Es mediodía y el termómetro marca los 38 grados en los suburbios de Río de Janeiro. A pesar de ser pleno invierno, el sol del trópico calienta implacable el techo de chapa de una antigua fábrica abandonada.
En su interior, un mar de barracas construidas a base de madera, plástico y planchas de metal componen un paisaje desolador. Un hedor insoportable flota en el ambiente mientras los niños juegan junto a los excrementos de los roedores a lo largo de los laberínticos pasillos.
"Nuestra situación aquí es precaria en todos los sentidos. No tenemos alcantarillado, electricidad, ni tratamiento de aguas. Las enfermedades se han descontrolado: tuberculosis, hepatitis, enfermedades cutáneas y dolor de barriga por beber agua contaminada. Todo lo que puedas imaginar". Son las palabras de denuncia, de resignación, de Carlos Alberto da Conceiçao. Este joven de 30 años es el presidente de la asociación de vecinos de Nova Tuffy, en honor al nombre de la antigua fábrica de "plásticos Tuffy" que desde hace siete meses ocupa junto a otras 2.000 personas.
Al igual que miles de personas en todo Río de Janeiro, este montador de placas de aluminio tuvo que salir de la favela en la que vivía junto a su mujer e hijos por no poder pagar el alquiler. La escalada de precios en la ciudad, que acogerá los Juegos Olímpicos en 2016, es tal que se deja sentir incluso en las favelas más desfavorecidas de la ciudad. Como él mismo explica, con la llegada de las Unidades de Policía Pacificadora a las favelas, es decir, la toma del control de estas comunidades por la policía expulsando a los traficantes, se dio el pistoletazo de salida para que muchos especuladores inmobiliarios hicieran su agosto comprando sus casas a personas necesitadas y alquilándolas a precios desorbitados.
© Photo Edu Sotos
Nova Tuffy espera con dignidad
"Con la instalación de la UPP en las favelas del Alemao los alquileres pasaron de 150 reales a 400 o 500 reales. La mayoría aquí gana el salario mínimo o están jubilados. ¿Cómo puede una persona pagar con 700 reales un alquiler de 400 reales y aun mantener a sus familias?", se pregunta indignado.
Fue así como el pasado 23 de marzo, desesperado y sin otra alternativa, invadió junto a otras 500 personas esta antigua fábrica que desde hace 10 años hacía las veces de aparcamiento ilegal. Apenas 7 meses después, esta ocupación ya alberga 1.992 personas todas ellas provenientes del "Complexo do Alemao" uno de los centros del narcotráfico de la ciudad que en los últimos meses se encuentra inmerso en una guerra no declarada contra la policía de Río de Janeiro.
A pesar de los esfuerzos de Carlos Alberto, y muchos otros vecinos de Nova Tuffy, por mantener la fábrica lo más ordenada posible, lo cierto es que las condiciones de vida aquí son infrahumanas. Con más de 40 grados en su interior y con un solo baño para casi 2.000 personas, las enfermedades causan estragos entre los más débiles. Para la asistenta doméstica, Dalva Rosa, su pequeña barraca en la fábrica es lo único que le separa de vivir en la indigencia junto a sus dos hijas.
"Tengo una barraca de unos 2x3 metros. Coloqué un colchón en el suelo donde paso las noches con mis hijas, una televisión pequeña y un fogón de camping. Con eso nos apañamos. Para orinar lo hacemos en un cubo de plástico y por la mañana lo llevamos al baño comunitario pero en el caso de mayores necesidades tenemos que buscar a alguien con la llave del baño comunitario a cualquier hora", relata mientras observa su pequeña televisión acompañada de una de sus hijas.
Pero si parecía que la miseria de estas personas no podía ir a más, ahora la justicia de Río de Janeiro se ha encargado de acabar con las esperanzas de estas familias. El juez André Fernandes Arruda, decretó el pasado mes de abril la sentencia para proceder a la reintegración de los terrenos al nuevo propietario lo cual conlleva el inevitable desalojo de la ocupación que deberá ser ejecutado en los próximos días por la Policía Militar. Consciente de la tensión entre los agentes y los habitantes de la ocupación, el juez Arruda quiso dejar claro en su sentencia que el desalojo debería ser realizado de forma pacífica: "No quiero el uso de ningún tipo de violencia y espero que todos consigan un lugar digno para vivir".
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Nova Tuffy espera con dignidad
No es para menos si atendemos a los precedentes. El pasado mes de abril, el desalojo de las 5.000 personas que ocupaban la antigua fábrica de la empresa "Oi" dejó 13 heridos graves, entre ellos un niño de 9 años y un bebé de seis meses. Las escenas de familias corriendo entre las bolas de goma y los gases lacrimógenos de la policía impactaron a la ciudadanía y sus habitantes tuvieron que acampar durante semanas frente al ayuntamiento de la ciudad para conseguir ser reasentados.
El ambiente en Nova Tuffy es de tensa espera. Si bien todos saben que no se puede continuar viviendo bajo esas condiciones, la escasa confianza en los políticos y la posibilidad de perder lo poco que tienen hará que no vendan fácil su salida. "No queremos guerra pero nos negamos a salir de aquí sin una solución. Si nos echan hacia un lugar lejano tampoco vamos a aceptar, queremos un lugar donde vivir cerca de aquí porque somos dignos para eso", advierte Carlos Alberto.
Sin noticias del ayuntamiento y sufriendo continuas incursiones de la Policía Militar que, fusil en mano, busca armas y drogas arrasando con todo lo que encuentran a su paso la situación está llegando al límite. Al presidente de la asociación vecinos solo le queda cruzar los dedos para que la salida del que ha sido su hogar durante los últimos siete meses sea lo más pacífica posible.
"Vivimos sobre un barril de pólvora que cualquier día puede explotar. Tenemos miedo de que algo pueda pasar porque tenemos niños, enfermos y ancianos aquí que no merecen pasar por todo esto", se lamenta. Como él mismo recuerda, más allá de una fábrica en ruinas o de un pedazo de tierra, lo que está en juego para estas familias es algo mucho más valioso: su dignidad.
Viejo Condor
RIA Novosti (SIC)
LA OPINIÓN DEL AUTOR NO COINCIDE NECESARIAMENTE CON LA DE RIA NOVOSTI
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