El General ruso retirado Leonid Ivashov, antiguo jefe de las Fuerzas Armadas de Rusia, es una de las personas mejores informadas en el mundo, no sólo por el importante cargo que ocupó y que le permitió de gozar una serie de sofisticadas herramientas: satélites artificiales, inteligencia militar, equipo de analistas y otras redes de informaciones secretas o confidenciales, sino porque también hoy en día es vicepresidente de la Academia de Geopolítica en Moscú. Pero lo más destacado del General Ivashov es su transparencia y sinceridad al momento de hablar de problemas políticos de poder mundial que están afectando la Humanidad y que otras personas de su condición guardarían silencio por razones de Estado.
La experiencia de la humanidad demuestra que el terrorismo aparece donde quiera que se produce una agravación de las contradicciones en un momento determinado, donde las relaciones comienzan a degradarse en el seno de la sociedad y donde el orden social sufre cambios, allí donde surge la inestabilidad política, económica y social, donde se liberan potenciales de agresividad, donde decaen los valores morales, donde triunfan el cinismo y el nihilismo, donde se legalizan los vicios y donde la criminalidad se desarrolla aceleradamente.
Los procesos ligados a la globalización crean condiciones favorables para esos fenómenos, extremadamente peligrosos. Provocan una nueva división del mapa geopolítico del mundo, una redistribución de los recursos del planeta, violan la soberanía y borran las fronteras de los Estados, desmantelan el derecho internacional, acaban con la diversidad cultural, empobrecen la vida espiritual y moral.
Pienso que hoy en día podemos hablar de una crisis sistémica de la civilización humana. Esta se manifiesta de forma particularmente aguda en el plano de la interpretación filosófica de la vida. Sus manifestaciones más espectaculares tienen que ver con el sentido que se atribuye a la vida, a la economía y al campo de la seguridad internacional.
La ausencia de nuevas ideas filosóficas, la crisis moral y espiritual, la deformación de la percepción del mundo, la difusión de fenómenos amorales contrarios a la tradición, la competencia por el enriquecimiento ilimitado y el poder, la crueldad, llevan la humanidad a la decadencia y quizás a la catástrofe.
La inquietud, así como la falta de perspectivas de vida y de desarrollo en la que se ven sumidos muchos pueblos y Estados constituyen un importante factor de inestabilidad mundial.
La esencia de la crisis económica se manifiesta en la lucha implacable por los recursos naturales, en los esfuerzos que despliegan las grandes potencias mundiales, sobre todo los Estados Unidos de América, así como algunas empresas multinacionales para someter a sus intereses los sistemas económicos de otros Estados y tomar el control de los recursos del planeta, sobre todo el de las fuentes de aprovisionamiento en hidrocarburos.
La destrucción del modelo multipolar que garantizaba el equilibrio de fuerzas en el mundo provocó también la destrucción del sistema de seguridad internacional, de las normas y principios que regían las relaciones entre los Estados, y la del papel de la ONU y de su Consejo de Seguridad.
Hoy por hoy Estados Unidos se arroga el derecho de decidir el destino de otros Estados, de cometer actos de agresión, de someter los principios de la Carta de las Naciones Unidas a su propia legislación. Fueron precisamente los países occidentales quienes, mediante sus acciones y agresiones contra la República Federativa de Yugoslavia e Irak y al permitir de forma evidente la agresión israelí contra el Líbano, amenazando a Siria, Irán y otros países, liberaron un enorme energía de resistencia, de venganza y de extremismo, energía que reforzó el potencial del terror antes de volverse, como un bumerang, contra el propio Occidente.
El análisis de la esencia de los procesos de globalización, así como de las doctrinas políticas y militares de Estados Unidos, demuestra el terrorismo favorece la realización de los objetivos de dominación mundial y la sumisión de los Estados a los intereses de la oligarquía mundial.
Eso significa que (el terrorismo) no constituye por sí mismo un actor de la política mundial sino un simple instrumento, el medio para instaurar un nuevo orden unipolar con un centro de mando mundial único, para borrar las fronteras nacionales y garantizar el dominio de una nueva élite mundial. Es precisamente esta última el principal actor del terrorismo internacional, su ideólogo y su “padrino”.
También es ella la que se esfuerza por dirigir el terrorismo contra otros Estados, incluyendo a Rusia.
El principal blanco de la nueva élite mundial es la realidad natural, tradicional, histórica y cultural que sentó las bases del sistema de relaciones entre los Estados, de la organización de la civilización humana en Estados nacionales, de la identidad nacional.
El actual terrorismo internacional es un fenómeno que consiste, para estructuras gubernamentales y no gubernamentales, en utilizar el terror como medio de alcanzar objetivos políticos aterrorizando, desestabilizando a la población en el plano socio-sicológico, desmotivando las estructuras del poder del Estado y creando condiciones que permitan manipular la política del Estado y el comportamiento de la ciudadanía.
El terrorismo es un medio de hacer la guerra de manera diferente, no convencional. Simultáneamente, el terrorismo, conjugado con los medios [de difusión], se comporta como un sistema de control de los procesos mundiales.
Es precisamente la simbiosis entre los medios [de difusión] y el terror lo que crea las condiciones favorables a grandes trastornos en la política mundial y en la realidad existente.
Si se examinan en ese contexto los hechos ocurridos en Estados Unidos el 11 de septiembre de 2001, podemos llegar a las siguientes conclusiones:
El atentado terrorista contra las torres gemelas del World Trade Center modificó el curso de la historia mundial destruyendo definitivamente el orden mundial resultante de los acuerdos Yalta-Potsdam;
Desató las manos a Estados Unidos, Gran Bretaña e Israel, permitiéndoles realizar acciones contra otros países en abierta violación de las reglas de la ONU y de los acuerdos internacionales;
Estimuló el desarrollo del terrorismo internacional. Por otro lado, el terrorismo se presenta como un instrumento radical de resistencia a los procesos de globalización, como un medio de lucha de liberación nacional, de separatismo, como un medio para resolver los conflictos entre las naciones y las religiones y como un instrumento de lucha económica y política.
En Afganistán, en Kosovo, en Asia Central, en el Medio Oriente y en el Cáucaso, comprobamos que el terror sirve también para proteger a narcotraficantes, desestabilizando sus zonas de paso.
Está comprobado que en un contexto de crisis sistémica mundial el terror se ha convertido en una especie de cultura de la muerte, en la cultura de nuestra cotidianidad. Irrumpe en la próspera Europa, atormenta a Rusia, sacude el Medio Oriente y el este de Asia. Hace que la comunidad internacional se vuelva adicta a la injerencia violenta e ilegal en los asuntos internos de los Estados y a la destrucción del sistema de seguridad internacional. El terror engendra el culto de la fuerza y somete a esta la política, el comportamiento de los gobiernos y el de la población.
Lo más espantoso es que el terrorismo tiene mucho futuro debido a la nueva espiral de guerra que hoy se perfila por la redistribución de los recursos mundiales y por el control de las zonas claves del planeta. Dentro de la estrategia de seguridad nacional de Estados Unidos, aprobada este año por el congreso estadounidense, el objetivo abiertamente declarado de la política de Washington es «garantizar el acceso a las regiones claves del mundo, a las comunicaciones estratégicas y a los recursos mundiales», teniendo como medio para lograrlo la realización de golpes preventivos contra cualquier país.
Desde el punto de vista del congreso, Estados Unidos puede entonces adoptar una doctrina de golpes nucleares preventivos, que tiene mucho de terrorismo nuclear.
Ello implica la utilización a gran escala de sustancias nocivas y de armas de destrucción masiva. No habrá escrúpulos a la hora de determinar los medios a emplear para responder a un ataque. Sólo será cuestión de escoger los medios.
La provocación mediante un acto de terrorismo se convierte en un medio para alcanzar objetivos políticos a escala global, regional o local. Así fue como una provocación organizada en la localidad de Rachic (en Kosovo, Serbia) acabó dando lugar al cambio de régimen político en Serbia y al derrumbe de la República Federativa de Yugoslavia, mientras que servía de pretexto a la agresión de la OTAN y a la separación de Kosovo de Serbia. Se trata en ese caso de una provocación a escala regional. Lo mismo se puede decir de la reciente provocación que dio lugar a la agresión de Israel contra el Líbano, en julio de 2006.
Las explosiones en el metro de Londres, los desórdenes de Paris en 2005-2006, son provocaciones locales que tuvieron repercusiones en la política y en la opinión pública en Gran Bretaña y en Francia.
Detrás de prácticamente cada acto de terrorismo se esconden fuerzas políticas poderosas, empresas transnacionales o estructuras criminales con objetivos precisos. Y casi todos los actos terroristas, con excepción de las actividades de liberación nacional, son en realidad provocaciones. Incluso en el caso de Irak, las explosiones en las mezquitas sunnitas y chiítas no son más provocaciones organizadas según el principio «divide y vencerás». Lo mismo sucede con la toma de rehenes y el asesinato de miembros de la misión diplomática rusa en Bagdad.
El acto terrorista cometido con fines provocativos es tan antiguo como la humanidad misma. Provocaciones terroristas sirvieron precisamente como pretexto para el desencadenamiento de las dos guerras mundiales.
Los sucesos del 11 de septiembre de 2001 constituyen una provocación mundial. Se puede hablar incluso de una operación a escala mundial. Las operaciones de este tipo generalmente permiten resolver varios problemas mundiales a la vez. Se pueden definir de la siguiente manera:
1. La oligarquía financiera mundial y Estados Unidos obtuvieron el derecho no formal de recurrir a la fuerza contra cualquier Estado.
2. El papel del Consejo de Seguridad se devaluó. Actualmente desempeña cada vez más a menudo el papel de organización criminal cómplice del agresor y aliado de la nueva dictadura fascista mundial.
3. Gracias a la provocación del 11 de septiembre, Estados Unidos consolidó su monopolio mundial y obtuvo acceso a cualquier región del mundo así como a sus recursos.
El desarrollo de una operación-provocación cuenta siempre con la obligada presencia de 3 elementos:
el que ordena que se realice,
el organizador y
el que la ejecuta.
En el caso de la provocación del 11 de septiembre, y contrariamente a la opinión dominante, «Al Qaeda» no podía ordenar su realización, ni organizarla ya que no disponía de los recursos financieros (enormes) que exigiría una acción de tanta envergadura.
Todas las operaciones que ha realizado esa organización son acciones de tipo local y bastante primitivas. No dispone de los recursos humanos, de una red de agentes lo suficientemente desarrollada en territorio estadounidense, que le permitirían penetrar las decenas de estructuras públicas y privadas que garantizan el funcionamiento de los transportes aéreos y que velan por su seguridad.
Por consiguiente, Al Qaeda no podría haber sido el organizador de esa operación (si no ¿de qué sirven el FBI y la CIA?).
En cambio, sí puede haber sido un simple ejecutante de este acto terrorista.
En mi opinión, puede haber sido la oligarquía financiera mundial la que ordenó la realización de esa provocación, para instaurar de una vez y por todas «la dictadura fascista mundial de los bancos» (expresión del conocido economista estadounidense Lyndon Larouche) y para garantizar el control de los limitados recursos mundiales en materia de hidrocarburos.
Se trataría además de garantizar para sí misma el predominio mundial por largo tiempo. La invasión de Afganistán, país rico en yacimientos de gas, la de Irak y quizás también la de Irán, países que cuentan con reservas de petróleo de nivel mundial, así como la instauración de un control militar sobre las estratégicas vías de transporte del petróleo y el radical aumento de precio de este último son todos consecuencias de los sucesos del 11 de septiembre de 2001.
El organizador de la operación puede haber sido un consorcio bien organizado y abundantemente financiado y compuesto de representantes (antiguos y actuales) de los servicios secretos, de organizaciones masónicas y de empleados de los transportes aéreos.
La cobertura mediática y jurídica la garantizaron órganos de prensa, juristas y políticos a sueldo. Los ejecutores fueron escogidos en función de su origen étnico en la región que posee los recursos naturales de importancia mundial.
La operación se realizó con éxito, los objetivos fueron alcanzados.
La expresión «terrorismo internacional», como principal amenaza para la humanidad, irrumpió en el diario quehacer político y social.
Esa amenaza se identifica con la persona de un islamista, ciudadano de un país que dispone de enormes recursos en materia de hidrocarburos. Se ha destruido el sistema internacional construido en la época en que el mundo era bipolar y se han alterado las nociones de agresión, de terrorismo de Estado y de derecho a la defensa.
El derecho de los pueblos a la resistencia ante la agresión y frente a las actividades subversivas de los servicios secretos extranjeros así como el derecho a la defensa de sus intereses nacionales está siendo pisoteado. En cambio, se confieren todas las garantías a las fuerzas que tratan de instaurar una dictadura mundial y de dominar el mundo.
Pero la guerra mundial no ha terminado aún. La provocaron el 11 de septiembre de 2001 y no es más que el preludio de grandes sucesos que están por ocurrir.
Viejo Condor Red Voltaire (SIC) |
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