jueves, 5 de abril de 2012

El voto clave de Rusia en Siria


Fiodor Lukiánov

La conferencia internacional sobre Siria en Ankara (Turquía) a la que asistí estuvo totalmente dedicada a la postura de Rusia, devolviéndome la olvidada sensación de que soy ciudadano de un país de una importancia especial.
Los participantes, principalmente representantes de Turquía, de la oposición siria y de algunos países de la región, hablaron solo de que de Rusia depende todo y de cómo puede influir en la situación. Todos coincidieron en que si no fuera por el veto de Rusia en el Consejo de Seguridad de la ONU y por su ayuda militar a Bashar Asad, en Siria ya habría otro régimen democrático. Esta idea fue reiterada, de tal o cual modo, muchas veces. Y los intentos de los representantes rusos de atraer la atención a otras circunstancias, no menos importantes y dolorosas, resultaron inútiles. 
La oposición y la mayoría de los expertos turcos estuvieron explicando, a veces de manera muy convincente, que el poder en Damasco está condenado y va a caer pronto. Sin embargo, la seguridad de su pronta caída es mucho menor ahora que hace un par de meses. ¿A qué se debe esta fuerza del régimen sirio, que está haciendo frente a la ‘primavera árabe’ desde hace más de un año?
Primero, en Siria existe una capa de sociedad bastante considerable de gente  que no quiere perder lo que tienen. Según los datos de Rusia, Asad cuenta con el 15% o el 20% de partidarios firmes. Y además, un tercio de la población teme que cualquier cambio en el poder empeore su situación. Entre ellos se encuentran las minorías influyentes: los cristianos, incluidos armenios, kurdos, drusos, israelitas, etc. Ellos temen que el derrumbe del régimen alauita y el triunfo de la mayoría sunita provoquen la persecución de los demás grupos. Por eso la población está dividida en dos partes iguales, lo que establece premisas para una duradera guerra civil y le permite a Damasco alegar que tiene el apoyo de las masas. Aunque la oposición asegura que las minorías están poco a poco adhiriéndose a sus filas, por ahora nada lo confirma.
La segunda razón es la correlación en cuanto a fuerzas armadas, en la que la oposición pierde. La importante victoria de Asad en la ciudad de Homs cambió algo la visión internacional: ya no se habla tanto de caída inminente.
El tercer argumento a favor de Asad es el contexto regional. La operación en Libia, reconocida como el éxito de la OTAN, socavó sin embargo el entusiasmo en torno a las intervenciones militares. Por una parte los europeos, que asumieron las mayores cargas del conflicto y han gastado buena parte de sus recursos militares. Por otra, el florecimiento del islamismo allá donde cayeron las dictaduras laicas hace a Occidente dudar la oportunidad del apoyo demasiado activo a las fuerzas opositoras. Aunque en su último encuentro en Estambul el grupo de los Amigos de Siria dio un paso al apoyo más activo a los insurgentes, por ahora la idea de entregarles armamento no es aplaudida en el Occidente.
El cuarto aspecto consiste en que a diferencia de Gadafi, quien no contó con el apoyo o simpatías de ninguno de sus vecinos, Asad puede contar con la complicidad de Irán, con cierta protección por parte de Rusia y China, y, más aún, con la neutralidad callada de los países vecinos desde Irak hasta Jordania, preocupados por la perspectiva de una gran guerra regional.
En fin, la experiencia con la resolución adoptada por el Consejo de Seguridad de la ONU, que sancionó la intervención militar en Libia, hace que Moscú y Pekín, que se abstuvieron en aquella votación,  ahora se nieguen a apoyar cualquier documento que contenga alusión alguna a la aplicación de la fuerza. Desde el punto de vista de Rusia y China, la OTAN y los demás participantes de la operación libia abusaron de la resolución de la ONU para realizar con su ayuda un cambio de régimen. 
Las fuertes críticas dirigidas contra Rusia debido a su postura en la cuestión siria apenas tienen precedentes. Moscú fue acusado de contribuir a que sigan las matanzas no solo por razones de simpatía hacia el tirano sino por sacar provecho de la venta de las armas.  Los comentaristas más templados se asombraron de que Rusia sigua apoyando a un régimen condenado a la caída en vez de diversificar sus contactos y pensar en su propio futuro.  Sin embargo, Moscú manifestó una postura intransigente ignorando las amenazas de aislamiento.
El juego está lejos de concluirse, y la partida en curso tampoco está perdida para Rusia. Es cierto que la posición de Damasco cambiará pase lo que pase. La presión extranjera continuará, y a Asad no le permitirán quedarse en poder: pero las condiciones pueden ser diferentes. Es еvidente que el nuevo régimen no va a establecer contactos con Rusia, lo ha mostrado el ejemplo de Libia. El papel de Moscú en el derrocamiento de Gadafi fue decisivo. De haberse producido un veto ruso en el Consejo de Seguridad, la intervención y, por lo consiguiente, la revolución, no habrían tenido lugar. Sin embargo, las nuevas autoridades no tardaron en declarar que los contratos con Rusia quedaban terminados.
Pero la resistencia de Rusia ahora se debe no al deseo de mantener los contactos con Damasco sino al de mantener su estatus en asuntos de importancia internacional. Al no ceder ante la poderosa presión diplomática y psicológica, Moscú mostró que pese a la pérdida de posiciones en Oriente Próximo (Siria es su último socio importante), Rusia sigue siendo una potencia sin cuyo consentimiento no es posible nada. Los diplomáticos rusos dieron a entender que no permitirían legitimar ninguna intervención mediante la ONU, y nadie se decide a actuar sin resoluciones correspondientes de la organización, aunque la oposición no deja de pedirlo.  Los recuerdos de la campaña en Irak, iniciada sin apoyo del Consejo de Seguridad, están demasiado vivos todavía. Como resultado, la Liga Árabe y Occidente no tuvieron otro remedio que entablar diálogo con Rusia. El plan de Kofi Annan y el apoyo prestado a éste por parte del Consejo de Seguridad son fruto de la firme postura rusa.
También es verdad que las capacidades de Rusia son limitadas y difícilmente logrará hacer algo más en este campo. El éxito del plan de Kofi Annan es muy dudoso: estos instrumentos había que aplicarlos hace un año, medio año como mínimo. El conflicto ya avanzó demasiado, fue derramada tanta sangre que cualquier compromiso entre las partes parece imposible. Tanto más teniendo en cuenta que la oposición todavía no ha presentado a un sujeto consolidado común para las negociaciones. Rusia debe tener la idea de qué va a hacer en el caso de que estallen nuevas olas de violencia en Siria.  El apoyo ‘al Damasco oficial’ tiene sentido solo hasta un determinado momento, pero luego hay que decidir cómo vender el voto clave ruso mejor y si los opositores sirios y sus aliados le dan tanta importancia.

Viejo Condor
RIA Novosti (SIC)

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