Uno de los principales protagonistas de las fiestas rusas de fin de año - junto a las típicas ensaladillas o las mandarinas- es el Árbol de Navidad, o del Año Nuevo como lo llaman en Rusia. Aunque relativamente corta, su agitada historia refleja cabalmente las peripecias de un país que en los últimos doscientos años osciló entre la religión y el comunismo ateo.
Los pequeños resplandecientes abetos que adornan los hogares rusos y sus hermanos mayores que dominan las plazas de ciudades y pueblos son descendientes lejanos pero casi directos del imponente Yggdrasil germano, el árbol de la vida de la mitología nórdica. Al igual que, por cierto, el tradicional dulce, conocido como Tronco de Navidad.
De ritos paganos a los umbrales del siglo XX
La tradición de decorar en Nochebuena un árbol con velas y cintas de tela de diferentes colores, primero en el bosque o luego en el interior de los hogares, surgió a finales de la Baja Edad Media en Alemania como resultado de la paulatina cristianización de ancestrales ritos paganos. Es curioso que su aceptación definitiva coincidió con la Reforma que pretendía purificar la fe cristiana: la mención más antigua confirmada de la tradición está relacionada con el nombre de Lutero, que instaló un abeto en su casa a principios del siglo XVI.
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Uno de los Árboles de Navidad que adornan el centro de Moscú
A Rusia el Árbol de Navidad llegó con los alemanes, en el siglo XIX. Cierto es que en la centuria anterior hubo un pequeño preestreno: el emperador Pedro el Grande ordenó adornar las fachadas de los edificios con ramas de abetos y pinos el día de 1 de enero de 1700 para celebrar el cambio de calendario, pues hasta entonces el año comenzaba el 1 de septiembre. Sin embargo, aquella disposición puntual perduró en Rusia en los siglos XVIII y XIX solo en la costumbre de identificar las tabernas con ramas de coníferos. Aun así, no se trataba ni de un árbol entero ni, a fin de cuentas, de la Navidad.
El 24 de diciembre de 1817 la futura emperatriz de Rusia, Alexandra Fiódorovna, llamada Carlota de Prusia antes de casarse con el gran duque Nicolás, ordenó instalar un Árbol de Navidad. Volvió a hacerlo el año siguiente. Y en 1828 se organizó en el palacio una gran fiesta para los cinco hijos de la pareja real y sus sobrinas. Desde entonces en ruso la palabra “yolka”, que literalmente se traduce como pequeño abeto, pasó a significar también un espectáculo infantil en Nochebuena.
Durante un par de decenios los abetos no sobrepasaron los límites de las residencias de los emperadores rusos que, al igual que otras casas reales europeas, solían casarse con princesas alemanas: por entonces la Alemania dividida en varios estados proporcionaba una gran oferta a todos los gustos de novias de sangres nobles. Solo en los años 40 del siglo XIX la costumbre empezó a extenderse por las dos capitales de Rusia, San Petersburgo y Moscú y, de repente, adornar un árbol en casa se puso de moda. En breve, la nueva costumbre se propagó también al espacio público: la primera fiesta en torno a un Árbol de Navidad se organizó en 1852.
A principios del siglo XX el abeto ya era toda una tradición, sobre todo, en las familias acomodadas. En aquella época surge por primera vez el personaje fantástico, mezcla de antiguos dioses eslavos del invierno y del alemán Santa Claus, el Ded Moroz, o Abuelo del Frío que trae los regalos a los niños.
La revolución erradica la “yolka”
Al llegar al poder, en 1917, los bolcheviques no prohibieron celebrar la Navidad, pero la guerra civil y las hambrunas, unidas a una feroz campaña anticlerical redujeron las ganas de festejos.
Además, el 24 de enero de 1918 los Soviets impusieron el calendario gregoriano en vez del juliano que usaba la Rusia zarista y que se retrasaba 13 días. Por tanto, del 31 de enero los rusos pasaron directamente al 14 de febrero. La Iglesia Ortodoxa rusa jamás ha aceptado el cambio y sigue celebrando las fiestas según la tradición antigua. De ahí que la Nochevieja en Rusia preceda a la Nochebuena y que luego, del 13 al 14 de enero, los rusos celebren “el viejo Año Nuevo”.
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Mercadillo de abetos
En los años 20 la política hacia las fiestas navideñas cambió, relegando el Árbol de Navidad a la clandestinidad. La prensa central comenzó a criticar duramente la “costumbre de los popes” y “la tradición burguesa”, mientras que equipos de voluntarios circulaban por las calles mirando a las ventanas para descubrir a los infractores que se atrevieran a instalar el abeto proscrito.
Sin embargo, aquella “ley seca navideña” duró poco. El 28 de diciembre de 1935 el diario oficial soviético, Pravda, que jamás trasmitió materiales que no estuvieran comprobados por las más altas autoridades, publicó la carta del miembro suplente del Buró Político del Comité Central del Partido Comunista, Pavel Póstishev, en la que arremetía contra la anulación de la fiesta, que privó de alegría a los niños de los obreros, que durante la época zarista “observaban con envidia a través de los cristales los resplandecientes Árboles de Navidad y a los hijos de los ricachones que se divertían alrededor”.
La resurrección bajo el manto ideológico
Pocas veces el lento y poco productivo sistema soviético funcionó con tal asombrosa prontitud. En tan solo cuatro días, para el Año Nuevo (en el Estado ateo ya no podía ser la Navidad), se organizaron fiestas por todo el país con Árboles de Navidad restablecidos en sus derechos.
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Bola con retratos de Lenin y Stalin fabricada en 1937
El giro ideológico acarreó varios cambios, en particular, en los adornos. Los Árboles de Navidad se llenaron de tractores y hoces con martillos en vez de los ángeles y la estrella roja de cinco puntos se impuso a la de Belén. Los festejos estaban orientados a educar a los “jóvenes constructores del comunismo”; pocos adultos podían permitirse pasarse toda la noche de juerga ya que el 1 de enero se convirtió en día no laborable solo en 1946.
En 1937 en la fiesta irrumpió otro personaje fantástico -Snegurochka, o Nievecita, la nieta de Ded Moroz- probablemente para reforzar la igualdad de género que se proclamaba en la Unión Soviética. Esta fue la última pincelada del cuadro de la celebración del Año Nuevo. Nació la triada –el Árbol de Navidad, Ded Moroz y Snegurochka- que hoy en día parece de lo más tradicional y ancestral a la mayoría de los rusos.
Viejo Condor
RIA Novosti (SIC)