El pasado sábado en Irán fue cargado con combustible el primer bloque de la central nuclear de Bushehr, fase crucial para su puesta en marcha. La construcción de esta central, tema obligado en cualquier debate sobre el programa nuclear iraní, duró muchos años y su inauguración se produce en circunstancias geopolíticas bastante delicadas.
En los años 90, cuando la colaboración ruso-iraní en materia nuclear apenas comenzaba, Irán estaba gobernado por los liberales, encabezados por uno de los oligarcas persas, Ali Akbar Hashemi Rafsanjani, enemigo jurado del líder de los conservadores, Sayyed Ali Khamanei, sucesor del fundador de la República Islámica, Ayatollah Khomeini.
Una vez en el poder, Rafsanjani no dudó en aplicar una política pragmática para acabar los "excesos" de la Revolución Islámica y afianzar de manera paulatina y constructiva la posición de Irán en Oriente Medio y en Asia Central.
A pesar de fracasos económicos y escándalos relacionados con corrupción, el rumbo político del líder iraní tuvo cierto atractivo y fue continuado por su sucesor Mohammad Khatami.
Fue precisamente durante el gobierno de Rafsanjani cuando comenzó la construcción de la central nuclear de Bushehr, aunque la decisión de principio fue tomada en 1995.
Los quince años de gobierno moderado en Irán permitieron a Rusia sostener un diálogo constructivo en el tema nuclear y otras materias, y por esa razón, Moscú rechazó todos los ataques lanzados por Washington contra Irán en cuanto a la cosntrucción de una central nuclear, tanto en el seno del Consejo de Seguridad de la ONU como en otros organismos internacionales.
No obstante, en 2005 los conservadores iraníes promovieron a cargo de presidente al joven y ambicioso alcalde de Teherán, Mahmud Ahmadineyad, quien enseguida dio a la política exterior iraní un toque rayando con el histerismo.
Al mismo tiempo Irán empezó a desarrollar a marchas forzadas un programa nuclear propio. En aquellas circunstancias, la postura proiraní de Moscú adquirió un carácter ambiguo. Poco después se hizo evidente que Ahmadineyad, un líder populista a la vez que autoritario, y muy consecuente en política aplicada.
Las fuerzas reformadoras de la élite política iraní fueron incapaces de poner coto a sus ambiciones y Rusia optó por dilatar la puesta en marcha de la central nuclear de Bushehr, lo que provocó acusaciones mutuas de incumplimiento de las condiciones financieras del contrato de construcción de la central.
La central nuclear de Bushehr se convirtió en un verdadero estorbo. Reiteradamente Rusia aseguraba a Teherán y al mundo entero que la central sería puesta en marcha sin lugar a dudas. El Departamento de Estado de los EEUU con cauteloso optimismo aprobaba las acciones de Rusia, encaminadas a "civilizar" el programa nuclear iraní.
Al mismo tiempo, la opinión pública estadounidense bajo la influencia de los medios de comunicación y expertos en el tema, adoptaron una actitud negativa, debido a que vinculaba la puesta en explotación del reactor ruso con la creación de armas nucleares por parte de Irán.
Pero todo eso no eran más que palabrerías. Los reactores de agua ligera del de fabricación rusa tipo VVER-1000 no pueden ser empleados en la producción de material nuclear para uso militar.
Es cierto que el combustible de los reactores VVER contiene aproximadamente un 0,6% de plutonio 239, que teóricamente podría utilizarse para la fabricación de una bomba nuclear, pero en la práctica es muy difícil separar el plutonio de los otros isótopos, lo cual hace prácticamente imposible su empleo militar.
Además, está previsto un estricto control de los envíos de combustible nuclear desde Rusia y su posterior retorno una vez gastado. Cualquier intento de sustraer el plutonio destinado a la producción de energía eléctrica de los almacenes de la central o de extraer del reactor barras de combustible sería detectado inmediatamente.
En realidad, la central nuclear de Bushehr y la planta de enriquecimiento de uranio de Natanz, que hipotéticamente podría elaborar uranio para objetivos militares, son dos partes totalmente diferentes del programa nuclear iraní, por lo que deben considerarse por separado.
Por otra parte, es poco probable que el suministro controlado del combustible nuclear por parte de Rusia calme los apetitos nucleares de los líderes iraníes y haga que detengan su programa para el enriquecimiento de uranio.
Está claro que la prioridad de la construcción de las centrifugadoras de la planta de Natanz no se debe a la necesidad de garantizar combustible para obtener energía nuclear, porque a pesar de los grandiosos planes de construcción de 20 bloques propios, el programa carece de forma concreta y precisa.
Es por ello que Teherán muestra un creciente interés por los reactores de agua pesada de construcción propia. Su capacidad tecnológica para producir energía eléctrica a partir de material fisible es más que dudosa, ya que es mucho más fácil el procesamiento del plutonio para uso militar.
Además, estos reactores permiten manipular las barras de combustible "sobre la marcha", lo cual es muy cómodo en caso de inspecciones internacionales, que no tienen por qué llegar a ver todo lo que ocurre en la central.
El programa nuclear iraní tiene una orientación fundamentalmente defensiva: es este un hecho que debe aceptarse como es. Nadie se ha atrevido todavía en Irán a rechazar la idea el Ayatollah Khomeini de que el empleo de las armas nucleares es contrario a las enseñanzas del Islam; pero también es necesario reconocer que en Irán este postulado es objeto de una reinterpretación.
Y en este punto se hallan de acuerdo sorprendentemente los representantes liberales y conservadores de la aristocracia iraní. Es difícil saber qué ha jugado un papel más importante en este consenso: si las ambiciones de Teherán de convertirse en una superpotencia regional en el Sur de Asia, o la inflexible postura de Estados Unidos e Israel, postura que no pueden ignorar las autoridades iraníes -sean estas más o menos moderadas- como genuina expresión de los principios de la realpolitik. La confrontación los tiene dominados a todos.
En estas condiciones, a Rusia no le quedó otra opción que distanciarse del régimen de Ahmadineyad, cosa que fue llevada a cabo en la primavera de 2010, de forma simultánea a los avances en las negociaciones con EEUU para la reducción de arsenales ofensivos estratégicos.
Posteriormente, Rusia decidió no vetar la resolución del Consejo de Seguridad de la ONU número 1929, que suponía un endurecimiento de las sanciones contra Irán. De hecho, esta decisión supuso congelar toda una serie de contratos de venta de armamento ruso a Teherán.
De esta forma, Rusia se ve en una situación en la que debe combinar la firme condena del programa nuclear militar iraní, y el deseo de concluir el proyecto Bushehr.
Y no parecen estar aquí en juego únicamente los intereses de la Agencia Rusa para la Energía Atómica (Rosatom), a pesar de que muchos expertos consideran que este organismo ha influido de manera definitiva en la postura adoptada por las autoridades rusas en sus "relaciones nucleares" con Irán.
Pese al descontento de Washington con el proyecto Bushehr, Rusia lanza un mensaje claro: Moscú está a favor de la transferencia controlada de tecnología nuclear civil al tercer mundo.
Se trata en el fondo de la misma cuestión que estaba detrás de las escaramuzas para hacerse con el puesto de Director General del Organismo Internacional de Energía Atómica: ¿hasta qué punto se permitirá a los países en vías de desarrollo tener sus propios programas nucleares? En Bushehr Rusia manifiesta su disposición a apoyar la construcción de reactores de agua ligera por parte de cualquier país interesado.
Este juego a dos bandas de Moscú puede acarrear serios problemas de imagen si no se lleva a cabo con decisión y firmeza, sobre todo si se tiene en cuenta que la opinión pública mundial no parece dispuesta a comprender las diferencias y semejanzas entre la industria nuclear civil y militar.
Cosa que ocurrirá también si se organiza una campaña en este sentido en los medios de comunicación (como pudimos ver con la impresentable búsqueda de las armas de destrucción masiva iraquíes).
Y sin embargo no parece existir para Rusia otra alternativa que andar por este filo de navaja si quiere sacar algún resultado positivo del culebrón nuclear iraní, reforzando al mismo tiempo su posición en el mercado mundial de la energía atómica.
Viejo Condor
RIA Novosti (SIC)
Konstantín Bogdanov
LA OPINIÓN DEL AUTOR NO COINCIDE NECESARIAMENTE CON LA DE RIA NOVOSTI
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