Una larga serie de descubrimientos revelaron la existencia de los ejércitos secretos de la OTAN, coordinados en cada país de Europa occidental y en otras latitudes por una organización clandestina conocida como Gladio. Los gobiernos no tuvieron más que reconocer a regañadientes y poco a poco la presencia local de una estructura supranacional
Los periodistas extranjeros reunidos en el club de la prensa de Roma en el verano de 1990 se quejaban de la cobardía de sus redacciones ante el delicado caso Gladio, dado a conocer en las vísperas, y su dimensión internacional. Efectivamente, el primer ministro italiano Giulio Andreotti había confesado el 3 de agosto de ese año ante el Senado de su país sobre la existencia de un ejército secreto stay-behind creado por la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) en toda Europa occidental.
La reveladora alocución de Andreotti tuvo lugar el día después del 2 de agosto de 1990, día de la invasión de Kuwait por el dictador iraquí Sadam Husein. En París, Londres y Washington, jefes de redacciones y consejeros militares temían que aquel escándalo viniera a perturbar los preparativos para la guerra del Golfo.
El 2 de agosto, en Nueva York, Estados Unidos, Gran Bretaña y Francia, “espantados por la invasión de Kuwait”, habían impuesto en el Consejo de Seguridad de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), con la anuencia de China y Rusia, la adopción de la resolución 660, que ordenaba “la retirada inmediata e incondicional de todas las fuerzas iraquíes de las posiciones ocupadas el 1 de agosto de 1990”.
En Occidente y en el mundo entero, los medios de difusión estaban entonces focalizados en la “crisis del Golfo” y relataban cómo Estados Unidos, bajo la presidencia de George Bush padre, había emprendido la mayor operación militar desde la Segunda Guerra Mundial a la cabeza de una coalición de países a la que pertenecían Alemania, Francia, Gran Bretaña, Italia y Holanda para liberar Kuwait de la ocupación iraquí en el marco de una operación bautizada como Tormenta del Desierto, en enero y febrero de 1991. Las grandes cadenas televisivas tenían así simultáneamente dos extrañas historias que poner a la disposición del público: una guerra limpia en el Golfo Pérsico y el escándalo del Gladio en Europa, que finalmente optaron por silenciar.
Giulio Andreotti
De Grecia el escándalo pasó después a Alemania donde, el 5 de noviembre un parlamentario verde, Manfred Such, que se había enterado del escándalo a través del diario alemán TAZ, emplazó solemnemente al gobierno de Helmut Kohl a expresarse sobre las sospechas de existencia de estructuras del tipo Gladio en Alemania. Mientras que en el Ministerio de Defensa alemán se reflexionaba sobre la forma más conveniente de encarar aquel emplazamiento, el canal privado de televisión RTL provocó la indignación pública al revelar, en un reportaje especial dedicado a Gladio, que exmiembros de las SS hitlerianas habían formado parte de la rama alemana de la red y que, en muchos otros países, partidarios de la extrema derecha habían sido enrolados en el ejército secreto anticomunista
La tensión aumentó todavía más cuando el vocero del gobierno alemán, Hans Klein, trató de explicar de forma confusa que “el Gladio alemán no era, como se ha dicho, un comando secreto o una unidad de guerrilla”, y agregó que no podía mencionar detalles debido a que el asunto era secreto militar. Las declaraciones de Klein provocaron un escándalo entre los socialdemócratas y los verdes de la oposición, quienes vieron en ellas un trampolín dada la cercanía de las elecciones federales.
Hermann Scheer
El parlamentario socialdemócrata Wilfried Penner, miembro de la Comisión Parlamentaria de Control (PKK) de los servicios secretos alemanes, precisó que nunca había oído hablar de la red secreta de la OTAN ni “de sus ramificaciones mafiosas” y que “este asunto tenía que ser tratado públicamente, a la vista de todos”. Burkhard Hirsch, responsable de los servicios secretos en el seno del gobierno y miembro de la PKK, se declaró también “extremadamente inquieto” ya que “si algo puede permanecer en secreto durante tanto tiempo, y pueden confiar en mi larga experiencia, es porque hay algo podrido”. Las voces que se elevaban desde las filas del SPD exigiendo una investigación oficial se callaron rápidamente cuando el gobierno democratacristiano reveló que los ministros socialdemócratas también habían mantenido el secreto durante los años que estuvieron en el poder. A pesar de las protestas de los verdes, la cuestión se zanjó a puertas cerradas.
En Bélgica, en la noche del 7 de noviembre, el ministro socialista de Defensa Guy Coeme confirmó a una población espantada que en su país también había existido un ejército secreto vinculado a la OTAN. En una referencia implícita a las matanzas registradas en Brabante –durante la década de 1980, hombres vestidos de negro habían abierto fuego sobre los clientes de varios supermercados causando numerosos muertos–, el ministro agregó: “Quiero descubrir ahora si existe un vínculo entre las actividades de esa red secreta y la ola de atentados que ensangrentó nuestro país durante los últimos años”.
Enfrentando las cámaras de la prensa, el primer ministro belga Wilfried Martens, visiblemente preocupado, declaró: “Soy primer ministro desde hace 11 años, pero siempre ignoré la existencia de una red de ese tipo en nuestro país”. Los periodistas señalaron que el primer ministro, “de ordinario tan sosegado ante cualquier circunstancia”, parecía esta vez “cualquier cosa menos relajado”. El parlamento belga decidió entonces formar una comisión especial encargada de investigar sobre la red stay-behind de Bélgica. Un año después, luego de haber obtenido el desmantelamiento de la red, dicha comisión presentó un valioso informe público de no menos de 250 páginas.
Los parlamentarios belgas lograron descubrir que el ejército clandestino de la OTAN seguía estando activo. Supieron que el ACC (Allied Clandestine Committee), que se componía de los generales que comandaban los ejércitos stay-behind de numerosos países de Europa occidental, se había reunido en el mayor secreto en su cuartel general de Bruselas el 23 y 24 de octubre de 1990. Aquel consejo se había desarrollado bajo la presidencia del general Raymond Van Calster, jefe del Servicio General de Inteligencia (SGR, por sus siglas en francés), los servicios secretos militares belgas.
Van Claster montó en cólera cuando varios periodistas lograron seguir la pista hasta él y lo contactaron repetidamente por teléfono. La primera vez mintió a la prensa al negar categóricamente, el 9 de noviembre, haber presidido la reunión internacional del ACC y al afirmar que Gladio era una cuestión estrictamente italiana. Más tarde admitió que una red secreta había sido efectivamente instaurada en Bélgica después de la Segunda Guerra Mundial “con el fin de recoger datos de inteligencia ante la hipótesis de una invasión soviética”. Desmintiendo enérgicamente todo “vínculo directo con la OTAN”, el general se negó a entrar en detalles, aunque afirmó solemnemente: “No tenemos nada que esconder”.
En Francia, el gobierno del presidente socialista Francois Mitterrand trató de restar importancia al asunto anunciando. A través de un representante prácticamente desconocido, dijo que el ejército secreto ha “estado disuelto desde hacía mucho tiempo [en nuestro país]”. El general Constantin Melnik, jefe de los servicios secretos franceses entre 1959 y 1962, hizo correr además, a través del diario más importante de Francia, el rumor de que el Gladio francés había “sido probablemente desmantelado inmediatamente después de la muerte de Stalin en 1953 y no debía existir ya bajo la presidencia de De Gaulle [es decir, después de 1958]”.
La prensa francesa se alineó detrás del gobierno, que en aquel entonces se encontraba en plenos preparativos para la guerra del Golfo, y se cuidó de hacer preguntas demasiado delicadas. Fue así como un escándalo que ocupaba los titulares de primera plana en todos los diarios de Europa sólo se reflejó en una pequeña nota en los diarios parisinos.
Implacablemente, el primer ministro italiano Andreotti echó por tierra la mentira francesa al declarar el 10 de noviembre de 1990 que Francia había participado también en la última reunión de la jefatura de Gladio, el ACC, celebrada en Bélgica el 23 de octubre de 1990. Después de aquella revelación, el ministro francés de Defensa Jean-Pierre Chevenement, ante aquella situación embarazosa, trató de limitar los daños y afirmó que el ejército secreto francés se había mantenido pasivo: “Según las informaciones de que dispongo, nunca tuvo más función que la de mantenerse a la espera y cumplir una función de enlace”.
En respuesta a un periodista de radio que le preguntaba si se iba a producir en Francia una tormenta política similar a las Italia y Bélgica, el ministro se entregó a varias especulaciones sobre las actividades terroristas o de otro tipo del ejército secreto antes de contestar con toda calma: “No lo creo”. La prensa subrayó que el gobierno estaba haciendo todo lo posible por evitar que la población viera en Gladio una “abominación nacional”.
En Gran Bretaña, varios voceros del ministerio de Defensa se turnaban día tras día dando invariablemente a la prensa casi la misma respuesta: “Lo siento pero nunca abordamos cuestiones de seguridad” o “se trata de una cuestión de seguridad, por lo tanto no la abordaremos”, o quizás: “No nos dejaremos arrastrar al terreno de la seguridad nacional”. Mientras que los diarios seguían publicando día tras día titulares sobre el escándalo del Gladio, el ministro británico de Defensa Tom King se aventuró a abordar con desenfado el inquietante asunto: “No sé detrás de qué quimera están corriendo ustedes. La cosa parece terriblemente apasionante, pero me temo que soy un completo ignorante en la materia. Estoy mucho mejor informado sobre el Golfo”.
En el contexto de los preparativos para la operación Tormenta del Desierto y la guerra contra Irak, al parlamento británico le pareció que no era urgente crear una comisión o abrir un debate parlamentario sobre Gladio y prefirió respaldar al gobierno del primer ministro John Major. En el verano de 1992, no se había proporcionado aún ninguna versión oficial sobre Gladio.
En Holanda, el primer ministro Ruud Lubbers, en el cargo desde 1982, decidió reaccionar ante el delicado problema con el envío al parlamento, el 13 de noviembre, de una carta en la que confirmaba la existencia de un ejército secreto similar en el país y subrayó que “esa organización nunca estuvo bajo el control de la OTAN”. Posteriormente, Lubbers y el ministro de Defensa de Holanda, Relus Ter Beek, informaron a puertas cerradas al comité encargado de las cuestiones vinculadas a la inteligencia y la seguridad en el seno del parlamento sobre ciertos detalles sensibles del Gladio holandés. “Los sucesivos jefes de gobierno y ministros de Defensa estimaron siempre que era preferible no involucrar en el secreto a los demás miembros del gabinete ni al parlamento”, declaró Lubbers ante los diputados, agregando que estaba orgulloso de que una treintena de ministros hubieran sido capaces de mantener aquello en secreto.
Mientras los parlamentarios denunciaban el peligro que implicaba la existencia de un ejército secreto cuya existencia era desconocida para el parlamento y para la inmensa mayoría de la ciudadanía, se decidió que la red secreta no sería objeto de ninguna investigación parlamentaria ni informe público alguno. “El problema no es tanto que tal cosa [el Gladio] haya podido o pueda existir aún hoy en día”, declaró el miembro de la oposición liberal Hans Dijkstal, “sino más bien que el parlamento no haya sido informado de nada antes de ayer en la noche”.
En el vecino Luxemburgo, el primer ministro Jacques Santer se presentó ante el parlamento el 14 de noviembre de 1990 y confirmó que un ejército secreto creado por iniciativa de la OTAN había existido también en su país. “Las actividades de esas personas se limitaban, y así fue desde su origen, a entrenarse para su misión, es decir, aprender a reaccionar individualmente en un entorno hostil o a coordinar los esfuerzos con los países aliados”, insistió Santer.
El reclamo de Jean Huss, un representante del partido verde alternativo que demandaba en primer lugar que se abriera un debate parlamentario sobre la cuestión y la posterior creación de una comisión investigadora parlamentaria, fue sometido a votación y rechazado por la mayoría de los parlamentarios.
Cuando la prensa internacional anunció que “en Portugal, una radio de Lisboa reportó que células de la red asociada a la Operación Gladio fueron utilizadas durante la década de 1950 en la defensa de la dictadura de derecha de Salazar”, el gobierno en funciones emitió un desmentido oficial. El ministro portugués de Defensa, Fernando Nogueira, declaró el 16 de noviembre de 1990 que nunca había tenido conocimiento de la presencia de una red Gladio de ningún tipo en Portugal y afirmó que no se disponía en el Ministerio de Defensa ni en la Comandancia de las Fuerzas Armadas “de ninguna información sobre la existencia o las actividades de una ‘estructura Gladio’ en Portugal”.
Un general retirado desmintió la versión del gobierno y confirmó en la prensa, de forma anónima, que un ejército paralelo existía también en Portugal y que “dependía del Ministerio de Defensa, del Ministerio del Interior y del Ministerio de Asuntos Coloniales”. En la vecina España, país que, al igual que Portugal, había vivido la mayor parte de la Guerra Fría bajo el yugo de una dictadura de derecha que reprimía la oposición política mediante el terror y la tortura, Alberto Oliart, ministro de Defensa a principios de la década de 1980, calificó de “pueril” el hecho de preguntarse si la España franquista también había tenido un ejército secreto de extrema derecha, ya que “aquí, Gladio era el gobierno mismo”.
En Dinamarca, ante la presión pública, el ministro de Defensa Knud Engaard se dirigió al parlamento, el Folketing, el 21 de noviembre, para desmentir que alguna organización “de cualquier naturaleza” hubiese sido creada en el país por la OTAN y sostenida por la Agencia Central de Inteligencia (CIA, por sus siglas en inglés). “Como las informaciones relativas a una operación montada por los servicios secretos ante la hipótesis de una ocupación del país son confidenciales, incluso altamente confidenciales”, subrayó el ministro, “me resulta imposible hablar de ellas ante el parlamento danés”. Pelle Voigt, que había traído el caso de Gladio al parlamento, hizo notar que “la respuesta del ministro de Defensa era contradictoria y confirmaba indirectamente que Dinamarca también tenía su red clandestina”. Esto dio lugar a una discusión a puertas cerradas en el seno de la comisión del parlamento danés encargada de controlar la acción de los servicios secretos.
Cuando la prensa de Noruega empezó a interpelar al gobierno sobre el tema del Gladio, la respuesta que recibió fue la más corta que se haya ofrecido nunca sobre ese tema. “Las palabras de Hansen siguen siendo exactas”, declaró el vocero del ministerio de Defensa Erik Senstad, refiriéndose así a una intervención del ministro de Defensa Rolf Hansen ante el Parlamento, intervención que databa de 1978 y en la que el ministro no tuvo más remedio que reconocer la existencia en Noruega de un ejército secreto, que ya había sido descubierto. El contralmirante Jan Ingebristen, quien había renunciado a su cargo de jefe de la inteligencia militar noruega en 1985, provocó la indignación de la población al justificar el secreto que rodeaba la existencia de aquellos ejércitos. “No hay en ello nada sospechoso. Si esas unidades están destinadas a actuar clandestinamente en territorio ocupado, es un imperativo que se mantengan en secreto”.
En Turquía, la elite del poder reaccionó ante el escándalo del Gladio el 3 de diciembre a través del general Dogan Beyazit, presidente del Departamento de Operaciones del ejército turco, y del general Kemal Yilmaz, comandante de las Fuerzas Especiales, quienes confirmaron en la prensa la existencia de un ejército secreto creado por la OTAN y dirigido por el “Departamento de Operaciones Especiales”, con la misión de “organizar la resistencia ante la posibilidad de una ocupación comunista”.
Mientras los generales trataban de convencer a la opinión de que los miembros del Gladio turco eran todos buenos “patriotas”, los periodistas y el exprimer ministro Bulent Ecevit revelaron que el ejército secreto, bautizado contraguerrilla, estaba implicado en actos de tortura, atentados y asesinatos, así como en los sucesivos golpes de Estado que habían caracterizado la historia reciente de Turquía. El ejército se negó a responder las preguntas del parlamento y de los ministros civiles y el ministerio de Defensa turco le advirtió a Ecevit que “¡hubiera hecho mejor en cerrar el pico!”
Mientras la contraguerrilla [turca] proseguía varias operaciones, el propio Departamento de Estado estadunidense señalaba en su informe de 1995 sobre los derechos humanos que “fuentes confiables en el seno de organizaciones humanitarias, representantes de la comunidad kurda y kurdos presentes en el lugar afirman que el gobierno autoriza, incluso organiza, el asesinato de civiles”. El informe precisaba que “las asociaciones de defensa de derechos humanos refieren una tesis generalizada y creíble según la cual un grupo de contraguerrilla vinculado a las fuerzas de seguridad estuvo cometiendo “matanzas secretas”.
*Historiador suizo, especialista en relaciones internacionales contemporáneas. Se dedica a la enseñanza en la universidad de Basilea, Suiza
CONTRALÍNEA 164 / 10 DE ENERO DE 2010
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