Preparada desde hace mucho tiempo y anunciada con 6 meses de anticipación por el presidente francés Francois Hollande, la intervención francesa en Mali ha sido presentada como una decisión urgente tomada en respuesta a incidentes dramáticos e inesperados. Esa puesta en escena no sólo tiene como objetivo apoderarse del oro y el uranio malienses sino que abre además el camino a la desestabilización de Argelia.
Como dice el proverbio francés, «El apetito viene al comer». Después de recolonizar
Costa de Marfil y Libia, y de tratar de apoderarse de
Siria, Francia mira nuevamente hacia Mali para tratar de atacar el flanco de
Argelia.
Durante la agresión contra
Libia, franceses y británicos recurrieron ampliamente a la utilización de
islamistas para combatir el poder establecido en Trípoli ya que, después de
lograr la ocupación de Bengazi, los separatistas de la región libia de Cirenaica
no estaban interesados en derrocar a Muammar el-Kadhafi. En el momento de la
caída de la Yamahiria, yo fui personalmente testigo del recibimiento que los
miembros del Consejo Nacional de Transición reservaron a los dirigentes de
AQMI [1] en el hotel Corinthia, que acababa de ser tomado
por un grupo británico especializado traído expresamente de Irak. Era evidente
que el próximo blanco del colonialismo occidental sería Argelia y que AQMI
tendría un papel que desempeñar en ello. Pero yo no veía en aquel momento qué
conflicto podía ser utilizado para justificar una injerencia internacional.Y París orquestó un escenario que introduce la guerra en Argelia, desde Mali.
Poco antes de que la OTAN tomara Trípoli, los franceses lograron sobornar varios grupos tuareg. Tuvieron tiempo de financiarlos abundantemente y de armarlos, pero ya era tarde para que desempeñaran algún papel en el terreno. Con el fin de la guerra, esos grupos regresaron al desierto.
Los tuareg son un pueblo nómada que se mueve en el Sahara central y en los bordes del Sahel, o sea en un vasto espacio dividido entre Libia y Argelia, así como Mali y Níger. Obtuvieron la protección de los dos primeros Estados, pero fueron abandonados por los otros dos. Debido a ello, desde los años 1960 los tuareg no han dejado de cuestionar la soberanía de Mali y de Níger sobre las tierras del pueblo tuareg. Lógicamente, los grupos que Francia armó decidieron utilizar esas armas para concretar sus reclamos en Mali. El Movimiento Nacional para la Liberación del Azawad (MNLA) toma entonces el poder en casi todo el norte de Mali, donde viven sus miembros. Pero un grupúsculo de islamistas tuareg, conocido como Ansar Dine y vinculado a AQMI, aprovecha la situación para imponer la sharia en varias localidades.
El 21 de marzo de 2012 se produce en Mali un extraño golpe de Estado. Un misterioso «Comité Nacional por la Reconstrucción de la Democracia y la Restauración del Estado» (CNRDRE) derroca al presidente Amadou Toumani Touré y proclama su intención de restaurar la autoridad maliense en el norte del país. El resultado es una gran confusión dado que los golpistas son completamente incapaces de explicar de qué modo su acción puede traer alguna mejoría en la situación del país. El derrocamiento del presidente Toumani Touré resulta particularmente extraño ya que se produce sólo 5 semanas antes de la elección presidencial ya programada y el presidente saliente no aspira a la reelección. El CNRDRE, que se compone de oficiales formados en Estados Unidos, impide la realización de la elección presidencial y entrega el poder a uno de los candidatos, el francófilo Dioncounda Traoré. El traspaso del poder –sin elecciones– es legalizado por la CEDEAO [2], cuyo presidente no es otro que Alassane Ouattara, puesto en el poder un año antes mediante una intervención militar de Francia en Costa de Marfil.
El golpe de Estado acentúa la división étnica en Mali. Unidades de élite del ejército maliense (formadas en Estados Unidos) comandadas por elementos de la comunidad tuareg se unen a la rebelión con todo su armamento.
El 10 de enero, Ansar Dine –con el apoyo de otros grupos islamistas– ataca la ciudad de Konna. Y sale así del territorio tuareg para extender la imposición de la ley islámica al sur de Mali. El presidente de transición Dioncounda Traoré decreta el estado de urgencia y solicita la ayuda de Francia. París interviene, en cuestión de horas, para impedir que la capital, Bamako, caiga en manos de los islamistas. Asombrosamente previsora, la presidencia de Francia ya había preposicionado en Mali elementos pertenecientes al 1er Regimiento Paracaidista de Infantería de Marina (conocido en Francia como «la coloniale») y al 13er Regimiento de Dragones Paracaidistas, varios helicópteros del Comando de Operaciones Especiales, 3 aviones Mirage 2000D, 2 Mirage F-1, 3 aviones de transporte C135, un avión de transporte táctico pesado C130 Hercule y otro avión de transporte táctico C160 Transall.
En realidad, es muy poco probable que Ansar Dine haya representado en algún momento una verdadera amenaza ya que la verdadera fuerza combatiente no son los islamistas sino los nacionalistas tuareg, que no tenían ninguna intención de avanzar hacia el sur de Mali.
Argelia es uno de los numerosos Estados a los que Francia solicita ayuda para concretar su intervención militar en Mali. Argel se ve entonces ante una difícil disyuntiva: colaborar con la antigua potencia colonial o arriesgarse a enfrentar un reflujo terrestre de los islamistas. Después de un periodo de duda, el gobierno argelino acepta abrir su espacio aéreo al tránsito de los militares franceses. A pesar de todo, un grupo islamista no identificado ataca una instalación de producción de gas de British Petroleum en el sur de Argelia, donde se apodera de un centenar de rehenes, no sólo argelinos y franceses sino de diferentes nacionalidades. Evidentemente, el objetivo es internacionalizar el conflicto transportándolo a Argelia.
La técnica injerencista de Francia reproduce la anteriormente utilizada por la administración Bush: utilizar grupos islamistas para crear conflictos y, posteriormente, intervenir e instalarse en el terreno con el pretexto de resolver esos mismos conflictos. Es por eso que la retorica del presidente francés Francois Hollande reproduce la retorica de la «guerra contra el terrorismo», ya desechada por Washington. En ese rejuego aparecen nuevamente los protagonistas habituales: Qatar ha comprado acciones en las grandes empresas francesas presentes en Mali y el emir de Ansar Dine está estrechamente vinculado con Arabia Saudita.
El bombero-incendiario es además aprendiz de brujo. Francia ha decidido reforzar su dispositivo antiterrorista en el territorio nacional, el plan Vigipirate. París no teme en realidad que se produzca una acción de los islamistas malienses en territorio francés, sino un reflujo de los yihadistas presentes en Siria. En efecto, hace 2 años la DCRI [3] favoreció el reclutamiento de jóvenes musulmanes franceses dispuestos a luchar contra el Estado sirio como miembros del Ejército «Sirio Libre». La desbandada de este último está provocando actualmente el regreso de esos yihadistas al país natal, donde pudieran verse tentados –por solidaridad con Ansar Dine– a utilizar las mismas técnicas terroristas que les enseñaron en la guerra contra Siria.
Viejo Condor
Voltaire.org (SIC)
Thierry Meyssan