Para mí está claro cuales fueron los acontecimientos que obligaron al presidente Dmitri Medvédev tomar la decisión definitiva sobre la respuesta de Rusia al despliegue del escudo antimisiles en Europa.
Ocurrió en Honolulu, durante el Foro (y la cumbre) de Cooperación Económica Asia Pacífico (APEC), cuando se celebró, por lo visto, el último encuentro entre Barack Obama y Dmitri Medvédev en su actual calidad de Jefes de Estado.
Puesto que el APEC tiene que ver más que todo con asuntos de economía, en esa reunión se habló del ingreso de Rusia en la Organización Mundial del Comercio (OMC), y de otras muchas cosas. Pero un tema quedó sin tocar, el del escudo antimisiles, asunto en el que los dos presidentes acordaron dejar sin acuerdo. También se planteó una invitación para que Obama visitara Moscú antes de fin de año. Y en seguida se supo que el mandatario estadounidense no podía.
Quisieron, pero no pudieron
En la práctica internacional, es bastante extraño cuando una parte hace públicamente una invitación y la otra la rechaza. Lo más habitual es que este tipo de asuntos se hablen a puerta cerrada y si la visita no es posible, la invitación tampoco se hace pública. Así que sólo por ese hecho se puede deducir que en las relaciones bilaterales algo pudo pasar. Y ahora ya sabemos qué.
La parte técnica de las medidas anunciadas por Medvédev es un tema aparte. Aquí cada cual ve lo que le interesa.
La agencia Associated Press puso como titular el que los misiles rusos apuntarán a objetivos de Europa. En Rusia llama más la atención que las cabezas de esos mismos misiles estarán equipadas con sistemas para burlar el escudo antimisiles. Cada loco con su tema.
Y si dejamos de lado la tecnología y pasamos a la política, lo más importante aquí es la frase del presidente ruso de que “teniendo en cuenta el vínculo directo entre las armas estratégicas ofensivas y las defensivas, pueden surgir motivos para que nuestro país abandone el Tratado START, algo que está previsto en el propio tratado”.
Un resultado bastante triste para las dos presidencias, la de Rusia y la de EEUU, que querían de buena fé llegar a un acuerdo sobre un asunto al parecer bastante evidente, pero no pudieron lograrlo. Y aunque el avance clave conseguido por ambos todavía no se ha echado por tierra, ya está bajo amenaza.
Y el dinero, ¿qué tiene que ver aquí?
La pregunta que surge es ¿por qué no pasar por alto la incapacidad estadounidense de renunciar a la obsesión del escudo antimisiles? Máxime cuando los expertos opositores rusos sencillamente tachan de manía nuestros temores respecto al sistema, recordando que podría ser una amenaza sólo durante la tercera y última fase del despliegue.
Existe un cúmulo de circunstancias asociadas que empujan a la decisión actual.
Y no se debe a que estemos en las puertas de los comicios parlamentarios en Rusia, dado que la política exterior no se ha convertido en el tema electoral clave. Es más, el discurso de Dmitri Medvédev no necesariamente complacerá a un electorado amplio, más bien parece una obligación molesta.
Aquí hay algo que tiene que ver con el dinero. Y no es el nuestro. El hecho más importante de la política estadounidense ha sido esta semana el fracaso del “súper comité” del Congreso que tenía que poner soluciones para reducir la deuda federal. Entre otras molestas consecuencias de la incapacidad de los principales partidos de EEUU para llegar a un acuerdo incluso en lo que urge de ese acuerdo, también hay repercusiones en el presupuesto del Pentágono.
Resulta que tras el fracaso del Congreso, el secretario de Defensa León Panetta se verá obligado a poner en marcha a partir de enero un plan de 10 años de recortes presupuestarios por 450.000 millones de dólares. Y si se piensa mejor, habría que recortar aún más.
El mundo cambia, pero no la gente
Sería bueno que el discurso de Dmitri Medvédev sobre la respuesta rusa al escudo antimisiles hiciera que ciertas personas se pensaran: ¿es realmente tan imprescindible ese sistema si tanto molesta al país que podría ser un buen socio para EEUU, cuando no un amigo?
Y es que en algún momento Moscú estuvo dispuesto a aceptar tan sólo una declaración vinculante de que el escudo antimisiles no apuntará a Rusia. Es decir, hacía falta sólo un papel. Pero tampoco se escribió.
Puede que los estadounidenses se lo piensen ahora. O puede que no.
El caso es que el tema del escudo antimisiles tiene en EEUU una especie de vida encantada y poco racional, algo que hace pensar que el principal problema no son los misiles ni las pistolas (o ballestas), sino la mentalidad de las personas.
¡Hay que ver las veces, en lo que va de diálogo entre Medvédev y Obama, que Moscú ha tenido que fingir que nos entendíamos y no discrepábamos demasiado, pese a que la cosa iba mal!
Libia, en general el “Gran Oriente Próximo”, donde EEUU, que parece que se va, deja un caos y ruinas. Ahora les toca a Siria e Irán. Y eso que Obama ha asegurado un montón de veces que se entiende con Moscú en cuanto al futuro nuclear iraní. Pero, ¿es realmente cierto?
¿Por qué entonces cada vez que surge una posibilidad mínima de llegar a un acuerdo con Irán (algo que busca Moscú), EEUU y sus aliados vuelven a dejarse llevar por la manía de ponerle sanciones? ¿No quieren negociar? ¿Qué es lo que quieren?
Se podría recordar un sinfín de otros casos, como el de Víctor Bout. O que la expresión “restaurar la URSS” suena en EEUU como un veredicto acusatorio, independientemente de si se quiere restaurar realmente o no. Pero todo se reduce a una sola cosa, la incapacidad de las sociedades occidentales, más que de sus Gobiernos, de abandonar la política de hace 20 años.
Efectivamente, el mundo ha cambiado dos veces en estos años. El propio EEUU y los países de la Unión Europea están ahora arruinados y no saben qué hacer con su deuda. Regiones enteras ya no parecen lo que eran tan sólo hace 10 años.
Y durante todos estos años, los tres presidentes de Rusia (el otrora país enemigo), Yeltsin, Putin y Medvédev, han comenzado sus mandatos con extender a Occidente la mano de amistad. Los tres han mencionado, en situaciones diferentes, la hipotética posibilidad del ingreso de Rusia en la OTAN, siempre que ésta respete los intereses de la seguridad nacional de Moscú. Y siempre han tropezado con las mismas dos cosas: ¿se corresponden los rusos con nuestros estándares? ¿Y en caso de la respuesta positiva, por qué se tienen que preocupar por nuestro escudo antimisiles?
Es por eso que tenemos lo que tenemos.
Viejo Condor
RIA Novosti (SIC)
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