Fiodor Lukiánov
¿Por qué Rusia apoya a los dictadores? Con esta pregunta empezó la conversación el periodista francés que llegó a Moscú para aclarar la postura rusa sobre Siria. ¿Y por qué Occidente apoya a los islamistas y terroristas que llegan al poder tras las revoluciones en países árabes? le respondí devolviendo otra pregunta.
Tras este intercambio de cumplidos, o más bien de tópicos de los que se sirven ambas partes, pasamos a la discusión.
Rusia se convirtió inesperadamente en el protagonista de la epopeya siria. La postura de Moscú impide legitimar a través del Consejo de Seguridad de la ONU el cambio de régimen en Siria, objetivo que pretenden conseguir los países árabes y el sus aliados del Occidente. Al mismo tiempo, el conflicto en Siria está vinculado estrechamente al problema en torno a Irán, que permanece sin solución desde hace 15 años a pesar de los esfuerzos de la comunidad internacional.
La situación en Siria fue el tema central de la conferencia 'La transformación en el mundo árabe y los intereses de Rusia', celebrada recientemente en la ciudad rusa de Sochi, en la costa del Mar Negro, en el marco de la sesión del Club Internacional de Debates Valdai dedicada a Oriente Próximo. El nivel de los participantes en el evento, que representaban a la región afectada y otros países del mundo, permite percibir las discusiones en Sochi como un fiel reflejo de las actitudes con respecto al problema sirio.
La primera impresión es que la postura rusa resulta incomprensible prácticamente para todo el mundo. La aplastante mayoría de participantes árabes exhortó a Moscú, con más o menos vehemencia y elocuencia, a dejar de apoyar a Damasco. La opinión más extendida es que la suerte del régimen gobernante en Siria está echada y su derrocamiento es cuestión de tiempo. Por lo tanto, Rusia no podrá obtener ningún beneficio político, ni mucho menos económico, defendiendo al clan de Bashar Asad. En esta situación es lógico pasar al “bando correcto de la historia” y no impedir que se cumpla la voluntad del pueblo, que según la mayor parte de los oradores consiste únicamente en derrocar el gobierno sirio actual.
Los que critican al Kremlin alegan posibles motivos para su persistencia: desde los intereses comerciales, sobre todo en el sector militar, hasta una “afinidad cordial” con los dictadores. En el aire quedan los argumentos de los representantes de Rusia, que explican que Moscú no apoya al régimen sino los principios de resolución de conflictos, y que el derrocamiento de Asad provocará más caos.
No cabe duda de que el deseo de conservar los rentables contratos y relaciones tradicionalmente amistosas desde la época soviética jugó un papel a la hora de encontrar a Rusia a este lado de las barricadas. No obstante, eso hoy día ya es secundario ya que para Moscú el asunto sirio se ha convertido en una cuestión de principios. No se puede intervenir arbitrariamente en una guerra civil a favor de uno de los bandos adaptando para las necesidades de determinados países o grupos el mecanismo legitimador universal que representa el Consejo de Seguridad de la ONU. Además, está en juego el prestigio nacional de Rusia, que quiere conseguir que su opinión cuente.
No obstante, prácticamente todo el mundo árabe (quizás excepto Irak) y la diplomacia occidental someten al Kremlin a acérrimas críticas. A pesar de ello Moscú se niega a hacer concesiones dentro del Consejo de Seguridad y fuera de él, rechazando por ejemplo ser miembro del llamado Grupo de Amigos de Siria. La mayoría de los expertos cree que de esta manera Rusia socava sus propias posiciones en el mundo árabe sin pensar en el futuro.
¿Realmente la postura de Rusia es tan miope? En cuanto a la influencia en Oriente Próximo, sus perspectivas son verdaderamente inciertas. Las “resevas” soviéticas están agotadas y es muy cuestionable la capacidad de la Rusia actual de ser un jugador geopolítico de peso. Pero por lo demás la postura del Kremlin no es nada desatinada. Moscú deja a entender que sin su visto bueno no es posible poner en marcha medidas de una manera legítima, solo decisiones arbitrarias. Un ejemplo es la intervención en Irak en 2003, reconocida mundialmente como un error. Por lo tanto, hay que buscar un consenso con respecto al conflicto de Siria, o actuar cada uno por su cuenta y riesgo, cosa que nadie está dispuesto a hacer, según parece. El problema central es, desde luego, el estatus de Rusia en el escenario político internacional, pero también se trata de que haya posibilidad de maniobra. En caso contrario todos acabarán involucrados en un túnel político-militar con una única salida: la guerra con una intervención internacional.
Cabe señalar que últimamente la postura de Occidente (a diferencia de la del mundo árabe) ha experimentado determinados cambios, lo cual viene a corroborar los debates en Sochi. Muchos se dan cuenta de que la marcha de los acontecimientos es irreversible, pero parece que algo va mal y una participación activa en Siria entraña peligro. La gente empieza a darse cuenta de las consecuencias que podría acarrear el derrocamiento de Asad.
No están claras ni la composición de la oposición ni sus intenciones. Es evidente que fuerzas foráneas están entrometiéndose en el conflicto, los intereses de las monarquías sunitas son más que ostensibles, el destino de las minorías (alauitas, cristianos, curdos y coptos si tenemos en cuenta lo que ocurre en países vecinos) puede resultar muy oscuro y la perspectiva de un brutal conflicto intestino parece bastante real.
Según apreciaciones de expertos rusos citadas en la conferencia, los ánimos reinantes en Siria, sientan unas premisas ideales para una guerra civil dilatada y de amplia envergadura. Los partidarios incuestionables de Asad suponen un 20% de la población, otro 40% sostiene que es mejor conservar el régimen actual que cambiarlo por otro, los adversarios radicales llegan al 10% y otro 30% aboga por la reforma. Es decir, asistimos a la escisión en su versión clásica.
La repetición del escenario libio en Siria, a juzgar por todos los indicios, no entusiasma a nadie; igual que el guión iraquí a costa del Consejo de Seguridad de la ONU. De ahí el deseo de incorporar en este proceso a Moscú, para darle legitimidad y compartir la responsabilidad.
Se adelantó la propuesta de que Rusia podría ser garante de los intereses y de la seguridad de las minorías en Siria, el Líbano y Egipto. Todas las minorías temen la caída del régimen de Asad (que representa a una minoría marcadamente privilegiada) y la consiguiente venganza por parte de la mayoría sunita. De modo que en este caso Moscú podría adoptar una postura moralmente acertada y políticamente prometedora.
Si intentamos resumir las impresiones que causaron los debates, se impone la siguiente conclusión. Pese a todo el aluvión de críticas, Moscú acertó al no apoyar, a diferencia del caso libio, una resolución dura contra Siria, confiriendo de este modo un alto grado de importancia al asunto.
Resulta por tanto bastante arriesgado emprender acción alguna sin la aprobación del Kremlin. Por mucho que se critique la postura, es imposible desestimarla. Pero ya es hora de introducir cambios en la misma, porque el veto como tal solo puede acarrear la escalada de la guerra civil.
Todos los oradores insistían en que Rusia es capaz de desempeñar un papel clave en la búsqueda de soluciones, persuadiendo a Damasco a aceptar alguna fórmula de compromiso.
De todas formas, no conviene sobrevalorar el grado de influencia del Kremlin sobre Asad, con tanta más razón si las acciones de los dirigentes sirios no siempre son acertadas.
Pero incluso aquellos delegados árabes que mantienen una postura en extremo negativa hacia la política exterior rusa reconocen que desde el momento del colapso de la URSS y la ruptura del equilibrio de influencias en Oriente Próximo las posibilidades de resolver problemas se han reducido notablemente.
Sería realmente plausible que Rusia pudiera desempeñar un papel estabilizador en esta región. Para lograrlo, no basta sólo con defender con firmeza su postura, sino también dar muestras de flexibilidad, creatividad y voluntad política. De momento, no podemos constatar que la política exterior rusa sume todos estos requisitos.
* Fiodor Lukiánov, es director de la revista “Rusia en la política global”, una prestigiosa publicación rusa que difunde opiniones de expertos sobre la política exterior de Rusia y el desarrollo global. Es autor de comentarios sobre temas internacionales de actualidad y colabora con varios medios noticiosos de Estados Unidos, Europa y China. Es miembro del Consejo de Política Exterior y Defensa y del Consejo Presidencial de Derechos Humanos y Sociedad Civil de Rusia. Lukiánov se graduó en la Universidad Estatal de Moscú.
Viejo Condor
RIA Novosti (SIC)
LA OPINIÓN DEL AUTOR NO COINCIDE NECESARIAMENTE CON LA DE RIA NOVOSTI
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