Fiodor Lukiánov
La serie de artículos electorales del primer ministro ruso y candidato a la presidencia Vladimir Putin -el último de los cuales, titulado ‘Rusia y el mundo en transformación’, publicó el lunes pasado el diario Moskovskie Novosti- permite sacar ciertas conclusiones sobre cómo evalúa el jefe del gobierno ruso el mundo actual y el lugar que Rusia ocupa en el mismo.
El mundo, según Putin, es impredecible y entraña múltiples peligros: desde la creciente belicosidad impaciente y la erosión del derecho internacional, hasta “los instrumentos ilegales” del “poder blando” -un concepto nuevo- que, inculcados desde el exterior, están carcomiendo el país desde el interior.
Por consiguiente, el ‘leitmotiv’ principal del artículo es la necesidad para Rusia de estar lista para afrontar los numerosos desafíos y amenazas.
Su carácter es defensivo y en esto consiste la diferencia principal respecto a su discurso hecho, por ejemplo, en Munich hace cinco años.
Aquel, al revés que ahora, tuvo un carácter ofensivo, por no decir agresivo.
Hoy el artículo transmite ante todo preocupación.
¿Cómo debe comportarse Rusia en este mundo de hoy?
Ante todo, dejar de evocar los acontecimientos de hace 20 años.
En su primer artículo electoral Putin había escrito que la época post soviética terminó, que su agenda está agotada ya.
Es muy relevante, pues durante todo el periodo anterior la desintegración de la URSS, con todas sus consecuencias, siempre sirvió de punto de referencia pues el país y su cúpula dirigente no habían logrado superar aquel trauma psicológico.
Es interesante que en su último artículo, a diferencia de previos discursos, Putin apenas mencione la Guerra Fría (se limita con reprochar la existencia de los estereotipos ligados a Rusia).
Este hecho debe servir para recalcar que es incorrecto adscribir todos los problemas en las relaciones con EEUU y Occidente a la inercia del siglo XX.
Esta oposición quedó ya en el pasado, y la divergencia de intereses tiene, en muchos casos, un carácter objetivo.
La Rusia de Putin está desilusionada con Occidente.
Y no tanto porque éste falte al respeto a Rusia y no esté dispuesto a ver en ella a un socio de iguales derechos.
Lo peor es que la política occidental no rinde los frutos esperados.
Mejor dicho, resulta ineficaz y poco perspicaz: desde la “primavera árabe” hasta la crisis de la deuda europea, desde Irán hasta Corea del Norte, todo va peor de lo planeado.
Putin sigue convencido de que los principales impulsos políticos se dan en Occidente, que es donde nacen dichas dinámicas.
Pero esto no le inquieta: hagan lo que hagan, no les sale nada bien.
Putin ve que a nivel internacional todo está interrelacionado, subrayando que tal o cual acción con llevará, inevitablemente, ciertas consecuencias.
Es algo evidente, pero es que los últimos acontecimientos hacen pensar que las consecuencias son algo de lo que suelen olvidarse.
Cada paso se considera por separado, sin tomar en cuenta nada más.
Vladimir Putin escribe de los fundamentos del orden mundial, repitiendo sus ideas habituales: las relaciones internacionales se apoyan en el “principio sagrado de soberanía estatal”, y la protección de los derechos humanos desde fuera no es nada más que una “demagogia elemental”.
Putin está profundamente convencido de que no existe todavía nada ni está inventado ningún otro principio fundamental que pueda sustituir el protagonismo de la soberanía.
La política internacional siempre se ha basado en los principios firmes y no en valores abstractos cuya aplicación práctica siempre se determina como a alguien se le antoje, dependiendo de la existente correlación de fuerzas.
Putin está seguro de que Rusia tiene que seguir siendo una potencia global, actuando en todos los campos.
En esto el enfoque de Putin es distinto del de Medvédev, quien tiende a centrarse en intereses directos, regionales, aunque también bastante amplios.
Pero la actividad a nivel internacional es imprescindible para no retroceder en lo local.
Es decir, las actividades globales tienen como fin no una expansión de cualquier tipo, sino la conservación del status quo. Putin percibe a Rusia no sólo como un contrapeso a EEUU, como creen muchos, sino como una garantía del sistema tradicional de relaciones que, según cree, comparten los países del grupo BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica).
Dicho sistema se basa en la primacía de la independencia estratégica, la inviolabilidad de su soberanía y el equilibrio de fuerzas.
Putin cree que Rusia sufre una influencia constante, negativa en su mayor parte.
Se trata tanto de retos de carácter militar (la Defensa Antimisiles y las tecnologías bélicas nuevas, la ampliación de la OTAN) como de la imposición de formas de orden social vía campañas de información e “instrumentos ilegales del “poder blando”.
El mundo en general se percibe como un medio poco amistoso, lleno de riesgos.
Y la clave del éxito es la fuerza, una fuerza constante e inquebrantable.
“Rusia goza de respeto solo cuando está fuerte y descansa firme sobre sus pies”.
Putin sigue mostrando una desconfianza profunda respecto a EEUU, fruto de las relaciones con George W. Bush en el curso de su presidencia.
Es una constante de sus declaraciones públicas, y se nota que el primer ministro de Rusia habla con franqueza.
Los tres años y medio que en los que Putin no determinó directamente la política externa no le han hecho olvidar la falta de reciprocidad en la década de 2000, así que seguramente esto afectará a su política exterior.
Sin embargo, Putin posiciona a Rusia como un país abierto, dispuesto a la cooperación económica con todo el mundo, no encerrado en sí mismo y no dispuesto a crear nada parecido a una autarquía en el sector económico.
En este sentido resulta muy significativa la disposición a comprar material bélico (en cantidades razonables) en el extranjero, así como la intención de explicar lo útil que es la membresía en la OMC (Organización Mundial de Comercio), que no es nada popular en Rusia.
Putin está interesado en los grandes negocios y en su promoción, así como en alianzas estratégicas de empresas grandes y transacciones de importancia como medios de acercamiento político.
Finalmente, Rusia presta mucha más atención a China y a Asia en general, tomando en consideración entre otras cosas el desarrollo de las regiones de Siberia y del Oriente Lejano.
Una visión global común, que existe desde hace tiempo, se completa ahora con el deseo de “captar el viento chino en las velas de la economía rusa”.
La importancia de las relaciones con el vecino oriental de Rusia la subrayan las importantes “asperezas” mencionadas de paso, incluidos los flujos migratorios.
Precisamente estas reservas muestran que China es uno de los elementos cruciales de la agenda.
Los acontecimientos de los últimos años muestran que la planificación estratégica a largo plazo no tiene sentido en el actual mundo en transformación.
Resulta que la tradicional costumbre rusa de reaccionar ante los impulsos externos cambiantes es la única opción racional.
Y precisamente esta lógica tiene preparada para sí mismo y para su país el candidato número uno.
Viejo Condor
RIA Novosti (SIC)
Fiodor Lukiánov
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