Al gigante BP se le acumulan los problemas. Desde que en abril de 2010 le explotara una plataforma petrolífera en mitad del Golfo de México, dando como resultado uno de los mayores vertidos de petróleo de todos los tiempos, lleva gastados casi 30 mil millones en indemnizaciones. Y ayer, en una sentencia que el New York Times y otros ya juzgan como histórica, el juez federal Carl Barbier abrió la puerta a reclamarle otros 18 mil millones en multas.
Hizo más: rechazó que la culpa del vertido pueda compartirse a partes iguales con Halliburton y Transocean, sus socios en la plataforma siniestrada. Para Barbier BP "ignoró los riesgos de forma consciente". El motivo de tantas negligencias no fue otro que la avaricia.
Mientras el fiscal general de EEUU, Eric Holder, se felicitaba porque la compañía purgue su "imprudencia", el fallo del juez Barbier sirve como aviso para navegantes. Y apunta a la posibilidad de que nuevos pleitos, nuevas indemnizaciones y reclamaciones se acumulen en los despachos de una BP cuya cotización bursátil cayó más del 6% en un día y que, inevitablemente, asegura que recurrirá.
Nadie dice que el vertido fuera fruto de la mala fe, pero sí que la inevitable cadena de fallos (todo accidente es la suma de muchos accidentes más pequeños, errores de cálculo que al sumarse multiplican exponencialmente sus efectos) nació como consecuencia de la falta de conciencia medioambiental y la urgente necesidad de obtener beneficios.
Sea como fuere nadie podrá borrar ya los efectos traumáticos del accidente de 2010.
No sólo mató a once trabajadores de la plataforma, arruinó la economía costera de muchas comunidades y devastó el turismo y la industria pesquera. El gran problema de la monumental mancha de petróleo, cuyos restos continúan llegando a las costas año tras año, es a largo plazo.
Numerosos oceanógrafos y biólogos han alertado de las terribles consecuencias del veneno, causante de malformaciones y muertes prematuras en decenas de especies de aves, peces y mamíferos marinos. Entre los más afectados figuran los túnidos, los tiburones y los delfines, todos ellos situados en la cúspide de la cadena alimenticia y por tanto receptores de cuantos tóxicos se acumulen antes en el organismo de los animales que consumen, situados en zonas inferiores de la cadena trófica.
Son las consecuencias de casi 5 millones de barriles de crudo diseminados por el Golfo de México, al albur de las corrientes y las tormentas, e imposibles de recoger en su totalidad a pesar del titánico esfuerzo desplegado.
LA OPINIÓN DEL AUTOR NO COINCIDE NECESARIAMENTE CON LA DE RIA NOVOSTI
Viejo Condor
RIA Novosti (SIC)
Julio valdeon Blanco