El próximo 6 de diciembre, el presidente de Rusia, Dmitri Medvédev, comienza una visita oficial a Polonia, y el 8 de diciembre, viajará a Bruselas para participar en la Cumbre Rusia-Unión Europea.
El máximo mandatario ruso no lo tendrá fácil: las rondas de negociaciones, en Varsovia y Bruselas coinciden con una delicada etapa en las relaciones entre Rusia y la UE, por una parte, y Rusia con Polonia, país miembro de la UE que ha demostrado mucha antipatía hacia nuestro país, por otra.
La barrera psicológica
Las dificultades existentes no son económicas sino psicológicas, la UE actualmente debate el “Plan Integrado del Sistema Energético Europeo”, que busca desplazar casi por completo a Rusia de la toma de decisiones relacionadas con el abastecimiento de energía a los países europeos.
Y en Polonia se extingue la carga positiva que fortaleció las relaciones bilaterales tras las sinceras demostraciones de condolencias expresadas por Rusia tras la muerte trágica del presidente polaco Lech Kaczynski, en el accidente aéreo ocurrido el pasado abril en Smoliensk.
¿Por qué psicológicos y no económicos? Porque no existe ninguna razón objetiva de contradicciones de carácter económico entre Rusia y los países de la UE, incluida Polonia.
Las dos economías no compiten entre sí, sino que más bien se complementan, mediante el intercambio de los hidrocarburos rusos por las tecnologías alemanas y francesas, o los abonos de fabricantes rusos por artículos polacos de uso cotidiano, baratos y fiables, las dos partes sólo se beneficiarían mutuamente.
En principio, la cooperación energética entre Rusia y UE no tiene alternativa. Considerada como un consumidor en capacidad de suplantar a Europa, China resultó incapaz de pagar el precio europeo por los recursos energéticos rusos.
Y Turkmenistán durante años insatisfecho con el monopolio de gas ruso Gazprom y dispuesto a su gas a los mercados de oriente, ya ha recibido propuestas poco atractivas por parte de China.
Según ciertas estimaciones, la diferencia entre la oferta ruso y china es de 100 dólares por cada metro cúbico de gas natural. En estas condiciones las exportaciones a Europa son mucho más rentables. Por consiguiente, tanto para Moscú como para Bruselas, la cooperación en la esfera energética es la única opción.
La minoría agresiva
Sin embargo, Europa no tiene prisa para iniciar esta cooperación ventajosa para ambas partes. El mencionado plan prevé una paulatina retirada de los derechos de propiedad sobre los oleoductos y gasoductos en construcción por parte de los inversores, que por regla general son las grandes empresas energéticas de Rusia o de los países de la UE (por ejemplo, el consorcio alemán E.ON y el ruso Gazprom).
Es decir, a una empresa que lleva tiempo invirtiendo en una obra de este tipo -sin ir más lejos, gasoducto Nordstream que permitirá transportar el gas ruso desde la provincia de Leningrado directamente a Alemania-, una vez acabado el proyecto, debe permitir el acceso a las tuberías a distribuidores independientes.
O, peor aun, se insiste en que venda parte de sus acciones, como pasa ahora con los activos de Gazprom en Lituania, a cierta gente de confianza de la Comisión Europea o de las autoridades locales.
Es difícil que los ciudadanos europeos estén interesados en esos cambios porque al comprar el gas a empresas pequeñas en vez de las empresas grandes su preció no se abaratará. Esas perspectivas tampoco conviene a los gobiernos de los países miembros de la UE, incluido el de Polonia, para poder garantizar su independencia energética, porque todo gobierno debe preocuparse de que sus ciudadanos no pasen frío en invierno.
Rusia, que durante casi medio siglo ha suministrado energía a los países de Europa Occidental, ha demostrado ser un socio fiable. Sólo personas cortos de entendimiento buscan cambiar algo bueno por algo supuestamente mejor. O esas personas son sencillamente son enemigos abiertos.
Así que no se trata de economía, se trata de psicología, más concretamente, de ideas preconcebidas por parte de una minoría anti-rusa que, en los últimos diez años, ha conseguido dominar las relaciones de los países europeos con Rusia.
Estas personas son pocas, pero activas, obstinadas y para muchas de ellas la rusofobia se ha convertido en una especie de profesión. Tienen una fuerte representación en los medios de comunicación, los Parlamentos nacionales y las organizaciones no gubernamentales. Hay muchísimos menos rusófobos en la esfera gubernamental o en las empresas productoras.
Es fácil de entender: una fallida cooperación con Rusia equivaldría a altos precios de los servicios comunales y al aumento del paro (según las estimaciones del Instituto de Europa de la Academia de Ciencias de Rusia, nuestro país garantiza la existencia unos 2 millones de puestos de trabajo en los países europeos).
La subida de los precios de los servicios comunales la pagarán los gobiernos y los altibajos de los precios de los recursos energéticos serán gastos adicionales para las empresas productoras.
Y aquellos que alborotaban contra Rusia seguirán tan tranquilos en sus redacciones o despachos en los Parlamentos y tan sólo se alegrarán de las rupturas de contratos y del empeoramiento de las relaciones ruso-europeas, para poder culpar de todo una vez más al Gobierno ruso que se ha dejado dominar “por la mano de hierro de Putin” y al espíritu bárbaro de los rusos en general.
Europa sin Rusia es un proyecto utópico
¿Qué es lo que busca esta gente? Lo que busca es, en realidad, una utopía, un proyecto llamado “Europa sin Rusia”, que apareció hace relativamente poco, no hace más de 50 años, en los trabajos de historiadores emigrantes polacos y ucranianos, que alentaban un gran rencor hacia Rusia.
Entre ellos, había personas realmente brillantes como Richard Pipes, Jerzy Giedroyc, Bogdan Osadchuk. Formularon un plan que a la sazón, en los años 60 del siglo pasado, parecía imposible de realizar: separar de Rusia a Bielorrusia y Ucrania y, bajo el patronato de Polonia, introducirlas en la órbita política y económica de Europa.
En el caso de Rusia había que conseguir, según estos “luchadores por libertad”, que se viera sobrante en la distribución internacional del trabajo. Sólo se recomendaba apoyar a los más radicales disidentes soviéticos y los defensores de los derechos humanos rusos que tenían las mismas convicciones y en lo único en que se diferenciaban de sus compañeros polacos era en los apellidos.
Lo peor de todo es que esta doctrina llegó a servir de base en los últimos 15-20 años para la política europea hacia Rusia.
La política europea y los planes de Varsovia, si dejamos fuera los giros retóricos, se reducen en trazar las principales comunicaciones, energéticas, financieras y militares de tal forma que Rusia quede fuera de ellas.
Este precisamente es el resumen de las numerosas “estrategias nacionales” y planes energéticos, documentos de diferentes grados de concreción, pero siempre marcadamente anti-rusos. En los documentos oficialmente publicados, por respetar el estándar de lo políticamente correcto, siempre se añade un par de frases sobre “la búsqueda de una mejora en las relaciones” y la necesidad de “colaborar con Rusia en la esfera cultural”.
Si tenemos en cuenta que, en el mundo actual, las “buenas relaciones” no son nada sin el componente económico y que el papel de la cultura, tradicional punto fuerte de Rusia, se ha visto reducido a cero, la situación es poco alentadora. Es como si nos estuvieran indicando nuestro sitio.
Pero, desgraciadamente para los países de Occidente y afortunadamente para nosotros, “Europa sin Rusia” no deja de ser una utopía. Sería realmente imposible cumplir el sueño dorado de muchos analistas occidentales y simplemente olvidarse de Rusia: en cualquier caso algo va a escasear.
A Alemania le faltará gas y petróleo, a Hungría, turistas rusos, a las agencias inmobiliarias checas, compradores procedentes de nuestro país. La Unión Europea precisará de intermediarios para negociar con Irán su programa nuclear. Bielorrusia y Ucrania, seamos sinceros, van a echar a Rusia en falta todavía más.
Pero el país que más necesidad de Rusia sentirá será precisamente la patria de aquella repugnante utopía, es decir, Polonia. Porque Rusia para Polonia es su reflejo y una parte imprescindible del espíritu polaco, inalienable, por mucho que lo deseen ciertos políticos e “ingenieros de las almas humanas”, como, por ejemplo, el antiguo presidente checo, Vaclav Havel, a quien parece haberle dado últimamente por odiar a los rusos.
¿Habrá un camino hacia la mayoría?
En realidad, la mayoría de los rusos y de los polacos también se inclinan a favor de la amistad entre los dos países. Sin embargo, a un ciudadano de a pie le costaría formular este sentimiento tan positivo.
“Al salir de casa en Alemania, por poner un ejemplo, me siento en un país extranjero e interesante. Al hacer lo mismo en Polonia, me siento en casa, es como si no me hubiera ido de mi ciudad natal”, manifestó en cierta ocasión un joven diplomático ruso que llevaba en Polonia tres meses escasos.
No obstante, esta mayoría ruso-polaca, habitualmente callada, pudo mostrar lo mejor de sí misma en los trágicos días del pasado mes de abril. Pronto todos regresaron a los problemas cotidianos, el trabajo y los cuidados de sus hijos y sus mayores.
Y los hábiles “expertos” de los “centros de investigación” y las “organizaciones no gubernamentales” regresaron a su trajín, siguiendo con sus calumnias hacia Rusia y aprovechándose de ello económicamente.
Estos serán los problemas que tendrá que afrontar el presidente Medvédev durante su visita a Varsovia y posteriormente en la Cumbre de Bruselas. Aun así, no habría que perder la tranquilidad y el optimismo. Merece la pena recordar la mayoría, la benévola y pacífica mayoría.
No solamente la que vive en Polonia, sino también en otros países. Merecería la pena acercarse con infinita paciencia a esta mayoría. No hace falta irritarla con las conversaciones sobre el esplendor de la URSS ni de la personalidad extraordinaria de Josif Stalin. Hay que rendir homenaje a las víctimas del siglo XX y luego centrarse en la solución de los problemas comunes: los oleoductos y gasoductos de Ucrania, las instalaciones nucleares de Irán, las calles de los poblados afganos.
Hay que luchar con valentía, hablar con brevedad y obrar con nobleza. Estos valores eslavos son solicitados por todos los pueblos, desde Gdansk hasta Vladivostok. Y la mayoría puede apreciarlo.
Viejo Condor
RIA Novosti (SIC)
Dmitri Babich,
LA OPINIÓN DEL AUTOR NO COINCIDE NECESARIAMENTE CON LA DE RIA NOVOSTI
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