Fiodor Lukiánov
La partida en torno a Damasco se aproxima a su final. Después de un período de tranquilidad relativa, viene una noticia tras otra.
Por un lado, son positivas. El secretario de estado de EEUU, John Kerry, y el primer ministro de Gran Bretaña, David Cameron, expresan optimismo a raíz de las negociaciones con las autoridades rusas, se está preparando una conferencia internacional para el arreglo. Barack Obama valora altamente la cooperación con Moscú. Occidente y Rusia elaboraron un lema nuevo: no permitir la descomposición de Siria. Todos coinciden en que éste debe ser el objetivo, pero Moscú y capitales occidentales no coinciden en cómo alcanzarlo. Por ahora no está claro quién participará en la conferencia: en esencia, se trata de una idea, nada más, pero se vislumbra el deseo de realizarla.
Por otro lado, al mismo tiempo tienen lugar varios acontecimientos de carácter destructivo. Una ola de filtración de información no verificada de que Rusia se proponga armar a Siria con sistemas antiaéreos S-300 (y algunos afirman, que ya lo ha hecho). Oficialmente nadie lo confirmó, pero corren rumores de que precisamente de ello habló en Moscú el primer ministro de Israel Benjamín Netanyahu, dando a entender que Israel destruirá estos complejos, pero, como afirman, sin llegar a compromiso con Putin. El propio Israel ataca el territorio sirio agravando el conflicto. Luego, se lleva una discusión extraña sobre el arma química: se intenta detectar si fue aplicada en Siria y por quién. Como Barack Obama ya había advertido que la aplicación de arma química sería para EEUU un casusbelli, todos están a la espera de algún paso decisivo por parte de Washington, que, sin embargo, no se muestra dispuesto a llevar a cabo su amenaza. El presidente parece evitar meterse en conflictos de Oriente Próximo, lo que irrita a sus múltiples oponentes.
Sea cual fuera, ha llegado un momento decisivo: los partidarios y los adversarios del arreglo político se lanzan al ataque unos contra otros. Las partes participantes en la guerra civil vuelven al empate, sin intervención externa el conflicto puede durar un periodo indefinido. Cuanto más dure, tanas más dudas surgen en EEUU acerca de la oposición siria: parece estar ganando la parte contra la cual EEUU luchó en el marco de una “operación contraterrorista”. Apoyar a Al Asad, aunque sea de facto, no de jure, es imposible políticamente. Intervenir apoyando a los insurgentes es arriesgado, tanto más que Rusia y China no permiten recibir para ello una sanción del Consejo de Seguridad de la ONU. Tampoco alguien tiene ilusión de que pueda haber una Siria pacífica después de Asad. La prometida conferencia internacional parece el último chance. Pero es muy poco probable que se corone con éxito.
Aunque EEUU, Gran Bretaña, Francia, Rusia y otras fuerzas externas lleguen a un consenso sobre el futuro régimen y el arreglo en Siria (y precisamente a ello debe ser dedicada la conferencia), esto no significará que las partes del conflicto aplaudan y obedezcan su solución. Moscú no dirige Damasco, y Washington tampoco dirige la oposición Siria. Es interesante que los países de los cuales Siria depende más, Irán, Arabia Saudí, Catar, no expresen su opinión al respecto. Sus agendas no coinciden con las de los líderes mundiales.
En esencia, EEUU y Rusia tienen una seria disensión: qué debe pasar antes, la retirada de Asad o la elaboración de régimen nuevo en Siria. En Washington consideran que lo primero, en Moscú, que lo segundo. La postura rusa se explica no por la simpatía con el presidente sirio, sino por la alergia a cualquier acción que pueda calificarse como cambio de régimen. En otras palabras, en Rusia no verán como una tragedia si Asad se vaya como resultado de un proceso político entre las partes de conflicto. Pero no antes y no como resultado de una decisión externa.
Si la conferencia fracasa, lo que por desgracia es muy probable, los grandes países se verán en una posición complicada. En Washington y en capitales europeos aumentará la presión sobre las autoridades por parte de los que creen que hay que prestar a los insurgentes cualquier apoyo, incluido el militar. El público occidental, que se traga la información sobre las atrocidades del régimen, sin tomarse la labor de cuestionar su veracidad, no está dispuesto a aguantar meses de guerra civil más. Una intervención militar, sin embargo, es poco probable, pero es muy posible la renuncia al embargo para el suministro de armas y la deslegitimación de Asad. Rusia, para mantener el balance, tendrá que ponerse al lado de Damasco de manera aun más decisiva y suministrarle armas. Entonces sí que un convoy militar con los S-300 partirá hacia la costa siria. La disensión entre los países grandes se agravará. Y en ningún caso esto mejorará las perspectivas de Siria: la fragmentación del país que se intenta evitar resultará inevitable.
Desde que empezó la crisis siria, los diplomáticos rusos recordaron reiteradamente los Acuerdos de Dayton con los cuales concluyó la guerra de Bosnia. Entonces a los líderes de las partes beligerantes les cerraron en la base estadounidense hasta que concordaran los aspectos de arreglo de paz, estabilización y delimitación de frontera. Está claro que las partes se encontraron bajo una presión poderosa, pero ninguna de ellas fue excluida del proceso. Alguna variación de este modelo podría aplicarse a Siria. La historia nunca se repite, pero al menos hay un esquema. Y la experiencia del pasado sugiere que no se puede quitar del proceso a los representantes de Asad (o hasta a él mismo, pues no repararon en regatear con Milosevic directamente) y a Irán, los actores clave.
En los dos años del conflicto, Moscú no abandonó su postura inicial, pero ahora también se muestra interesado en éxito. Pues su posición intransigente será justificada sólo a condición de que todo concluya con un arreglo político en Siria. En este caso Moscú podrá afirmar que sus duraderos esfuerzos para defender sus principios e intereses han tenido éxito. Pero si la colisión siria termina de otra manera, sea con una intervención externa directa o sin ella, Moscú puede distanciarse, pero el escrupuloso trabajo de más de dos años irá al garete, y se le pegará para mucho tiempo la reputación de socio de los condenados.
*Fiodor Lukiánov es presidente del Consejo de Política Exterior y Defensa. Director de la revista Rusia en la política global, una prestigiosa publicación rusa que difunde opiniones de expertos sobre la política exterior de Rusia y el desarrollo global. Es autor de comentarios sobre temas internacionales de actualidad y colabora con varios medios noticiosos de Estados Unidos, Europa y China. Lukiánov se graduó en la Universidad Estatal de Moscú.
Viejo Condor
RIA Novosti (SIC)
Fiodor Lukiánov
LA OPINIÓN DEL AUTOR NO COINCIDE NECESARIAMENTE CON LA DE RIANOVOSTI
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