El separatismo vuelve a ser uno de los temas más comentados en el mundo.
Tras la victoria de Barack Obama en las elecciones presidenciales en EEUU, residentes de algunos estados han firmado petición para separarse de EEUU argumentando que convirtiéndose en países independientes combatirán sus problemas mejor que bajo el mando de este político.
Naturalmente, el estado que promueve este tema más es Texas, que se caracteriza por su buen nivel de vida y su conservadurismo, que hace que no pueda aceptar el “socialismo” de Obama. Es evidente que ningún estado llegará a separarse, pero es curioso que este tema vuelva a centrar la atención.
El partido gobernante de Cataluña Convergencia i Unió (CiU) obtuvo la mayoría de votos en las elecciones realizadas este domingo en la región, pero quedó lejos de obtener la mayoría absoluta, por lo cual quedó pendiente la cuestión sobre el referéndum soberanista, prometido por el presidente Artur Mas.
A pesar de todo, una coalición con partidos menores que también se pronuncian por la independencia puede formar un Gobierno cuya agenda girare en torno al soberanismo. Aunque la Constitución de España no admite ningún plebiscito sobre la independencia, ni derecho de separarse, ya no se puede ignorar lo que piensa una parte considerable de habitantes de la Comunidad Autónoma, que representa una quinta parte de toda la economía nacional.
La crisis económica agudizó la negativa de las regiones ricas a rescatar a los vecinos más pobres en perjuicio de su propia población. En Europa estos ánimos se notan sobre todo en la región belga de Flandes y en el norte de Italia. Algo parecido ocurre en Escocia: aunque no es la parte más próspera del Reino Unido, Edimburgo aspira a ser el propietario de los yacimientos del mar del Norte.
Los rusos, así como los habitantes de las demás exrepúblicas soviéticas, conocen demasiado bien estos sueños de un porvenir independiente. Sirvieron de catalizador para la desintegración de la URSS, cuando a finales de 1980 en la Federación de Rusia se hizo muy popular la idea, apoyada por los que se llamaban economistas, de que al separarse la FR conseguirá un auge económico. En algunas otras repúblicas también hablaban de los vecinos que vivían ‘a la sopa boba’. Como resultado, prácticamente todos se vieron perjudicados por la desintegración, y los 20 años de la época post soviética fueron empleados en luchar contra las consecuencias de la codiciable independencia. Y solo ahora empiezan a intentar reconquistar al menos algunos eslabones tecnológicos perdidos entonces, pero gran parte resulta irrecuperable.
Por supuesto, la economía no es el único ni, posiblemente, tampoco el principal motivo para la agudización de los ánimos separatistas. Es natural que exista un deseo de autoidentificación nacional. La época imperial terminó en el siglo XX, y los intentos de crear imperios de nuevo tipo, basados en delegación voluntaria de competencias, como en el caso de la Unión Europea, parecen enfrentarse a dificultades irresistibles. La experiencia de finales del siglo pasado muestra que la realización del derecho a la independencia, irrenunciable para todos en el mundo de hoy, no garantiza una Estado eficaz. Pero esto resulta evidente en la etapa siguiente, cuando la separación ya es irreversible.
Los promotores de la secesión siempre son políticos concretos que se guían por sus propios intereses. En la última edición de la revista norteamericana Foreign Affairs fue publicado un artículo de un experto en separatismo, Charles King, donde analiza la situación existente en Escocia. Aunque los escoceses se caracterizan por la idiosincrasia especial desde tiempos remotos, el auge de ánimos independentistas ha sido estimulado por el principal ministro escocés, Alex Salmond, exclusivamente por motivos políticos. El Partido Nacional Escocés, que compite hoy en las elecciones al parlamento regional con los partidos lealistas (laboristas, liberales y conservadores) intenta así asegurar para sí mismo el monopolio del poder, sea en la Escocia independiente o, si el plebiscito no lleva a la separación, en la Escocia con nuevos y amplios derechos de autoadministración. La misma lógica se aplica a los separatistas catalanes: en condiciones de democracia y elecciones regulares, los políticos necesitan un triunfo seguro.
King comenta que hay un detalle importante más: el catalizador de movimiento por la independencia es además la existencia de un número de instituciones políticas: parlamento local, administración local o fronteras en el mapa marcadas entre comunidades autónomas. Esto les permite a los nacionalistas transformar las aspiraciones de gente común en acciones políticas. Esto explica, en particular, por qué Ucrania, con su polarización tan acuciante y amenaza de división que existe desde hace 20 años, sigue unida. No está claro cómo, según qué criterios y fronteras, puede dividirse. Los casos más sonados de desintegración están relacionados con la separación de acuerdo con las fronteras administrativas de las federaciones, que no siempre coincidían con la separación real de las naciones, ya que las fronteras habían sido delimitadas por las autoridades de imperios de manera arbitraria y nunca para que se convirtieran en fronteras de nuevos Estados. Por eso los Estados unitarios están más consolidados, aunque sean plurinacionales. Además, cuando el poder central intenta calmar los territorios separatistas delegándoles facultades nuevas de acuerdo con la aproximación liberal, no hacen más que aumentar su apetito.
No quiero decir que esto signifique que se deba renunciar al federalismo existente como ya proponen algunos políticos rusos. Cualquier intento de quitar el estatus autónomo conlleva consecuencias graves. Basta con el ejemplo de la tragedia de Yugoslavia, que se inició a raíz de que en 1989 Belgrado revocó la autonomía de Kosovo.
El auge de ánimos separatistas en Europa difícilmente llevará a la aparición de nuevos Estados: los europeos, sobre todo los occidentales, son muy racionales a la hora de decidir sobre asuntos de carácter providencial. Tanto menos probable es en EEUU. Rusia también parece haber superado el virus separatista que destruyó la URSS y por poco acarrea la desintegración de la Federación Rusa en los noventa. Pero las expectativas de que la globalización quitara la cuestión de las naciones de la agenda del día resultaron erróneas. Con la creciente unificación mundial, que es objetiva y ocurre a pesar de la voluntad de los pueblos y los Gobiernos, es lógico que surja el deseo de agarrarse de algo tradicional y familiar. Por eso el separatismo siempre va a acompañar a la tendencia de ser parte de algo grande.
*Fiodor Lukiánov, es director de la revista Rusia en la política global, una prestigiosa publicación rusa que difunde opiniones de expertos sobre la política exterior de Rusia y el desarrollo global. Es autor de comentarios sobre temas internacionales de actualidad y colabora con varios medios noticiosos de Estados Unidos, Europa y China. Es miembro del Consejo de Política Exterior y Defensa y del Consejo Presidencial de Derechos Humanos y Sociedad Civil de Rusia. Lukiánov se graduó en la Universidad Estatal de Moscú.
LA OPINIÓN DEL AUTOR NO COINCIDE NECESARIAMENTE CON LA DE RIA NOVOSTI
Viejo Condor
RIA Novosti (SIC)