Los fracasos del progreso en Rusia tienen una historia igual de larga que ciertas democracias veteranas. Desde la abolición de la servidumbre, en 1861, ninguna reforma en Rusia fue definitiva, escribe el politólogo Gleb Pavlovski en un artículo publicado hoy en Nezavisiamaya Gazeta.
Está de moda poner las letras latinas "U", "L" o "W" a diversos guiones de la crisis global. Pavlovski considera que la "ele" cirílica, "Л", refleja mejor la suerte de los cambios en Rusia. Empiezan por desenvolverse en sentido anti-horario para después, ya en el momento culminante, colapsarse para siempre.
Igual que en el pasado, Rusia se deja involucrar en las reformas de turno entre bostezos, preguntándose cuándo por fin va a cambiar algo en estas latitudes. Los actores, ya atrapados entre piedras molares, todavía se quejan del estancamiento, exigen al Kremlin garantías del cambio más claras y se pierden el tiempo haciéndose ilusiones de cara al futuro, para el cual no están preparados en lo más mínimo. En una segunda fase se ven catapultados hacia el cielo pero, acto seguido, se produce el colapso y llega la hora de entablar las discusiones habituales: "¿Hemos perdido otra vez? ¿Cómo es posible, si recién empezábamos? Seguro que es una conspiración pero ¿quiénes están detrás?"
Todos los acontecimientos que marcan época en Rusia se desarrollan sobre el modelo "Л". A finales de los 80, durante la perestroika gorbachoviana, la clase política perdió dos años discutiendo acerca del cómo hacer irreversibles los cambios, a pesar de que ya lo eran.
El segundo "arranque a ciegas" se produjo durante el gobierno de Boris Yeltsin. Mientras el presidente mantenía el pulso con el Parlamento, el sistema opresivo del Gulag, olvidado por la prensa y la opinión pública liberal, creció dos veces numéricamente, se fusionó en una estructura monolítica con la Fiscalía y el Ministerio del Interior, se comercializó y sentó las bases de la siguiente degradación de la política y los organismos de seguridad.
La revolución de Putin tampoco escapó al modelo "Л". Cuando la élite aún denunciaba al entorno de Yeltsin por su "estilo bizantino", millones de burócratas se hicieron con el control del mundo de negocios y el aparato administrativo.
La modernización que el presidente Dmitri Medvédev desea impulsar en Rusia podría derivar en otro capítulo del historial de fracasos nacionales, advierte el articulista. Pavlovski sugiere no deslumbrarse por la curvatura inicial en la "Л" ni subvalorar la fuerza de este modelo cuyo problema radica en el escaso control sobre procesos reales, ya en marcha.
Más que un plan sistemático, la modernización a día de hoy es un nombre aplicado a un proceso incontrolado y que se desarrolla a toda velocidad. Lo que se requiere ahora es controlar esta avalancha o evaluar al menos su vigor y dirección. Otra recomendación de Pavlovski es no intentar en el proyecto modernizador una destrucción de la mayoría gobernante formada en los tiempos de Putin. Tales intentos, a su juicio, conduciría únicamente a una nueva fase de degradación.
Viejo Condor
RIA Novosti (SIC)
Nezavisimaya Gazeta
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