Entre el 3 y el 28 de este mes de mayo, en Nueva York, se celebra la Conferencia de las Naciones Unidas para la Revisión del Tratado de No Proliferación Nuclear (TNP).
Por octava vez desde la firma del documento en 1968, la ONU vuelve a afrontar los problemas de la no proliferación y a pisar sus movedizas arenas. Hay que decir que las siete conferencias hasta ahora celebradas no han arrojado resultados significativos.
Tras la anterior Conferencia del año 2005, en la práctica daba la impresión de que no existía ningún tratado. Los representantes de las partes implicadas nunca habían llegado a pelearse, pero tampoco habían conseguido una fórmula adecuada de compromiso sobre los temas que están sobre el tapete.
Lo único que los participantes de la reunión tienen claro es que es necesario evitar que surjan más potencias nucleares, para lo cual se debería reforzar el régimen previsto en el Tratado. El problema está en cómo hacerlo.
Existen tantas diferencias entre las partes firmantes, ya sea entre los países por separado como entre sus distintos bloques de alianzas, que armonizar un reforzamiento común del modelo existente, con las medidas a tomar y los sacrificios a asumir, resultaría incluso más complejo que confeccionar una bomba nuclear de última generación.
Resumir los avances logrados hasta el momento sería una pérdida de tiempo: no ha habido ninguno, aparte de la decisión de suprimir los plazos de vigencia del Tratado, tomada ya en 1995.
Desde el filo de los años 40 y 50, las potencias nucleares se empeñaron en limitar el número de miembros de su club elitista y empezaron a promover el concepto del "átomo pacífico". El TNP fue firmado en su momento por los Cinco Grandes: Inglaterra, la República Popular China, la URSS, EEUU y Francia. No obstante, Pekín y París se adhirieron al Tratado de forma oficial tan sólo en 1992. En la actualidad, el documento cuenta con 188 países firmantes.
Desde mediados de los 70, sin embargo, empezó un proceso de ampliación de este "club nuclear". India realizó por primera vez ensayos nucleares en 1974, llevando a cabo pruebas en 1998 con cargas nucleares. En el mismo 1998 lo hizo Pakistán. En 2006 realizó pruebas Corea del Norte. Israel, aunque sin reconocerlo ni desmentirlo, posee la bomba atómica y dispone de 100 a 200 cabezas nucleares de última generación. Pero ni Israel, ni la India ni Pakistán han firmado el TNP.
En 2006, Irán anunció que disponía de la tecnología necesaria para producir combustible atómico en condiciones de laboratorio. Algunas informaciones apuntan a que, en Sudáfrica, también se estuvo trabajando en la creación de la bomba, llegándose a realizar pruebas en colaboración con Israel en 1979; más tarde, sin embargo, el proyecto fue interrumpido, adhiriéndose el país al TNP.
Del mismo modo Libia, Irak, Taiwán y Siria estuvieron ensayando con materiales nucleares. No obstante, por diferentes motivos, sus ensayos fueron cancelados.
El Tratado podría ser objeto de infinitas críticas, pero tiene el indudable mérito de haber marcado las pautas de comportamiento en el ámbito nuclear. No obstante, dichas normas ahora deberían ser reforzadas con algo más tangible, de lo contrario, nos enfrentamos a unas perspectivas desastrosas. Y no por parte de los cinco actores principales del "club nuclear", pues nadie piensa que puedan llegar a emplear sus armas.
El mundo podría precipitarse al abismo por una razón bien distinta: el exceso de celo preventivo por parte de los así llamados Estados perinucleares. En este sentido, Israel ha lanzado ya en dos ocasiones ataques contra supuestas instalaciones nucleares de países vecinos.
En 1981 fue destruido un objetivo en Irak y en 2007, los israelíes bombardearon objetivos nucleares en Siria. El caso más sangrante y conocido es la invasión en Irak por parte de los Estados Unidos, durante el mandato del anterior Presidente George Bush, con el pretexto de buscar armas de destrucción masiva. Es muy probable que Oriente Medio sufra las catastróficas consecuencias de un posible ataque de Israel, esta vez contra Irán.
Se supone que la reunión de mayo será crucial o, al menos, debería serlo. En juego está el futuro del TNP en concreto y el de todo el proceso de no proliferación en general. La aplicación efectiva del Tratado ha demostrado ser muy frágil tanto en el transcurso de las revisiones quinquenales, como en los períodos entre conferencias.
Muchas esperanzas se cifran en la Administración del Presidente Barack Obama, quien prometió poner en su agenda el tema del desarme nuclear y del control sobre su realización. Con Bush, tanto el TNP, como el Tratado de Prohibición Total de Ensayos Nucleares constituían casi un tabú y no se dio ningún paso concreto en este aspecto. Estados Unidos estaba luchando contra el terrorismo y el resto a Washington le importaba muy poco.
Ahora, la Casa Blanca parece darse cuenta de que la no proliferación también forma parte de la lucha contra el terrorismo (el terrorismo nuclear en este caso), por lo que el desarme es uno de los principales puntos de su agenda. Ello podría llevar a participar en el proceso a los países en vías de desarrollo, que en su mayoría creen que la no proliferación no es otra cosa que la dictadura camuflada de los países desarrollados y su renuncia a compartir el monopolio nuclear, pacífico y militar.
En resumen, hay tantos problemas, que una conferencia no conseguirá ofrecer soluciones para todos. La ONU, por otro lado, nunca ha sido capaz de encontrar una fórmula de compromiso para los 188 países firmantes. No obstante, es hora de empezar.
Viejo Condor
RIA Novosti (SIC)
Andrei Fediashin
LA OPINIÓN DEL AUTOR NO COINCIDE NECESARIAMENTE CON LA DE RIA NOVOSTI
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