El gran trío asiático se reunió en Tokio y la cosecha del encuentro ha sido abundante.
La cumbre de Tokio ha demostrado que dividir Asia en dos bloques: China y los demás, no va ser nada fácil. Los lazos económicos, políticos, hasta la idiosincrasia asiática están en contra.
Más de cien años de desencuentros
China, Japón y Corea del Sur se han reunido ya por cuarta vez. Existe la tentación de imitar a los profanos en la ciencia económica y ponerse a sumar los PIBs de los tres países: China es la segunda economía del mundo, Japón es la tercera y Corea del Sur es una nación de un potencial muy respetable. Y comparar el resultado con el Producto Interior Bruto del G-8 tomado en su conjunto, al que por cierto también pertenece Japón.
Ocuparse de esto es incongruente y sin sentido, ya que este tipo de organizaciones supranacionales no se crean para demostrar al mundo su poder y capacidades.
El trío asiático no es más que un motivo para reunirse a analizar unos procesos que ya están en marcha y que se centran en la creación de un espacio económico común para esta parte del mundo. Este tipo de mecanismos ya existe en el sudeste asiático (ASEAN), así como entre Asia del Este y del Sudeste (10 países más los tres mencionados). Curiosamente, en este entorno está siempre todo claro, a diferencia de lo que ocurre en el G-8, donde todo es un completo galimatías que lo está llevando a su final.
Pero este trío es un caso especial. No es sencillo encontrar en el mundo otra asociación donde sus miembros se tengan una mayor animadversión. Se trata de un odio ancestral, casi a nivel genético. Sirva de ejemplo que, mientras los primeros ministros de Japón, Naoto Kan, de China, Web Jiabao, y el presidente de Corea del Sur, Lee Myung-bak, diseñaban nuevos planes de colaboración, dos diputados de la oposición en Corea del Sur anunciaron que el 24 de mayo visitarían Kunashir, una de las islas del archipiélago ruso de las Kuriles del Sur, reclamadas desde hace tiempo por Japón. En realidad, este viaje no es más que una señal de protesta a Japón por sus pretensiones hacia algunas islas coreanas.
Los coreanos y los chinos odian desde hace mucho tiempo a los japoneses.
Estos en el siglo XIX ocuparon Corea a sangre y fuego y, posteriormente, amplios territorios de China, perdiendo finalmente su imperio colonial con la derrota en la II Guerra Mundial.
A diferencia de lo que ocurre en Europa, la memoria en Asia es duradera y el rencor para con los antiguos ocupantes persiste hasta el día de hoy.
El objetivo de esta asociación no es más que un intento de mantener una relación política regular y normal, siempre teniendo presente la realidad indeleble de la aversión visceral.
Paradójicamente, este mecanismo internacional ha resultado ser mucho menos eficaz que la reciente desgracia en Fukushima.
La catástrofe en la central japonesa ha servido de aglutinante, contribuyendo al éxito de la última reunión del Trío.
Una sonrisa dibujada
Las reuniones han dado sus frutos en la forma de proyectos de seguridad nuclear a tres bandas.
Pero lo más importante es que China ha decidido eliminar parte de las restricciones a las importaciones de alimentos de Japón, constriñéndolas sólo a diez prefecturas.
Lo que más sorprende a los japoneses es la tremenda e irracional fobia a la radiación que tienen sus vecinos.
El descenso de los flujos turísticos, la prohibición para los alimentos japoneses y muchas otras cosas.
Todo ello a causa de la desgracia del 11 de marzo, de los terremotos, del gigantesco tsunami que provocó la avería en la central nuclear de Fukushima que hoy todavía continúa.
Sin embargo, la reciente visita de los líderes chinos y coreanos a las zonas afectadas, concretamente a la ciudad de Natori totalmente destruida y al gimnasio donde están alojados los damnificados sin hogar, ha marcado un impasse en esta tendencia.
El momento emotivo vino cuando una de las refugiadas le pidió a Wen Jiabao que dibujara una sonrisa; el primer ministro chino la dibujó y, además, se sentó, junto con sus colegas de visita, a comer verduras procedentes de las prefecturas vecinas a la central. Esas verduras se exportarán a China.
El recuento de las pérdidas ocasionadas por la tragedia japonesa se lleva a cabo constantemente.
Los últimos datos son estremecedores e indican que para recuperar las prefecturas destruidas, los japoneses se tendrán que gastar 200.000 millones de dólares.
Evidentemente, no se pretende que China y Corea saquen sus billeteras y aporten buena parte de esa cantidad, aunque es cierto que, tras el golpe dado por las fuerzas naturales, estas naciones ya enviaron sus ayudas monetarias.
Lo importante es el apoyo y la colaboración constante en la reconstrucción del Japón.
Un restablecimiento que no será posible sin la presencia activa de los vecinos, sobre todo de China.
La importancia de la cumbre de Tokio estriba en que da inicio a este proceso.
La integración económica y la recuperación van siempre unidas de la mano.
Fukushima va camino de representar el acercamiento recíproco de estos tres países, que siempre han vivido de espaldas de sus vecinos.
Para obtener éxitos, es mejor estar juntos que separados. Es un axioma.
A propósito, en China también hubo un tremendo terremoto en el 2008, en la provincia de Sichuan. Perdieron la vida unas setenta mil personas, más que en Japón. Entonces los japoneses prestaron su ayuda.
Tampoco ha resonado últimamente ningún escándalo en las relaciones chino-japonesas…
Volviendo al ámbito de las relaciones de vecindad y la política internacional, la Administración de Barack Obama ha intentado cambiar su política hacia China, heredada de sus antecesores republicanos. El gobierno de George Bush era partidario de una línea dura en las relaciones con los chinos.
Se intentó formar una especie de unión antichina con Japón, Corea del Sur y otros países de la zona.
Es curioso como los elementos de la naturaleza se llevaran por delante todos sus planes: “El hombre propone y Dios dispone.
Viejo Condor
RIA Novosti (SIC)
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