Desde hace decenios Afganistán está en la mira de Washington. Según el periodista Peter Franssen, en su libro "11 de septiembre. De cómo los terroristas se salieron con la suya", la apetencia norteamericana viene desde los días del triunfo de la Revolución de Octubre en la ex Rusia zarista.
Entonces Afganistán fue territorio en litigio por su extensa frontera con la extinta URSS y en especial, con buena parte de las ex repúblicas soviéticas de Asia, ricas en petróleo y gas. El advenimiento en abril de 1978 de un gobierno de izquierda en Kabul fue duro golpe a tales apetencias, y muchos meses antes de la entrada de las tropas soviéticas en territorio afgano a fines de 1979, ya los Estados Unidos, por orden presidencial, fomentaba y apoyaba los grupos islámicos extremistas que combatían al gobierno popular. Para personeros como el ex director de la CIA Robert Gates o el ex asesor de seguridad Zbigniew Brzezinski, la injerencia norteamericana tenía precisamente la intención de embarcar a los soviéticos en una guerra de desgaste, destruir al gobierno de Kabul, y posesionarse de la divisoria sur de la URSS. El plan salió "de maravillas". El dinero y las armas llegaron a raudales a los extremistas, y cuando Afganistán se convirtió en una suerte de diáspora de territorios gobernados por señores de la guerra enfrentados entre sí, la decisión fue privilegiar a los talibanes y otros grupos, como el liderado por Osama Bin Laden, para concretar el control de Washington. Como en otras partes de Asia y el Medio Oriente, la Casa Blanca estimuló el fundamentalismo religioso para imponer sus designios e intereses, bien en el combate contra la izquierda y las tendencias progresistas, como para reducir y domeñar a viejos socios un tanto engreídos y descarriados. No importó que para el pueblo afgano la derrota del movimiento popular implicara decenas de miles de muertos, eliminación de la reforma agraria y de los inicios de la industrialización, cercenamiento total de los derechos de la mujer, cierre de escuelas y universidades, y la proliferación de santuarios donde se entrenaban y cobraban fuerza legiones de terroristas. La disolución de la Unión Soviética en la década de los noventa del pasado siglo no puso fin al caos afgano, del cual Washington y sus grupos extremistas eran máximos responsables. Para 1999, reseña el periodista Peter Franssen, aún los talibanes, el grupo privilegiado por la Casa Blanca para intentar la "estabilidad" interna afgana, enfrentaba serias dificultades para hacerse de todo el territorio. La titulada Alianza del Norte lograba avances sustanciales, y entre altos funcionarios norteamericanos y empresarios energéticos, la inquietud comenzaba a reinar. Se necesitaba de un clima ecuánime para que la multinacional UNOCAL comenzara el trazado de un oleoducto a través de suelo afgano destinado a poner en manos estadounidenses el petróleo y el gas de las ex repúblicas soviéticas de Asia Central. Nadie quería acordarse cómo en 1997, en reunión secreta realizada en Arabia Saudita entretalibanes, oficiales saudíes y pakistaníes, y personeros norteamericanos, los primeros se comprometieron a unificar Afganistán para propiciar la injerencia de Washington en Asia Central a cambio de una sostenida ayuda militar. Washington presionó entonces con fuerza inusitada para establecer un gobierno de coalición que los talibanes y Osama Bin Laden consideraban inaceptable dentro de sus planes de fundar un Estado de carácter esencialmente religioso en su más extrema expresión. Por otro lado, los gobiernos de las ex repúblicas soviéticas de Asia Central temían al fundamentalismo que representan los talibanes, y ello afectó también la labor de zapa de Estados Unidos en aquellos predios. No obstante, y en medio de crecientes tensiones, entre 1999 y julio de 2001, apenas tres meses antes de los ataques contra las Torres Gemelas, delegaciones talibanas de alto nivel y autoridades estadounidenses se reunieron más de una vez en busca de entendimiento. Los protegidos, pasaban poco a poco a convertirse en retadores, en enemigos, y Osama Bin Laden, con sus métodos terroristas, transitó el camino de aliado carnal a tránsfuga que debía ser eliminado. Fueron precisamente los episodios del 11 de septiembre de 2001 los que dieron a Washington el gran pretexto para lanzarse de lleno a la conquista de Afganistán. Para la geopolítica de dominación global del imperio, el suelo afgano y su control son primordiales en más de un sentido. LA OPINIÓN DEL AUTOR NO COINCIDIRÁ OBLIGATORIAMENTE CON LA DE RIA NOVOSTI Viejo Condor RIA Novosti (SIC Néstor Nuñez) | | |
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