar a posteriori la sorprendente decisión, Thierry Meyssan expone la corrupción del Comité Nóbel y los lazos que existen entre su presidente, Thorbjorn Jagland, y los colaboradores de Obama.
CORRUPCIÓN
Esta mañana, al escuchar las noticias, mi hija entró y me dijo: ‘Papá, eres Premio Nóbel de la Paz’.» [1] Esta fue la conmovedora historia que el presidente de los Estados Unidos contó a los periodistas como testimonio de que nunca deseó esa distinción y de que era el primer sorprendido. Sin tratar de indagar más sobre el tema, los periodistas publicaron titulares sobre la «humildad» del hombre más poderoso del mundo.
A decir verdad, no se sabe qué resulta más sorprendente: la atribución de tan prestigiosa distinción a Barack Obama o la grotesca farsa que la acompaña, o quizás el método utilizado para corromper al jurado y desviar ese premio de su vocación inicial.
En primer lugar, hay que recordar que, según el reglamento del Comité Nóbel, las candidaturas son presentadas por instituciones (parlamentos nacionales y academias políticas) y personalidades calificadas para ello, principalmente magistrados y ganadores de ese mismo premio. Teóricamente, es posible que se presentar una candidatura sin que el candidato lo sepa. Sin embargo, cuando el jurado toma la decisión se pone directamente en contacto con el interesado para comunicarle la noticia una hora antes de la conferencia de prensa. Sería esta la primera vez en la historia que el Comité Nóbel viola esa regla de cortesía. Según su vocero, lo que pasó es que el Comité Nóbel no se atrevió a despertar al presidente de los Estados Unidos en medio de la noche. Parece que no sabía que en la Casa Blanca hay consejeros que se turnan para recibir las llamadas urgentes y despertar al presidente de ser necesario.
La conmovedora historia de la niñita que le anuncia a su papá que le han dado el premio Nóbel no basta para disipar la incomodidad que provoca esa decisión. Por voluntad de Alfred Nóbel, el premio debe recompensar a «la personalidad que [en el transcurso del año anterior] haya realizado la mayor o la mejor contribución al acercamiento entre los pueblos, a la supresión o a la reducción de los ejércitos permanentes, a la reunión y a la propagación de los progresos por la paz». Lo que el fundador del premio tenía en mente era apoyar la acción militante, no simplemente conceder un certificado de buenas intenciones a un jefe de Estado. Ciertos laureados pisotearon el derecho internacional después de recibir el premio, así que el Comité Nóbel decidió hace cuatro años dejar de recompensar un acto en particular y conceder el premio únicamente a las personalidades que hayan dedicado su vida a la paz. Así que, al parecer, Barack Obama ha sido el militante por la paz más meritorio del año 2008 y no ha cometido ninguna violación importante del derecho internacional en lo que va del año 2009. ¿Qué piensan de eso los hondureños que actualmente viven bajo la bota de una dictadura militar? ¿O los pakistaníes cuyo país se ha convertido en el nuevo blanco del Imperio? Sin entrar a mencionar a las personas que siguen detenidas en la base estadounidense de Guantánamo y en Bagram, ni a los afganos y los iraquíes que enfrentan la ocupación extranjera.
Vayamos al punto central del tema, a lo que los expertos en «relaciones públicas» de la Casa Blanca y los medios de la prensa anglosajona quieren esconder al público: los sórdidos lazos entre Barack Obama y el Comité Nóbel.
En 2006, el European Command (o sea, el comando regional de las tropas estadounidenses cuya autoridad cubría entonces toda Europa y la mayor parte de África) solicita al senador de origen kenyano Barack Obama que participe en una operación secreta que reúne los esfuerzos combinados de varias agencias (la CIA, la NED, la USAID y la NSA). Se trataba de utilizar su condición de parlamentario para que realizara un recorrido por África, lo que le permitiría al mismo tiempo defender los intereses de los grupos farmacéuticos (ante las producciones no patentadas) y rechazar la influencia china en Kenya y Sudán [2]. En este trabajo abordaremos solamente el episodio kenyano.
La desestabilización de Kenya
Barack Obama y su familia llegan a Nairobi en compañía de un agregado de prensa (Robert Gibbs) y de un consejero político-militar (Mark Lippert), a bordo de un avión especial fletado por el Congreso. Detrás de aquel avión llega otro, fletado por el US Army, a bordo del cual viaja un equipo de expertos en guerra sicológica bajo las órdenes del general, supuestamente retirado, J. Scott Gration.
Kenya se encuentra entonces en pleno ascenso económico. Desde el principio de la presidencia de Mwai Kibaki, el crecimiento ha pasado del 3,9 al 7,1% del PIB y la pobreza ha retrocedido de un 56 a un 46%. Tan excepcionales resultados han sido posibles gracias a la reducción de los lazos económicos postcoloniales con los anglosajones y a su reemplazo por acuerdos comerciales más justos con China. Para poner fin al milagro kenyano, Washington y Londres han decidido derrocar al presidente Kibaki e imponer a un oportunista obediente, Raila Odinga [3]. Para ello, la National Endowement for Democracy ha propiciado la creación de una nueva formación política, el Movimiento Naranja, y está preparando una «revolución coloreada» en ocasión de las próximas elecciones legislativas de diciembre de 2007.
El senador Barack Obama hace campaña a favor de su «primo» Raila OdingaSu llegada, el senador Obama es recibido como un hijo de Kenya y los medios dan a su visita la más amplia cobertura. El senador estadounidense no vacila en inmiscuirse en la vida política local y participa en los mítines políticos de Raila Odinga. Aboga por una «revolución democrática», mientras que su «acompañante», el general Gration, entrega a Odinga 1 millón de dólares en efectivo. Estas intervenciones desestabilizan el país y Nairobi protesta oficialmente ante Washington. Al término de la gira y antes de regresar a Estados Unidos, Obama y el general Gration rinden su informe en Stutgart, ante el general James Jones (a la sazón jefe del European Command y comandante supremo de la OTAN).
Continuando la misma operación, Madeleine Albright viaja a Nairobi, en calidad de presidenta del NDI (la rama de la National Endowment for Democracy [4] especializada en las relaciones con los partidos de izquierda), donde supervisa la organización del Movimiento Naranja. Más tarde, John McCain también viaja a Kenya, como presidente del IRI (la rama de la National Endowment for Democracy especializada en las relaciones con los partidos de derecha), para completar la coalición de oposición con pequeñas formaciones de derecha [5].
Durante las elecciones legislativas de diciembre de 2007, un sondeo financiado por la USAID anuncia la victoria de Odinga. El día de la votación, John McCain declara que el presidente Kibaki ha “arreglado” el escrutinio a favor de su propio partido y que la victoria es en realidad de la oposición que liderea Odinga. La NSA, en contubernio con operadores locales de telefonía, envía SMS anónimos a la población. En las zonas pobladas por los luos (la etnia a la que pertenece Odinga), los SMS difunden el siguiente mensaje: «Queridos kenyanos: los kikuyus han robado el porvenir de nuestros hijos... Tenemos que darles el único tratamiento que ellos entienden... la violencia». Mientras tanto, en las zonas pobladas por los kikuyus, la redacción es la siguiente: «No se derramará la sangre de ningún kikuyu inocente. Los masacraremos hasta en el corazón de la capital. Por la Justicia, hagan una lista de los luos que conozcan. Haremos llegar a ustedes los números de teléfono a los que se debe enviar esa información». En pocos días, un apacible país se ve sumido en la violencia étnica. Los motines dejan más de 1 000 muertos y 3 000 desplazados. Se pierde medio millón de empleos. Regresa Madeleine Albright. Propone servir de mediadora entre el presidente Kibaki y la oposición que está tratando de derrocarlo. Hábilmente, Albright se aparta y pone bajo la luz de los proyectores al Oslo Center for Peace and Human Rights. El nuevo presidente de esta respetada ONG es el ex primer ministro de Noruega, Thorbjorn Jagland. Rompiendo con la tradicional imparcialidad del Oslo Center, Jagland envía a Kenya dos mediadores, cuyos gastos corren por cuenta del NDI que preside Madeleine Albright (dicho de otra manera, el dinero que paga las cuentas proviene del presupuesto del Departamento de Estado de los Estados Unidos). Los mediadores son otro ex primer ministro noruego, Kjell Magne Bondevik, y el ex secretario general de la ONU, Kofi Annan (ghanés muy presente en los Estados escandinavos desde que se casó con la sobrina-nieta de Raoul Wallenberg).
Obligado a admitir el compromiso que se le impone como condición para el restablecimiento de la paz civil, el presidente Kibaki acepta la creación de un puesto de primer ministro y la nominación de Raila Odinga en ese cargo. Lo primero que hace Odinga es reducir los intercambios con China.
Regalitos entre amigos
Ahí termina la operación kenyana, pero la vida de los protagonistas sigue adelante. Thorbjom Jagland negocia un acuerdo entre la National Endowment for Democracy y el Oslo Center, acuerdo que se hace formal en septiembre de 2008. Se crea una fundación adjunta en Minneapolis, permitiendo así que la CIA pueda subvencionar indirectamente a la ONG noruega. Esta interviene por cuenta de Washington en Marruecos y principalmente en Somalia [6].
Obama es electo presidente de los Estados Unidos. En Kenya, Odinga decreta varios días de fiesta nacional para celebrar el resultado de las elecciones estadounidenses. El general Jones se convierte en consejero de seguridad nacional, y nombra a Mark Lippert jefe de su equipo y al general Gration como adjunto.
Durante la transición presidencial estadounidense, el presidente del Oslo Center, Thorbjorn Jagland, es electo presidente del Comité Nóbel, a pesar del riesgo que un político tan retorcido representa para la institución [7]. La candidatura de Barack Obama al premio Nóbel de la Paz es presentada a más tardar el 31 de enero de 2009 (fecha límite reglamentaria [8]), o sea 12 días después de su entrada en funciones en la Casa Blanca. Ásperos debates se desarrollan en el seno del Comité que no logra ponerse de acuerdo en cuanto al nombre del laureado para principios de septiembre, contrariamente a lo previsto en su calendario habitual [9]. El 29 de septiembre, Thorbjorn Jagland es electo secretario general del Consejo de Europa como resultado de un acuerdo, convenido por debajo de la mesa, entre Washington y Moscú [10]. Cuando se recibe un regalo, hay que devolver la cortesía. La condición de miembro del Comité Nóbel es incompatible con una importante función política de carácter ejecutivo, pero Jagland se mantiene en el Comité argumentando que el reglamento se refiere a una función ministerial pero que no dice nada del Consejo de Europa. Así que regresa a Oslo el 2 de octubre. Ese mismo día, el Comité designa al presidente Obama como premio Nóbel de la Paz 2009.
En su comunicado oficial, el Comité declara con la mayor seriedad del mundo: «Es muy raro que una persona, Obama en este caso, logre cautivar la atención de todos y transmitirles la esperanza de un mundo mejor. Su diplomacia está basada en el concepto de que los que dirigen el mundo tienen que hacerlo sobre la base de valores y de comportamientos compartidos por la mayoría de los habitantes del planeta. Durante 108 años, el Comité del premio Nóbel se ha esforzado por estimular el tipo de política internacional y de acción cuyo principal vocero es Obama» [11].
Por su parte, el feliz laureado declaró: «Recibo la decisión del Comité Nóbel con sorpresa y con profunda humildad (...) Aceptaré esta recompensa como un llamado a la acción, un llamado a todos los países a que se alcen ante los desafíos comunes del siglo XXI». Así que este hombre «humilde» se ve a sí mismo como representante de «todos los países». Eso no parece augurar nada de paz.
Viejo Condor
Voltaire Net (SIC)
Thierry Meyssan*
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