Las razones que llevaron al estallido de la guerra civil en Libia amenazan ahora la integridad de este país.
Muamar Gadafi desestimó la demanda de la oposición, el Consejo Nacional, de abandonar Libia en 72 horas. Mientras tanto, en el Consejo de Seguridad de la ONU, por iniciativa de EEUU y Gran Bretaña, se están celebrando consultas para la creación de una zona de exclusión aérea en el país norteafricano. En estos debates participan también los diplomáticos rusos.
Todo esto significa que, aunque el coronel resulte vencedor en esta lucha (su arresto y/o muerte tampoco se excluyen), el país jamás volverá a estar bajo su control. Se lo impedirán las tribus sublevadas, los militares que se pasaron al bando de la oposición, los islamistas que siempre le odiaban y, por supuesto, Estados Unidos.
El molesto coronel
La situación en Libia no es la misma que en Túnez y en Egipto, donde las protestas se debían principalmente al descontento social de la población. En Libia son otros los factores principales. Probablemente, el primero y principal es que Estados Unidos ha retomado la vieja idea de apartar a Gadafi del poder. Lo intentaron ya en los años 1980 pero, tras una serie de fracasos, renunciaron a sus planes. “Desde el punto de vista de los intereses estadounidenses, es preferible tener en Libia cualquier tipo de gobierno menos uno encabezado por Gadafi”, esta fue la conclusión a la que llegaron hace treinta años los servicios de inteligencia de EE.UU.
El periodista Bob Woodward, que tiene acceso a la comunidad de inteligencia estadounidense, describía aquella estrategia respecto al líder libio como una “combinación de acciones prácticas y de desinformación”. Comprendía, entre otras cosas, la propagación de rumores sobre la consolidación de las fuerzas opositorias en Libia y la traición en el entorno del coronel, junto con un programa de intimidación a Gadafi con mensajes sobre una eventual acción militar estadounidense.
A la hora de elaborar esta estrategia EEUU apostaba por el receloso carácter del exaltado coronel y su “debilidad psicológica”. Y es de apoyarse en esto, ya que resulta difícil conservar la confianza en las personas habiendo sobrevivido a una decena de atentados, algunos de ellos organizados, además, por amigos muy cercanos.
Muamar Gadafi ya tropezó con esta circunstancia justo después de la revolución antimonárquica de 1969. También en 1975, su íntimo colaborador, compañero del colegio y de armas, Omar Moheishi, urdió un complot contra él. Tras ser descubierto, Moheishi consiguió escapar, primero a Túnez y, más tarde, a Egipto.
Hoy, parece que EEUU ha decidido no inventar nada nuevo, simplemente ha desempolvado sus antiguos planes respecto a Libia en cuanto la situación empezó a caldearse por contagio de los países vecinos. Por ejemplo, la discusión sobre una posible intervención de la OTAN lleva ya dos semanas servida y se parece mucho a esa famosa estrategia de “combinación de acciones prácticas y desinformación” que tiene por objeto desestabilizar emocionalmente al coronel Gadafi y a su entorno.
¿Un país o tres provincias?
No está nada claro si los sucesores de Gadafi serán capaces de mantener las actuales fronteras que el país obtuvo junto con la independencia conseguida en 1951 gracias al rey Idris. Anteriormente, las tres provincias libias: Tripolitania, Cirenaica y Fezzan, llevaban una existencia prácticamente independiente. Fue el Rey Idris quién, en un primer paso las unió dentro de un reino con un gobierno federal para, posteriormente, hacer la transición a un Estado unitario. La unificación del país pasó por consentir la ubicación de las bases militares occidentales en su territorio y el traspaso de la explotación de los hidrocarburos a las compañías estadounidenses y británicas. En resumidas cuentas, Libia perdió una gran parte de la tan ansiada independencia.
Sólo Muamar Gadafi llevó a Libia a una autonomía real, con un sistema todavía más centralizado, gracias al nuevo régimen del “Poder del Pueblo” o Yamahiriya. Sin embargo, el “Pueblo” no obtuvo la deseada libertad e independencia.
Ahora, dados el descontento con el gobierno de Gadafi y la guerra civil, en el país ganan peso las tendencias centrífugas. No es sólo cuestión de una manifiesta división geográfica y la desigualdad económica de las tres provincias, de las cuales la más pobre es Fezzan, que no tiene salida al mar, y la más rica es la oriental Cirenaica, con grandes reservas petroleras. Hay que tener en cuenta, además, la compleja estructura social en Libia, donde la mayor parte de los siete millones de habitantes se rigen según las normas tradicionales del derecho tribal. El etnógrafo libio Faraj Abdulaziz Najam apunta que “en Libia viven más de 140 tribus, las familias de las cuales, al menos treinta de ellas, tienen bastante influencia en la región”. Según el experto, unas diez tribus son transfronterizas, es decir, su hábitat se extiende al territorio de otros países como Egipto, Túnez, Marruecos e incluso Chad. Hay algunas tribus nómadas que llegaron desde Arabia Saudí.
El gobierno de Muamar Gadafi siempre dependía mucho de esta estructura social. Y, para su mala suerte, se apoyaba en las tribus más cercanas y familiares como los “gadafi” o los “migrahi”. En cambio, los “warfalla”, aunque no privados del todo de la benevolencia de las autoridades, igualmente consideraban menoscabados sus intereses y se veían frecuentemente apartados de la distribución de los altos cargos administrativos y militares.
Puede que sea esta la razón por la cual varios de los jeques de esta tribu fueron los primeros en apoyar a las fuerzas opositoras. Con frecuencia se dan casos de enemistad secular entre tribus, y es una gran incógnita lo que ocurrirá en un futuro próximo: el retorno a la autonomía de la Cirenaica y la Tripolitania o el mantenimiento de una Libia unida.
La unión a través del Ejército o del Islam
Es muy poco probable que el Ejército libio sea capaz de proteger la unidad del país. Ya está dividido por la guerra civil. Parte de los militares están con la oposición, aunque muchos siguen defendiendo al coronel Gadafi. Y no se trata únicamente de los mercenarios que, por cierto, ya estaban al servicio del Ejército libio y no fueron contratados ex profeso por el conflicto. No obstante, aunque Muamar Gadafi se preocupó por equipar debidamente sus fuerzas armadas, el nivel de instrucción y fidelidad de los oficiales deja mucho que desear.
“El líder veía en el Ejército una amenaza para su gobierno, probada por los frecuentes intentos de golpes de Estado, tramados por oficiales y hasta por ministros de Defensa”, recuerda el orientalista ruso Anatoli Yegorin. Según el experto, “las protestas de los altos cargos del Ejército contra del régimen suscitaron la inquietud de Gadafi que ya a finales de los años 80 minimizó el papel de los militares”.
¿Qué unirá entonces a Libia? En teoría, es posible volver al guión de mediados del siglo XX, cuando las grandes potencias mundiales acordaron no permitir la desintegración de este país. Pero en este caso tendrán que intervenir en los asuntos internos de Libia y de esta manera decepcionar a la oposición local que, en lugar de un caudillo autoritario, recibirá un gobierno marioneta impuesto desde el exterior.
Hay otra opción que insinúa el arriba mencionado etnógrafo libio Faraj Abdulaziz Najam. El experto opina que todas las tribus y provincias de Libia “están unidas fuertemente por el Islam, religión que profesa hoy casi la totalidad de los libios”.
De ahí se deduce que la clave para conservar la integridad de Libia es un poderoso partido islamista o una unión de varios partidos de este corte.
Otra cuestión es si esta solución les gustará a los países de Occidente.
Viejo Condor
RIA Novosti (SIC)
Elena Supónina
LA OPINIÓN DEL AUTOR NO COINCIDE OBLIGATORIAMENTE CON LA DE RIA NOVOSTI