El que los numerosos problemas de Asia Central no se resuelven sino se acumulan para agravarse en el futuro ya es un hecho consumado desde hace tiempo.
Los recientes acontecimientos hacen sacar conclusiones muy alarmantes: la carga negativa acumulada amenaza con pasar a la etapa siguiente.
La semana pasada, en la frontera entre Uzbekistán y Kirguizistán se produjo un tiroteo que se cobró víctimas de las dos partes. La causa fue un conflicto con los obreros que estaban reparando la carretera del lado kirguiz en el territorio disputado. Pero lo relevante no es el pretexto sino la facilidad con la que los militares de los dos países vecinos abren fuego cruzado. Por otro lado, en Tayikistán la operación contrarrevolucionaria en la región de Pamir como respuesta de las autoridades al asesinato del general del servicio de seguridad Abdullo Nazárov derivó en una batalla que se llevó decenas de vidas.
Estos incidentes no son únicos, ni nuevos. Pero los inminentes cambios en Afganistán, donde los parámetros del poder cambiarán sin duda alguna -lo que ya sirve de motivo para que se desarrolle una lucha- añaden a los acontecimientos en los países vecinos un especial matiz de peligro creciente.
Afganistán sigue siendo el factor clave de incertidumbre en toda la región. Pese a las reiteradas declaraciones de las autoridades de EEUU sobre la retirada de las tropas estadounidenses en 2014, no todo está claro. La primera cuestión es si la retirada significa la salida de todos los militares o si quedan algunas fuerzas para asegurar la estabilidad. La segunda cuestión es si algunas (incluidas las más minúsculas) subdivisiones militares serán dislocadas en Estados vecinos de Asia Central. En definitiva: ¿Es posible un poder sostenible en Afganistán después de la retirada de las tropas estadounidenses? ¿Cómo será?
Por ahora, estas preguntas no tienen respuestas claras. Todas las partes interesadas, como dentro tanto fuera de Afganistán, intentan prepararse para todas las variantes. El efecto de estos cambios en Asia Central estará determinado, creo, por el comportamiento de las minorías afganas, que antes del derrocamiento del poder de los talibanes en 2001 formaron parte de la Alianza del Norte.
Los líderes influyentes tayikos y uzbekos del norte de Afganistán no creen en las perspectivas de que se mantenga el actual régimen con Hamid Karzai a la cabeza. Tampoco, por supuesto, se conformarán con el regreso a Kabul de los talibanes después de la salida de EEUU. En la nueva historia de Afganistán hubo periodos en los que el poder central perteneció a las minorías (el régimen de los muyahidines, del 1992 al 1995) y a la mayoría de los pastunes (el régimen de los talibanes del 1995 al 2001). El primer periodo de los citados se caracterizó por una incesante guerra entre los clanes y grupos, y el segundo estuvo definido por la dictadura de islam en un país escindido.
La repetición de cualquiera de estos dos argumentos amenaza con consecuencias muy indeseables, pero la primera variante sería una catástrofe de verdad, sobre todo teniendo en cuenta que cada facción contará ahora con apoyo activo de fuerzas externas: de Islamabad, Delhi, Pekín, Teherán, Tashkent, etc.
En el caso de que vuelvan los talibanes, tendrán que resolver la tarea de incorporar al poder a las minorías desobedientes: a los tayikos, uzbekos, hazaros y otros. Una variante lógica sería la de intentar volver a encauzar su energía de la lucha interna a la externa, hacia el norte. Como los tayikos y uzbekos afganos están ante todo interesados en sacar provecho en su propio país, será difícil distraerles a todos de los problemas internos, pero incluso una parte pequeña de la turbulencia afgana bastaría para desestabilizar a los países vecinos en Asia Central.
En todo caso, una vez activados los diferentes grupos étnicos, confesionales y sociales de Afganistán, la repercusión en los países vecinos es inevitable.
En estas condiciones, lo que pasa con la Organización del Tratado de Seguridad Colectiva (OTSC), que acaba de celebrar su 20 aniversario, y en torno a ella, es un verdadero desastre. Debemos reconocer que los esfuerzos de Moscú por convertirla en una alianza político-militar más o menos eficiente, aplicados activamente desde finales de 2000, resultan inútiles. En junio Uzbekistán volvió a declarar su salida de la OTSC. Tayikistán y Kirguizistán no dejan de presentar problemas debido a la presencia en sus territorios de objetos militares rusos. Ya hemos descrito las relaciones uzbeko-kirguisas, pero el conflicto entre Uzbekistán y Tayikistán es más profundo aún, está al borde de una verdadera guerra fría. Además, todas las capitales de Asia Central no dejan de especular con los problemas existentes, esperando sacar algún provecho económico o en la esfera de seguridad a cuenta de la competencia entre Rusia y EEUU.
El problema de la OTSC es la baja confianza mutua entre la mayoría de sus miembros (en cuanto a Bielorrusia y Armenia, ni hablamos de estos Estados, ya que tienen agendas en la esfera de seguridad totalmente diferentes). Cuando en 2010 la alianza no logró elaborar un enfoque común para superar la crisis acuciante en uno de sus países miembros, Kirguizistán, fue un signo muy preocupante.
La incapacidad de identificar, determinar las amenazas internas y separarlas de las externas y de acordar los métodos de contrarrestarlas es un problema que no tiene solución. Durante los desórdenes en Kirguizistán los miembros de la OTSC tenían más temor a crear un precedente de intervención de Rusia en asuntos internos de algún país más que a las consecuencias de las propias convulsiones.
Entre tanto, el carácter de las amenazas en la región no permite separar ya los procesos internos de los externos. La infiltración de los extremistas desde fuera va a estimular el crecimiento de las tensiones internas, y al revés. No está claro en este caso cómo formular los criterios de la intervención. La OTSC se encuentra en un círculo cerrado.
Muchas reclamaciones contra Rusia de sus socios son justas. Es verdad que para Moscú no es fácil ver a sus aliados como a iguales. Sin embargo, las capitales centroasiáticas no deben olvidarse de un factor importante. La lucha geopolítica por la influencia en los países postsoviéticos, vista por todo el mundo como un axioma y un proceso eterno, tiene sus límites. Los sistemas de prioridades de los actores líderes (EEUU, China, Unión Europea) ahora dejan relegados al segundo o incluso tercer plano a muchos de los Estados, aunque hace poco éstos les hubieran interesado mucho. Y en el caso de una situación de emergencia, puede resultar que no hay nadie que quiera intervenir y asumir responsabilidad por los problemas ajenos. Es cierto que Rusia no podrá eludir sus responsabilidades por completo, ya que las consecuencias la afectarán con mucha probabilidad. Pero también es cierto que Moscú ya está perdiendo su afán por mostrar que es dueño en dichos territorios, mientras que analiza los posibles riesgos cada más con mayor atención.
*Fiodor Lukiánov, es director de la revista Rusia en la política global, una prestigiosa publicación rusa que difunde opiniones de expertos sobre la política exterior de Rusia y el desarrollo global. Es autor de comentarios sobre temas internacionales de actualidad y colabora con varios medios noticiosos de Estados Unidos, Europa y China. Es miembro del Consejo de Política Exterior y Defensa y del Consejo Presidencial de Derechos Humanos y Sociedad Civil de Rusia. Lukiánov se graduó en la Universidad Estatal de Moscú.
Viejo Condor
RIA Novosti (SIC)
LA OPINIÓN DEL AUTOR NO COINCIDE NECESARIAMETE CON LA DE RIA NOVOSTI