El pasado 20 de enero, Barack Obama concluyó el primer año de su mandato con resultados que no pueden considerase malos pero tampoco brillantes.
Más bien esos resultados fueron modestos y satisfactorios, lo que ya es un logro si se tiene en cuenta que Estados Unidos libra dos guerras (Irak y Afganistán), afronta la amenaza de que estallen otras dos (en Irán y Yemen) y además resiste las consecuencias de la crisis económica mundial.
El logro más importante de Obama es que la comunidad internacional dejó de ver a Estados Unidos como un vestigio de la época de Ronald Reagan, Aunque muchos creen que esto no es un mérito de Obama porque esto ocurrió sencillamente después de que George W. Bush abandonó la Casa Blanca.
La vida del inquilino de la Casa Blanca no será más fácil en el futuro. Desde el 20 de enero Obama asumirá toda la responsabilidad por las guerras en Irak y Afganistán, tendrá que probar la viabilidad de las medidas de estabilización económica llevadas a cabo tras la crisis, y deberá pasar de las palabras a los hechos.
Para valorar a los presidentes del país, los ciudadanos estadounidenses suelen aplicar el calendario, marcar 100 días, 6 meses ó un año desde su elección o investidura, para hacer un balance de lo hecho en comparación con los presidentes anteriores.
Desgraciadamente, esas estimaciones se hacen de forma superficial, sin tener en cuenta la realidad del momento y otras circunstancias.
Además, los estadounidenses adquirieron la costumbre de elevar considerablemente sus exigencias al presidente que reemplaza a los considerados "mandatarios malos", como ocurrió con George W. Bush.
Para el 20 de enero, la tasa de aprobación de Obama bajó hasta 46 ó 49%, un índice notable, porque el umbral del 50% de popularidad es considerado el nivel crítico para el primer año de mandato de los presidentes estadounidenses.
Pero en este caso, nadie explica por qué se aplican criterios ordinarios para evaluar a un presidente extraordinario, que asumió el poder en una época muy difícil y tuvo que tratar con píldoras muy amargas las enfermedades que heredó de su antecesor.
A raíz de esto, la cadena estadounidense Fox News (que desde hace mucho ha pasado a ser una institución política de las fuerzas conservadoras y de extrema derecha) anunció que el actual nivel de aceptación de Obama a finales de su primer año de gobierno fue la más baja de los presidentes anteriores.
Sin embargo, esto no es así. La agencia de investigación de mercado y opinión pública Gallup sólo empezó a realizar encuestas de aprobación, cuando el 33º presidente, Harry Truman (1945-53), llegó al poder, o sea, después de terminar la Segunda Guerra Mundial.
Vale la pena mencionar que uno de los mandatarios estadounidenses más populares en el período de posguerra fue Ronald Reagan, que sigue siendo ídolo para los conservadores de EEUU, y que tuvo índices exactamente iguales a los que hora tiene Obama.
A finales del primer año de su presidencia, entre el 41% y el 49 % de los estadounidenses consultados dieron una valoración positiva al mandato de Reagan.
Reagan y Obama, ó más bien, sus épocas, tienen mucho en común, como si el segundo fuera el reflejo en un espejo del primero.
Tanto Reagan, como Obama, sustituyeron a unos presidentes con aceptación pública muy baja. La tasa de aprobación de Jimmy Carter (antecesor de Reagan) fue del 28%, o sea, la más baja en la historia, casi igual a la de George W. Bush (antecesor de Obama).
En la época de Reagan, el partido republicano logró la mayoría parlamentaria, y con Obama, el Senado es de mayoría demócrata.
Cuando Reagan ocupó el sillón presidencial, EEUU atravesaba la crisis económica más grave desde los años de la Gran Depresión, y una situación similar vive el país con Obama.
Sería ingenuo esperar que el 44º presidente de EEUU lograra la recuperación económica inmediatamente después de su investidura (la ralentización económica se detiene muy lentamente); que EEUU gane las guerras en Afganistán e Irak y sea aplaudido por la población de esos países.
Tampoco se puede esperar que con Obama, Israel cese de construir nuevas colonias en los territorios ocupados y fraternice con los palestinos, que Teherán extienda la mano a EEUU (Obama ya la retiró), y que el mundo detenga el calentamiento global y pase a destruir las armas nucleares.
Un primer año de su presidencia es un plazo irreal para que Obama pudiera establecer un sistema general y accesible de salud pública como el existente en todos los países industrializados desde hace mucho. Vale destacar que ninguno de sus antecesores, a partir de Theodor Roosevelt, pudo hacerlo.
Obama tampoco logró estrechar las relaciones entre EEUU y Rusia al nivel que se esperaba. Las negociaciones sobre el nuevo Tratado para la reducción del arsenal nuclear estratégico destinado a sustituir el Tratado START-1 que expiró el 5 de diciembre del año pasado todavía no ha concluido.
Según la subsecretaria de Estado para el Control de Armas y Seguridad Internacional, Ellen Tauscher, la negociadora jefe por parte de EEUU, el texto definitivo del tratado estará listo próximamente.
Para el efecto, las delegaciones de Rusia y EEUU se reunirán esta semana en Moscú, por primera vez en este año, y volverán a encontrarse el próximo 25 de enero en Ginebra, durante el período ordinario de sesiones.
Tauscher expresó que el nuevo Tratado será firmado antes de que celebre en Nueva York, el próximo 3 de mayo, la Conferencia de las Naciones Unidas para la Revisión del Tratado de No Proliferación Nuclear, que se celebra cada diez años.
Por supuesto se puede incriminar a Obama de haber prometido muchas cosas que no pudo cumplir. Pero esto no es su culpa, porque esto, más bien depende de la naturaleza del sistema estadounidense.
EEUU fue concebido de tal forma que siempre es posible atenuar las anomalías y limar las asperezas, porque esto fue uno de los asuntos que más atención dedicaron los patriarcas fundadores de los estados de la Unión.
Viejo Condor
RIA Novosti (SIC)
Andrei Fediashin
LA OPINIÓN DEL AUTOR NO COINCIDE OBLIGATORIAMENTE CON LA DE RIA NOVOSTI
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